Durante una de esas extensas y oscuras noches de invierno, el viento golpeaba el cristal de la ventana con insistente demanda en colarse hacia la cálida estancia. Tan solo con asomarse un poco, era posible divisar el manto blanco que se amontonaba afuera, amenazando con sitiar el lugar hasta después de mañana.
Así, asomada por la ventana alcance a divisar una curiosa figura que se mecía a unos metros con todo y la espesura de la nieve y la danza de sus copos aún en el aire. Durante unos instantes, creí que se trataba de papá, que regresaba de su trabajo para estar conmigo, llevarme en sus brazos y darme un beso en la mejilla como siempre lo hacía. Ante esta idea, una sonrisa se dibujó en mi rostro y la ansiedad ocasionó que apretara la muñeca que nunca se apartaba de mí.
Sin embargo, los minutos seguían corriendo y papá no se movía ni un poco. Comencé a preocuparme así que abrí la ventana, batallando un poco con el viento que me empujaba hacía el interior, pero yo quería llamar a papá para que se diera prisa y tomáramos chocolate en la cocina con mamá.
-¡Papá, corre, te estoy esperando desde la ventana! Si no ves la casa, sólo sigue mi voz, yo te guiaré.
Pero papá no se acercaba, pensé que quizá no escuchaba mis palabras gracias al ruido de la tormenta, así que resolví correr hacia la puerta para poderlo alcanzar. Tomé mi pequeño abrigo de la percha y sin considerar usar mis botas, abrí la puerta con un poco de dificultad, siendo los deseos de estar con papá, mayores al frío que comenzó a calar mis pobres pies a medida que se empapaban con la nieve. -Aunque con las prisas, no le avise a mamá lo que haré, pero regresaremos rápido y no se molestará- pensé a medida que me acercaba a la sombra cada vez más grande y de pronto, comenzó a alejarse.
-¡Papá, espera, no es por ahí, aquí estoy! Papá, regresa.
Suplique comenzando a correr y dejando caer la muñeca que aún llevaba en brazos. Continué persiguiendo la sombra, comenzando a resentir la falta de mis botitas y tras un rato, me di cuenta de que ya no veía las luces de la casa, ni siquiera sabía en donde me encontraba porque la tormenta de nieve nublaba mi visión; tampoco podía regresar ya que, el camino de huellas que debía dejar tras de mí, iba desapareciendo al mismo tiempo que mi cabello se congelaba por el frío.
Entonces dejé de correr, caminé lentamente entre la nieve, percatándome de que mis pestañas estaban cubiertas de hielo y m cabello era tan blanco como la nieve. Ya no encontré a papá y nunca he vuelto a la casa donde mamá preparaba la cena en la cocina sin que le avisará de mi salida. Ahora recorro los poblados como un espíritu de hielo, cuidando de los niños que, como yo, salen del cobijo de sus casas y por alguna razón terminan perdidos en el helado manto que forma el invierno. Por eso no me siento sola, tengo muchos amigos que me hacen compañía y cada noche de tormenta invernal, salimos a cuidar de los desafortunados niños perdidos.