— Como diga señora — Celeste aguantó las ganas de llorar, cuando estuvo sola se deshago, sentía que ya no podría seguir, entonces recordó su trato con Ada, como invocada, ésta apareció en una luz, sorprendiéndola.
— ¿Por qué te querías ir?
— Me aburrieron, solo quería estar en esa fiesta para recordar los tiempos cuando vivía con papá.
— No tienes que mentirme, yo lo sé todo, ya estas perdonada de lo que hiciste, para demostrártelo te daré un regalo — tocó con sus dedos los humildes vestidos de criada de la joven, ahora tenía uno precioso de fiesta, y unos zapatos de tacón muy bellos.
— Gracias, pero ya es tarde para conseguir un vehículo, además no tengo invitación.
— No te preocupes, te llevaré a ese lugar, te esperaré a la medianoche en el mismo sitio donde aparezcamos, si no llegas tendrás que volver sola.
— Estaré allí, lo prometo, gracias.
Celeste cerró los ojos, cuando los abrió estaba en la fiesta, en un lugar apartado de un jardín, había tanta gente que nadie le prestó mayor atención cuando se unió a los congregados. Se mantuvo lo más lejos de sus hermanastras y de Yolanda, así fue que llegó de nuevo al jardín, se sentía la música atenuada, imaginó a sus padres cuando tenían reuniones en su casa, se dejó llevar y empezó a bailar sola, tan ensimismada estaba que no se dio cuenta cuando un hombre llegó a su lado, se sobresaltó cuando le tocó el hombro.
— ¿Le molesta si la acompañó?
Ella se sorprendió y rió, era todo perfecto, bailaron una sola pieza, luego se sentaron a conversar por horas, hasta que el muchacho se dio cuenta que no sabía el nombre de la jovencita.
— ¿Cómo te llamas, bella dama?
— Celeste — le sonrió coqueta — ¿Y tú?
— Enrique.
— Tienes el mismo nombre que el festejado.
— Soy el festejado.
Ella miró un reloj de flores, que empezó a sonar.
— Debo irme — la muchacha corrió hacia un rincón del lugar.
— Espera — él no quería separarse de ella.
— Ya casi son las doce — la joven corrió hacia el lado más oscuro del jardín, bajo unas escaleras, en eso uno de sus zapatos se le cayó, pero no tuvo tiempo de tomarlo.
Ada, con figura traslucida estaba allí, el festejado bajo un escalón, vio a la muchacha y la figura desaparecer en una muralla, fue tanta la impresión que cayó.
Cuando lo encontraron uno de los doctores de la fiesta lo revisó.
— Tiene un golpe en la cabeza, denle tiempo, presenta pérdida de memoria reciente, no recordará lo que pasó en las últimas horas, puede entrar a verlo.
— Hijo, que bueno que estas bien, pensé que te perdía.
— No te preocupes, eres tú quien me preocupa.
— Por eso quiero que tengas un hijo, quiero conocer a mi nieto antes que muera, esta enfermedad puede avanzar muy rápido.
— Lo sé padre, pero tener un hijo sin amor, disculpe que se lo diga, no quiero, cuando no este usted tener que vivir con una mujer que no quiera.
— Hijo, encontré esto en las escaleras donde te caíste ¿De quién es?
Él trato de acordarse, hasta que tuvo una visión, una mujer que lo cautivo.
— ¡¡Padre!! ¡¡Es ella!!
— ¿Quién es ella?
— Es a quien quiero por esposa... me dijo su nombre... pero no lo recuerdo.
— ¿Cómo era?
— No lo recuerdo tampoco, tengo que encontrarla — grito angustiado.
Desde ese momento el padre le mostró a su Enrique fotografías de todas las mujeres que habían estado en la fiesta con invitación, pero el muchacho no la reconoció, obviamente era imposible que la encontrará, ya que Celeste fue llevada mediante la magia.
— Espera, tengo una idea hijo, todas las damas de aquí tienen el pie o más chico o más grande, este zapato es fuera de lo común.
— No te entiendo padre ¿Puedes explicarte?
— Mi empresa importa zapatos y ropa para los habitantes de esta isla, y de este número nunca fue solicitado, al menos en 10 años, debe ser alguien del continente, intentémoslo. Es eso o seguir tratando de que recuerdes, el médico dice que puedes demorar meses, o no recordar nunca que pasó.
— Tienes razón.
Pero entre las extranjeras nadie tenía esa medida de zapato.
— ¿Qué haré ahora padre?
— Hay que buscar a las mujeres que puedan calzar este número.
Organizaron todo para una semana más, irían de casa en casa de todas en la isla a probarles el zapato. Yolanda había pagado a alguien de esa casa para que le mantuviera informada de los movimientos del millonario y su hijo, así supo mucho antes que los demás de la búsqueda que iba a ocurrir.
— Pero mamá — dijo Griselda — ninguna calza un número tan pequeño, yo y Anastasia somos quienes tenemos el pie más pequeño de todas, y ni así lo calzamos, tenemos dos números más al menos.
— Soy la única en toda la isla que calzo ese número, no se acuerda porque no me compra nada nuevo, solo uso lo que ellas no quieren, para usar los zapatos debo rellenarlos con algodón en la punta para que no se me salgan — les explicó Celeste a su madrastra.
— Mamá, si le prueban el zapato... — empezó a decir Griselda con rabia.
— Eso no pasara, niñas ¡¡Enciérrenla!!
La llevaron a la cocina, y la dejaron en donde guardaban la comida y los botellones de agua para las máquinas dispensadoras. Celeste se dejó caer abatida, allí nadie la vería jamás, ni la escucharía.
— ¿Qué haremos mamá? Quiero casarme con él — dijo molesta Griselda.
— No ¡Yo quiero casarme con él — le rebatió Anastasia.
Se formó una pelea entre todas, que se término cuando la madre las separó.
— Yo sé qué hacer — mostró un frasco de anestesia local, un bisturí, parches transparentes, y antibióticos.
— Ustedes dos son las perfectas para esto, niñas — se dirigió a sus otras hijas — sujétenlas.
Esa noche los gritos de dolor de dos de las muchachas se ensuciaron por toda la casona, al amanecer todo quedó en silencio.