Miré de nuevo la fotografía y esta vez pude ver que la mancha no era un defecto o una huella, sino la descorrida imagen de una niña vestida de blanco; y la expresión del hombre que ahora sabía que se llamaba Kanchana, y que había tomado como una expresión de arrogancia, era en realidad más la expresión de alguien que sostiene la mano frente a la llama de una vela. En realidad parecía como si Kanchana pudiera ver a Iseul y los demás no, aunque algo en su expresión sugería que intentaba fingir con desesperación que ella no estaba ahí.
—Parece que la niebla por fin empieza a levantarse —dijo tío Tankhun, quien se encontraba al lado de la ventana—. De verdad deberías pensar en irte ya, Venice, mientras haya luz todavía.
Yo había empezado a sentirme un tanto preocupado sobre la oscuridad que se aproximaba. Sólo había sido la resistencia de caminar de regreso a la casa entre la niebla —y mi preocupación por la salud de mi tío— lo que me detuvo por tanto tiempo. Además, empezaba a sentir como si yo mismo pudiera quedar bajo la malsana influencia del estado mental de mi tío si me quedaba.
—Sí, tío —dije, poniéndome de pie —. A lo mejor debería irme ya. No quisiera preocupar a papa Pete.
Me alarmé un poco ante esta clarísima mentira. Mi papa Pete escasamente habría notado mi ausencia.
—Por supuesto, Venice. Me halaga que hayas escuchado los desvaríos de un viejo por tanto rato.
—Para nada, señor; me ha encantado escuchar sus historias —dije—. Y anhelaría volver y escuchar más.
incómodo. Me encontraba en una edad en la que aún no me sentía muy seguro frente a asuntos formales como los saludos y las despedidas. Había decidido estrecharle la mano a mi tío, pero no parecía correcto hacerlo mientras él permaneciera sentado y sin mostrar señales de levantarse. En lugar de eso, tío Tankhun agarró un viejo telescopio de bronce que estaba puesto sobre la mesita al lado de su silla.
Sosteniéndolo a la altura del ojo miró por la ventana hacia el bosque. La sonrisa pareció desaparecer de su rostro como si acabara de observar una escena que lo entristeciera.
—¿Tío? —pregunté.
—No es nada —dijo sin mucho convencimiento.
—No pude evitar darme cuenta del telescopio, señor —dije—. Parece algo que usaría el capitán de un barco.
Tío Tankhun observó el telescopio en su mano pero no contestó. Simplemente volteó a mirar por la ventana hacia el bosque.
—¿Tío? —dije de nuevo.
—Perdóname, Venice —dijo—. No debería retenerte. Ya he usado mucho de tu tiempo —aun así no se puso de pie y miró una vez más el telescopio.
—¿Ese telescopio tiene alguna historia? —pregunté.
—Todo tiene una historia —dijo con un suspiro tío Tankhun—. Todas las cosas y todo el mundo. Pero, sí —dijo, acunando el telescopio entre las manos.
—. Este telescopio tiene una historia particular que contar. Pero puede esperar para otro momento. Miré a mi tío, que pareció de repente más viejo, y no tuve el valor de dejarlo.
—Por favor cuéntemela, señor — dije, sentándome de nuevo.
Tío Tankhun volvió a sonreír.
—Quizás no me agradecerás habértela contado, Venice.
—No importa —dije—. Por favor cuéntela. Un último cuento, tío, y después me iré a casa.
—Si insistes, Venice —dijo con solemnidad, regresando a su silla al lado del fuego
—. Si insistes.
Editado: 01.10.2024