Cuentos de terror de mi tio Tankhun (tankhun/venice)

FINAL

EL TIO TANKHUN

EL TIO TANKHUN

—Tiempo atrás fui profesor, Venice —dijo tío Tankhun, estirando los músculos del cuello, como si se sintiera de repente muy cansado—. ¿Lo sabías?
—No, señor —contesté. Mi tío nunca antes se había mostrado dispuesto a contarme nada referente a su propia vida.
—Sí, Venice —contestó.
Hubo un movimiento apenas imperceptible entre los niños alrededor; como si todos hubieran retrocedido al mismo tiempo —. Mi casa era en esa época un colegio y yo era su director; un director cruel y perverso, Venice.
—Seguramente no, tío —comenté.
Los niños parecieron dar un paso hacia delante, aunque aún estaban por fuera del alcance de la linterna de tío Tankhun.
—Temo que sí —dijo, pasando una mirada por las figuras a nuestro alrededor
—. Empecé mi vida de maestro con el anhelo de impartir las maravillas del mundo a mi pequeño grupo de alumnos, pero con el tiempo. algo sucedió conmigo, Venice. No puedo decir exactamente qué fue, pero fue una especie de muerte; o algo aún peor que la muerte… una muerte del alma.
Hice un amago para interrumpirlo, pero tío Tankhun continuó.
—Desearía poder decir que mi crueldad era del tipo común y corriente: que golpeaba a los niños o los obligaba a permanecer de pie durante horas sobre una silla. Desearía poder decirte que los humillaba enfrente de sus compañeros. Pero no, Venice… mi crueldad era de un matiz aun más oscuro. «Llevaba puesta por fuera la máscara de un profesor bueno y comprensivo, pero sin que esos niños lo supieran, que me respetaban y trabajan tan duro para ganarse mis elogios, yo era indigno de su respeto».
Tío Tankhun pronunció estas palabras con una desgarradora mezcla de amargura y arrepentimiento y cerró los ojos como si rezara. Los niños a nuestro alrededor se pusieron rígidos y se acercaron otro poco. Lancé una mirada de desaprobación al niño que tenía más cerca.
—No entiendo, tío —dije.
—Desarrollé una adicción por los juegos de azar, Venice —dijo con un suspiro—. Estableciendo finalmente las cartas como mi principal forma de juego. Era un buen jugador, pero incluso el mejor de todos debe perder, y yo perdí. Todos mis ahorros desaparecieron gradualmente y me vi forzado a buscar otra fuente de dinero para llevar a la mesa de juego.
—¿Tío? —pregunté, al observar la extraña mirada que cruzaba su rostro. —Empecé a… robarles a los niños, Venice —dijo, mirando hacia otro lado.
—¿Robar, señor? —pregunté, sin poder asimilar del todo la enormidad de este crimen: que un hombre adulto, y además un profesor, pudiera robarle a un niño.
— Tienes razón de estar escandalizado, Venice —dijo tranquilamente—. Fue un terrible abuso de confianza. Pero es un abuso por el que he tenido que pagar un precio muy caro.
De nuevo los niños se movieron ruidosamente.
—Intercepté cartas de los niños — continuó mi tío—, falsificando su letra y agregando posdatas en las que pedía dinero… plata que después interceptaba cuando llegaba al colegio. No me detuve sólo con el dinero. Tomé regalos que las cariñosas mamás les mandaban a sus hijos. Me comía sus tortas de cumpleaños en la oficina y me divertía ofreciéndole el trozo que quedaba al niño para quien había sido enviada. Me volví completamente despreciable, Venice, y me revolcaba en mi propia miseria como se revuelca un marrano en su porqueriza.
Me costaba trabajo mirar a mi tío a los ojos y sólo el terror de ver cómo las oscuras figuras se cerraban aún más sobre nosotros me persuadía de mirarlo a la cara.
—Claro que estos robos saldrían forzosamente a la luz —continuó—. Y claro, empecé a recibir quejas de los papás, así como de los muchachos más valientes. No hice caso hasta donde me resultó posible, pero finalmente me vi obligado a actuar. Pude, incluso en ese momento, simplemente haber reconocido mi crimen y haber aceptado la resultante deshonra. Qué atrayente me parece ahora esa deshonra, Venice. La abrazaría ahora como a un hermano largo tiempo perdido. Pero era demasiado débil y despreciable para confesar.
«Por el contrario, se me ocurrio otra línea de acción. Había un muchacho en el colegio. Se llamaba Tong Thakoonauttaya. Era huérfano. Sus cuotas se pagaban por intermedio de una firma de abogados en Bangkok. No era muy popular entre los otros alumnos, pues era reservado y difícil».
«Lo curioso era que fue precisamente esta misma reserva la que, en lo más profundo de mi infamia, hizo que empezara a sentir cariño por él. Habían pasado años en los que lo único que sentía por los niños no era más que aversión y desprecio, pero Tong me caía bien. Me recordaba a mí mismo a su edad»,
mi tío sonrió con el recuerdo.
—¿Pero qué tenía que ver Tong con estos robos, señor? —pregunté. Su sonrisa se disolvió.
—Había decidido implicar a alguno de los alumnos en los robos, Venice. Por alguna perversa razón decidí que escogería a… Tong; el mismo muchacho por quien sentía alguna simpatía. Hasta el día de hoy no puedo decir por qué razón.
—¿Y funcionó? —dije, sorprendido por la frialdad con la que sonó mi voz.
—Sí —contestó tío Tankhun con seriedad—. Los otros muchachos estaban completamente dispuestos a aceptarlo. Tong vino a mí, rogándome que les hiciera entender que él era inocente. Le aseguré que haría todo lo que estuviera en mi poder, pero por supuesto no hice nada en absoluto
—tío Tankhun me miró directamente a los ojos, el rostro como una máscara tallada—. Sufrió una terrible golpiza.
«Los papás exigieron que se hiciera algo al respecto con este ladrón. Les escribí a los abogados de Tong, explicándoles las circunstancias y pidiéndoles, con mucho pesar, que matricularan a Tong en otro colegio».
—¿Y qué sucedió con él, señor? — pregunté.
Tío Tankhun suspiró. Los niños se arrastraron un poco más cerca.
— Tong vino a mi estudio. Estaba deshecho. Tenía el rostro cubierto de morados. Lo habían golpeado de nuevo. No podía soportar verlo en aquel estado sabiendo que yo era la causa de todo, pero en lugar de levantarme y poner fin a su miseria, lo expulsé. Le dije que debía enfrentar las consecuencias y ser un hombre.
—¿Y después? —pregunté, temeroso de la respuesta.
Mi tío no dijo nada. Todos los rostros de las siluetas voltearon a mirarlo y parecían urgirlo en silencio a que contestara.
—¿Qué pasó después? —volví a preguntar.
—Se suicidó, Venice. Jadeé horrorizado.
—¡Sí! Se suicidó; arrastrado por mis mentiras y mi vil engaño. Nadie supo mi papel en su muerte, pero el suicidio fue suficiente para persuadir a los otros papás a sacar a sus hijos del colegio y en poco tiempo se fueron todos excepto los menos queridos y había pocos indicios de atraer sangre nueva.
«La muerte de Tong me había sobrecogido, por supuesto, pero no tenía idea del viaje en el que aún tendría que embarcarme. El juego estaba en la raíz de todos mis problemas, pero estaba tan adicto al juego que en lugar de detenerme, decidí que el azar determinara mi destino. Juré que si la Fortuna me dejaba ganar, entonces dedicaría la vida a socorrer a los niños necesitados de los alrededores. Si perdía, entonces me entregaría a las autoridades y respondería por mis crímenes pasados>>
. «Encontré un silbato que solía llevar alrededor del cuello en épocas más felices. Era un silbato que usaba para reunir a los muchachos cuando nos encontrábamos en algunas de nuestras numerosas caminatas ecológicas o excursiones históricas. No lo había usado en más de un año y lo guardé en el bolsillo como un amuleto de buena suerte. Los jugadores, Venice, son tan supersticiosos como los marineros.>>
«Decidí llevar todo el dinero que había sustraído hasta un club bastante sospechoso en el pueblo y jugar a las cartas por una última vez>>
. Cuando llegué a la puerta del club y estaba a punto de subir las escaleras débilmente iluminadas que llevaban a la puerta, pude ver por el rabillo del ojo un grupo de niños andrajosos, parados lejos entre las sombras al otro lado de la vía. La presencia de estas criaturas me serviría como recordatorio del propósito que tenía al entrar al club, pero ya había empezado a olvidar mi promesa.
«Para mi sorpresa, mi suerte había cambiando. No podía perder. Uno a uno, mis contrincantes entregaban su dinero y partían mientras el bote crecía y crecía. Otros clientes del club se acercaron a mirar. Nunca en todos mis días de jugador había ganado tanto dinero. Cuando salí del club, cargado de dinero en efectivo y pagarés, busqué a los niños, pero no había señales de ellos.>>
Saqué el silbato del bolsillo y le di un beso de agradecimiento. Tomé un taxi, pasé la noche en un Hotel y regresé a casa al día siguiente. ”Mi última noche de juego no fue nada parecido, por supuesto. Ningún jugador gana de esa manera y se detiene. Por el contrario, gasté algo de mis ganancias en ropas elegantes y probé suerte en otro club, más salubre. ”De nuevo, después de pagar el taxi y golpear el pavimento con mi bastón con punta de plata, vi un grupo de niños parados lejos en las sombras. Parecía una extraña coincidencia y consideré su presencia como una buena señal.
”Y así resultó. Volví a ganar y a manos llenas. De hecho, ganaba cada vez que me acercaba a las mesas de juego. Ganaba tan seguido que fui acusado de trampa, pero aunque nunca habría estado por encima de algo así, parecía estar pasando por una racha de la más extraordinaria buena suerte. Los clubes empezaron a negarme la entrada, por supuesto. No podían probar que yo estaba haciendo trampa; era suficiente el hecho de estar arruinando sus negocios.
«Mis días de juego en los clubes habían terminado Así que decidí invertir algunas de mis ganancias y descubrí que contaba con la misma fortuna para las inversiones como la que había disfrutado en las mesas de juego. Parecía inmune a perder. Pronto me volví bastante rico y debo decir que lo disfrutaba. Estaba ya perfectamente posicionado para seguir la ruta que me había prometido: comprometerme en un acto de benevolencia y educar a los desventurados del sector. Pero yo no había cambiado, Venice. ”De hecho, cerré el colegio y despedí a los pocos estudiantes que aún quedaban. Todas las ideas de mi promesa de instruir a los niños del sector abandonaron mi mente. Restablecí la casa como la gran residencia que había sido en tiempos pasados y empecé a recibir las cortesías de un pariente; un sobrino que vivía cerca, cuyo interés en mí daba la casualidad que coincidía con mi recién encontrada fortuna».
—¿Mi papá? —pregunté.
—¿Tu papá? —dijo tío Tankhun—. No… tu abuelo, creo. Sucedió hace tanto tiempo que ya no recuerdo. Nunca he sido un hombre de familia.
—Pero entonces usted sería… — empecé a decir.
—Muy viejo, en efecto —dijo tío Tankhun—. Sí. La casa me mantiene con vida, Venice… en cierto modo —una extraña expresión cruzó su cara—. Pero eso no lo sabía en aquel momento. Aún me encontraba en un estado de bendita ignorancia. Tenía tanto dinero que no me importaba. Podía hacer en ese momento todo lo que quisiera. O eso era lo que pensaba.
—¿A qué se refiere, señor? —Un día, Venice —dijo tío Tankhun
—, me encontraba por los terrenos de la casa —en aquella época los jardines eran bastante hermosos— y descubrí que aún guardaba mi viejo silbato en el bolsillo; mi amuleto de la buena suerte en mis días de jugador. Sentí una leve punzada de arrepentimiento por haber roto mi promesa, pero pasó como cualquier ataque de indigestión. Saqué el silbato y me lo puse en los labios. Tuve el repentino impulso de escuchar una vez más su alegre silbido.
«Soplé, pero no salió ningún sonido. Me dije que el silbato estaba dañado, pero descubrí que no estaba dañado sino alterado; se había convertido en algo parecido a uno de esos silbatos que sólo los perros pueden escuchar. Aunque no oía ningún sonido, fui consciente de una especie de vibración en el aire que brotaba en ondas. El cielo se nubló y la temperatura bajó. Me estremecí y no sólo por el frío…».
—¿Tío? —dije, pues mi tío pareció haber caído en una especie de mareo.
—Ah, sí —dijo—. Fue en ese momento cuando empezaron a llegar; respondiendo a la silenciosa llamada del silbato.
—¿Los niños? —pregunté,
mirando hacia el grupo a nuestro alrededor y preguntándome cómo podía ser que ellos escucharan un silbido que mi tío no podía oír y por qué respondían a su llamado. Temí más que nunca por la salud mental de mi tío.
—Los niños, sí —contestó tío Tankhun—. Ellos son mi castigo, Venice.
—¿Su castigo, señor? —dije,
preguntándome qué clase de dominio tendrían estos niños de por aquí sobre mi tío, a pesar de mostrarse cómodo con su presencia y no tener ningún reparo en compartir con ellos los desagradables detalles de su vida.
—La casa es un lugar infausto, Venice —dijo—. Debiste haberlo sentido.
—Hay una atmósfera extraña, señor —dije—. Es un poco fría.
Tío Tankhun soltó una risita ahogada y vi que los niños retrocedían.
—¿Un poco fría? —repitió—. Sí, Venice. Es un poco fría. ¿No es cierto, niños?
Esta fue la primera vez que se dirigía a ellos y se agitaron, aunque se mantuvieron todo el tiempo en silencio.
—Aún no ha explicado por qué estos niños se encuentran aquí, tío —dije.
—¿No lo puedes adivinar, Venice? —preguntó.
—No, señor —dije—. No puedo. ¿Está enseñando a los niños del pueblo para enmendar lo que sucedió en su colegio?
Sonrió con seriedad y negó con la cabeza.
—Estos no son niños del pueblo, Venice. Creo que en el fondo lo sabes.
—¿Señor? —dije, dispuesto a mantenerme en lo racional—. ¿Qué quiere decir?
—Ellos me cuentan sus historias, Venice —dijo—. Vienen a mí y me cuentan sus historias. Me traen alguna prenda de su historia y ahora esos infaustos objetos llenan mi casa; una casa ahora completamente sumergida en una extraña otredad que contamina las paredes y sus terrenos y al hombre que ahora estás viendo. Es un imán para las criaturas del mundo de las tinieblas, Venice; un mundo que no puedes imaginar. La casa los atrae como una lámpara atrae a las polillas.
—Pero si la casa es tan horrible, señor —dije, haciendo todo lo que estaba en mi poder para no mirar atrás hacia los borrosos niños—, ¿por qué no se va?
— Oh, a Arm no le gustaría eso, Venice —dijo—. Y no conviene molestar a Arm.
—Pero no comprendo, tío —dije—. Arm es su criado.
—Arm solía ser mi criado tiempo atrás, cuando estaba con vida…
—¿Cuándo estaba con vida, tío? — dije—. ¿Pero qué es lo que dice? Alguien o está vivo o está…
—no fui capaz de terminar la frase. La culpa de mi tío evidentemente trastornó su mente
. —La casa transformó completamente a Arm —dijo mi tío—. No hay manera que me deje ir, Venice, así tenga la voluntad de intentarlo. Ahora es más un carcelero que un sirviente. Pero no es más de lo que merezco. Hay muchos otros partiendo rocas y pudriéndose en apestosas cárceles por crímenes mucho menores que los que yo he cometido — hizo una pausa
—. Pero por extraño que suene, Venice, ya no temo a mis visitantes como antes. estoy en paz. He aceptado mi destino. Es el castigo por todos esos años de no haber escuchado a mis alumnos; por no haber escuchado a Tong.
—No querrá decir, señor… — musité—. No querrá decir que las historias que me contó salieron de los labios de estos niños.
Tío Tankhun asintió con la cabeza.
—¿Pero cómo es posible? — pregunté, vacilando ligeramente cuando los niños se echaron hacia delante, pendientes por lo visto en cada una de mis palabras.
—. Evidentemente eso querría decir…
—¿Sí, Venice?
—¿Eso querría decir evidentemente que estos niños… o algunos de estos niños, por lo menos, estarían… muertos?
Con esta palabra todas las figuras alrededor nuestro saltaron hacia atrás y desaparecieron entre los árboles, asomándose por detrás de los troncos, y aunque seguían siendo las mismas sombras de antes, supe que todos los ojos estaban puestos sobre mí.
—A ellos no les gusta esa palabra, Venice —dijo tío Tankhun— Venice —dijo tío Tankhun—. Los perturba.
—¿Los perturba? —dije, sólo el temor de darme de cabeza contra alguno de estos fantasmas me detenía de salir volando en ese mismo instante.
—Me traen sus historias y yo escucho —continuó mi tío—. Tong fue el primero, aunque yo conocía muy bien su historia, claro está. Desde ese momento, han seguido visitándome. Soy como un primo extraño del Viejo Marinero, Venice. ¿Conoces el poema? Los niños empezaron a reagruparse a nuestro alrededor.
—Sí, señor —contesté—. Tuvimos que aprender de memoria largos fragmentos del poema en el curso anterior.
—Estoy condenado, no como él a contar su terrible historia personal, sino a escuchar las de estos niños perdidos. Es mi castigo y mi penitencia. En ese momento uno de los niños extendió hacia mí una mano vacilante pero, a pesar de la compasión que sentía por su sufrimiento, solté un involuntario quejido de terror.
—¡NO! —estalló mi tío con una voz aterradora que abrió una involuntaria ventana hacia esa figura que debió adoptar durante sus días de director. Me eché para atrás instintivamente y las sombras infantiles hicieron lo mismo.
—Él no es de ustedes —dijo mi tío. Volteó de nuevo hacia mí y habló con voz melodiosa—: Perdónalos, Venice. Se sienten atraídos hacia tu palpitante corazón, hacia el calor de tu cuerpo. Tienen una terrible ansia de vida. No quieren hacer daño, pero su tacto… puede helar los huesos. Es hora de que regreses a casa, Venice.
—Sí, tío —dije, pero permanecí inmóvil donde me encontraba, incapaz de darme la vuelta hacia aquellas criaturas espectrales.
—Vamos, niños —dijo tío Tankhun, reuniéndolos a su alrededor como si se prepararan para una excursión al campo—. Supongo que no te volveré a ver, Venice.
—No lo sé, señor —dije.
—Lo entendería perfectamente — dijo tío Tankhun con una sonrisa triste
—. Aunque voy a extrañar tus visitas. Ha sido reconfortante para mí tener a alguien con quien compartir estas historias. Hasta pronto, Venice.
Con estas palabras se dio la vuelta y los niños lo siguieron detrás por el camino. Me quedé mirando, el corazón palpitante, hasta que la luz de la linterna se convirtió en la distancia en una luciérnaga. Caí en cuenta entonces de que los nombres que había pronunciado cuando apareció —Bible y Jeff— eran los nombres de los muchachos en las historias: Bible, quien había sido víctima de la criatura que cuidaba el olmo y Jeff quien se había precipitado hacia la muerte después de haber visto su propio ser horriblemente desfigurado.
Mientras miraba, uno de los niños se dio la vuelta y empezó a caminar directo a mí. He dicho «caminar», pero era una especie de horrible parodia del acto de caminar; una especie de cojera tambaleante. Supe de quién se trataba antes de que mi tío pronunciara su nombre.
—¡Jeff! —gritó mi tío regañándolo—. Regresa. Deja tranquilo a Venice, es un buen muchacho.
El borroso espectro se detuvo a unos pocos metros de mí y pareció ladear la cabeza de forma burlona. Se deslizó un poco más cerca y me asaltó el temor de que iba a ver su terrible rostro, el mismo rostro que había llevado al Jeff vivo hacia su muerte.
—¡Jeff! —gritó de nuevo mi tío, con más firmeza esta vez.
Jeff se dio la vuelta y se alejó tambaleante. El aire regresó con fuerza a mis pulmones y descubrí que había estado sosteniendo la respiración. Finalmente tuve el
valor suficiente para girar y dirigirme a casa. Tío Tankhun había puesto en mi cabeza La balada del viejo marinero y recordé un verso mientras corría, la cabeza baja, anhelando la simple normalidad de mis padres y mi hogar:
“Como aquel, que en un camino solitario Avanza con miedo y pavor, Y después de haber girado por una única vez sigue avanzando, Y no vuelve a girar la cabeza; Porque sabe que un espantoso demonio viene pisando sus talones.”



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Editado: 01.10.2024

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