Basado en la historia contada por Daniela, mi madre.
Aquella mañana salió de su casa a trabajar, como todos los días. Dalia era una joven de diecisiete años que solía laborar en un edificio en una ciudad cerca del pueblo en que vivía. Terminó su jornada por la tarde y regresó a casa en la noche, después de comer con sus amigas en la ciudad.
Dalia era la menor de cinco hijos, sin embargo, en aquel entonces la soledad era su única compañera. Su madre había salido de viaje con dos de sus hermanas, cuya travesía se prolongaría por dos meses; mientras que su hermano se encontraba estudiando la universidad en otra ciudad, al igual que la cuarta hermana. Su padre, por otra parte, siempre se encontraba fuera del pueblo trabajando.
Para no quedarse sola, invitaba a su amiga Luz a pasar lo noche con ella o Dalia se quedaba en la casa de su amiga. Su vivienda era grande, fría y solitaria. Un lugar silencioso pero en el que desde hacía algún tiempo atrás, habían comenzado a escucharse ruídos, verse sombras y sentir la pesada presencia de otros habitantes. Dalia era especialmente valiente y amante de lo desconocido, y a pesar de que la mayor parte del tiempo había estado sola en ese lugar, era inquietante permanecer a la espera de algún suceso paranormal. Debido a esto, todas las noches, al volver al pueblo pasaba por Luz a su morada, y aquel día no fue la excepción, acordaron que se quedarían donde Dalia y a las ocho y media se encaminaban hacia su hogar.
Estuvieron en la planta baja de la casona, charlando y preparando la ropa que usarían al día siguiente, pues Dalia tenía ropa y accesorios en todas las habitaciones. Entrada la noche, se dirigían al segundo piso, al cual se accedía por unas escaleras en un patio en la parte de atrás, cuyo muro se erguía entre su casa y la de sus tías, que tenían una gran huerta.
Con las manos ocupadas por la ropa, zapatos y demás, salieron al patio cerrando la puerta tras ellas y comenzaron a subir las escaleras a paso lento, iluminadas por la luz de las estrellas en el renegrido cielo, bromeando y cuchicheando. De pronto, un breve silencio se vio interrumpido por lo que parecía ser una risita a un costado de las escaleras. Dalia, que iba al frente, se detuvo de golpe con un escalofrío recorriendo su espalda.
-¿Fuiste tú?-preguntó a su amiga.
-No, yo no he sido-contestó con apenas un hilo de voz.
La risa se hizo presente nuevamente. Una risa aguda y burlona, que en momentos parecìa un susurro.
Ambas soltaron todo lo que llevaban en las manos y se echaron a correr escaleras arriba, tratando de abrir la puerta del primer cuarto con desesperación. "Alguien se metió a la casa", pensó Dalia, y es que no era muy dificil acceder a su hogar.
Ingresaron a la habitación temblando del susto, con el corazón latiendo fuertemente, sintiendo que las observaban en la oscuridad de las escaleras. Se quedaron un momento en la habitación, pero pretendían llegar al teléfono de la segunda, de la que las dividía un patio. La risa se escuchaba a la lejanía, pero parecía que se acercaba a ellas poco a poco, fue entonces que se armaron de valor y abrieron la segunda puerta, para atravesar el patio envuelto de oscuridad hasta la segunda habitación. Se echaron a correr tan velozmente como sus piernas se los permitieron y más fácilmente, ingresaron al cuarto y se encerraron.
Dalia corrió al teléfono, mientras Luz, terriblemente asustada comenzaba a rezar. Extrañamente, el teléfono estaba muerto. Pasaron un par de segundos, en donde se hallaban en completo silencio y eran incapaces de articular palabra alguna, hasta que nuevamente, aquella risita irrumpió en sus tímpanos. Dalia permanecía callada, mientras que Luz comenzaba a rezar nuevamente.
La risa se escuchaba cada vez más fuerte, hasta que detrás de la persiana, una sombra se acercaba. Ahí estaba, el ladrón, asesino, o lo que sea que fuese. Se reía de una manera tan perturbadora, tan aterradora, que por primera vez en su vida, Dalia sintió un miedo verdadero. La persiana era lo único que impedía que las dos jóvenes pudieran contemplar a aquel extraño ser. Sí, ser, pues en aquel momento Dalia sospechaba que no era una persona la dueña de aquella deformada silueta.
Con el telefono en mano, intentaba una y otra vez marcar, aunque al otro lado sólo hubiera silencio. Y lo que confirmó sus sospechas fueron las luces de colores que iluminaron la habitación a través de las rendijas de la persiana. Colores rojos, amarillos, verdes. Algo sucedía en el patio de su casa, pero no entendía qué, y no se atrevía a averguarlo. Las luces comenzaron a girar cada vez más rápido hasta que desaparecieron, y con ellas el ser que se reìa.
Inmediatamente, el teléfono volvió a funcionar y Dalia llamó a su tío, que vivía a una cuadra. El hombre entró a la casa por la cochera, pues ninguna de las chicas tenía intenciones de bajar a abrirle la puerta. Revisó toda la casa sin encontrar nada con el par de jovenes tras él, esperando, sin éxito, algún indicio de que su visitante fuera humano.