La niña de mis ojos tiene cabello ondulado, ligeramente dorado ante los rayos del sol. Cuando juega, su carita de manzana se torna rosácea y al sonreír, sus mejillas enmarcan unos delgados labios como los de papá, pero con los grandes ojos de su mamá.
La niña de mis ojos hace travesuras curiosas, juega a ser mamá con sus muñecas y les da papillas para bebé, usando las manzanas que extrajo del refrigerador. Y cuando el regaño se pone seria, baja sus ojitos y me enternece, deteniendo así la sanción, para forzándome a abrazarla y darle papilla también. Ah, pero con su papá es un angelito que nunca hace travesuras, aunque sus calcetines acaben convirtiéndose en títeres con todo y boca.
Esa bella niña es bastante inteligente, me pregunta por el sol, la luna y las estrellas que la acompañan hacia donde quiera que va, pero no me cree cuando le digo que un arcoíris se forma con gotas de lluvia y rayos del sol, porque me responde:
-ay mamá ¿cómo va a ser la lluvia y el sol, si de tu muñeca sale un arcoíris cuando te pones aquella pulsera de colores? Para mí que el arcoíris lo haces tú.
Mi bella niña apenas me llega a la cintura, pero la veo tan grandota cuando usa mis zapatillas y labiales para jugar, que pienso en cómo es posible si ayer la seguía llevando en su moisés; incluso el otro día la observe usando una de mis blusas como vestido para salir de compras con su abuelita, sino es que ella la envía a cambiarse, es capaz de irse así a la calle.
Incluso en la escuela, me dice su maestra que siempre quiere participar en la clase, siempre tiene algo que decir y una vez que inicia su pregunta, termina explicando otra cosa y no la puede detener. Le respondo a la maestra que esa es una de mis herencias y que quisiera que estuviera en una plática de las dos, creo que la marearíamos de tanta palabrería y ahora, si nos escuchara platicar con su papá, uy, saldría corriendo porque francamente somos una familia de loritos inquietos, deseosos por jugar, reír, cantar y amar a esta hermosa niña de nuestros sueños.