En alguna ocasión, hace ya varias décadas de nuestro tiempo, existía una inquieta y alegre niña, de unos 7 años y con largos cabellos rebeldes, que aprendía a bordar sentada a lado de su linda madre. La señora trabajaba como costurera, siendo especialmente cuidadosa con los detalles, esperando vender sus piezas a un buen precio y que pudiera llevar un ingreso adicional a su familia.
Su devoción a la costura era tal en aquel momento, que no reparaba en que su hijita ya se había pinchado el dedo como por quinta ocasión consecutiva.
-¡Ay! -grito la niña- otra vez me pinche con la aguja, así mis deditos van a parecer alfileteros, mamá ¿cómo es que tú puedes cocer todo el día sin lastimarte?- protesto la niña.
-Porque yo estoy concentrada en lo que hago y tengo mucha más experiencia que tú, Serafina, quien apenas está aprendiendo y cuya mente se la pasa pensando en querer jugar con los niños de la cuadra. Ahora, es mejor que te laves las manos y cuides de no ensuciar tu costura, ya vi que te está escurriendo una gotita de sangre.
La niña se llevó el dedo a la boca para sanarlo, contemplando con desdén la ingrata costura que, desde hace días, no hacía más que mortificarla.
-¿Por qué tengo que aprender a cocer? no me gusta, me choca no poder darle las formas que quiero al bordado ¡trato de hacer una flor y esto parece una lechuga! -exclamo ya con mal humor, Serafina.
-Deja de desesperarte, esto lo hacemos para comprar ropa y comida, tienes que dejar de enojarte, que así ni aprendes y nada te saldrá bien.
-Pero es que no entiendo, a mí no me gusta bordar, yo quiero hacer otras cosas para ayudar. Ya te dije que quiero aprender a tallar sillas de madera, eso sí que se ve interesante. -Afirmo la niña con una sonrisa mientras, ante sus ojos ya se proyectaba la imagen de una mecedora o un tocadorcito de su tamaño.
-Y supongo que no te vas a quejar de que una cierra te cause ampollas y cortes pese a que lloras por pincharte con las aguas- dijo en tono burlón la mamá, regresando su atención hacía la costura.
-No, porque lo voy a hacer bien, la madera es mucho más gentil conmigo que la tela, el otro día incluso hice un nido para las aves, utilizando una rama hueca que encontré y un cuchillo. Me quedo muy lindo, mamá.
-Seguro que sí, no dudo que todo lo que tú hagas te queda muy bonito, por eso confió en que esa servilleta que estás bordando te quedará excelente cuando le pongas el mismo empeño. Anda, que te estás atrasando y ya sácate de la mente hacer tantas cosas de niño o terminarás por volverte uno.
Para ese entonces, Serafina ya no escuchaba, este recuerdo del nido para aves, en unión con la mecedora y el tocador que formo en su cabeza, la dejó fantaseando en todas las maravillas que podría crear con sus manos, así que, comenzó a pensar qué podría hacer para convencer a su mamá de que la llevara a un taller para aprender el oficio de la carpintería. Por ahora, su plan comenzaba en hacer caso de todas las instrucciones de su madre y dejar que estuviera de buen humor con ella; para eso, buscó toda la concentración que encontró disponible en su cabecita y se dedicó el resto de la tarde a su bordado, pese a que no diera grandes resultados pues, cuando cayó la noche y volvió a contemplar su creación, se irritó una vez más y mejor se fue a escribir sus ideas para la mecedora en un cuaderno.
Transcurrieron varios días sin que Serafina recordara todas sus ideas sobre carpintería, ya que, como toda niña, solía imaginar en grande cada día, pero, al caer la noche y entregarse al sueño, su mente dejaba en el olvido todos sus proyectos y anhelos esculpidos el día anterior, reservando el espacio y las energías para las creaciones de un nuevo amanecer.
Esto, hasta que un día, jugando con sus muñecas encontró un viejo libro de cuentos que pertenecía a su mamá y que, de vez en cuando, leía cuando en las noches no conseguía dormir por sí misma. Era la primera vez que lo tenía en sus manos y al contemplar las letras y dibujos trazados en sus desgastadas páginas, pensó que era curioso cómo es que su mamá aun podía leerlo pese a que las palabras se veían borrosas, así que, entregada a la curiosidad, fue corriendo a la cocina donde su mamá preparaba el desayudo.
-Mamá, este es el libro que siempre lees para dormir, pero no sabía que estaba tan viejo, normalmente te escucho y solo veo el bonito forro que le hiciste, hasta que hoy vi cómo es por dentro ¿Cómo le haces para leerlo si ya casi ni se ve?
La mamá seco sus manos en el delantal que llevaba y tomo el libro entre sus manos para curiosearlo al tiempo que le respondía.
-No me había dado cuenta de que estaba en tan mal estado, en realidad todos los cuentos me los sé de memoria así que sólo tomo el libro como recuerdo de tu abuela, hace mucho que no necesito ver las letras para saber cómo va cada cuento, aunque sí disfruto mucho de contemplar los dibujos, es una pena que esté así -terminó con un suspiro, devolviendo el libro a Serafina y retornando a su tarea de lavar platos.
-¿Y si compramos otro? -preguntó Serafina
-Sí, podemos comprar otro cuando haya dinero - respondió un poco desanimada la mamá.
Entonces Serafina retomó el juego con sus muñecas, quienes ahora se dedicaban a escribir cuentos, ya que esa conversación le había otorgado una muy buena idea para pasar el día… ¡hoy sería escritora!