Cuentos perdidos de Nestáf

El oído del rey

Estaba construida en medio de dos grandes cordilleras que actúan como infranqueables murallas, hecha de piedra negra y recubierta del mejor hierro que los hombres pudieran forjar en sus hornos de lava. Vigilante y magnífica cual ninguna, así era la gran fortaleza de estrella de Terraforte, la única capaz de contener las hordas de los hombres bárbaros del este que amenazaban invadir constantemente. Terraforte es la puerta de entrada a la gran ciudad de mármol y piedra, WitKalas, capital del reino más grande y antiguo de la raza de los hombres.

Desde la construcción de la fortaleza muchos Nobles han probado su valor e ingenio para defender los muros, pero ninguno como Édel, de la casa Lúthiel, quien se ha sabido ganar el temor de los bárbaros, el respeto de sus soldados y favor aldeanos de los alrededores de la fortaleza, que llegaban allí deseando escapar de las guerras que la capital libraba contra otros reinos de hombres. 

Los muros son altos y gruesos, sus torres no poseían punto ciego alguno y su gran alcázar resistiría cualquier inclemencia, sea natural o humana. El alcázar era, quizás, la construcción más emblemática de toda la fortaleza, la más defendida, pues ahí residía aquel que gobernaba Terraforte. Imponente era esa edificación, pero el interior es hermoso, de una simplicidad equilibrada y elegante que evoca un sentimiento de orden y, en cierta forma, de calma. Grandes salones de sáuco y roble, dotada con todas las comodidades que el reino puede ofrecer a aquel noble que preste servicio militar en la custodia de la fortaleza. Si Terraforte iba a caer, caería desde su interior, pues más fácil arde la madera que la piedra.

La noche no tenía luna, una suave brisa proveniente de las montañas desciende y se pasea por la muralla, observando a los hombres que cumplían con gran disciplina la guardia, poco a poco la brisa asciende por una gran torre y choca imperceptible contra los cristales de la más alta de las alcobas del alcázar. La fortaleza era impenetrable y aquella habitación era la preferida del noble que la gobernaba, por ser la más segura. 

La habitación destacaba por sus murales de exquisito realismo que exponían la historia de Abendland: el ascenso, reinado y la caída de la casa Caster; la conquista del Ducado de Emerth y, por supuesto, las invasiones bárbaras antes de la construcción de Terraforte. El noble tenía a su disposición una cama cómoda de finas telas y almohadas con relleno de plumas que jamás usaba, en su lugar prefería el suelo, pues él pensaba que así no se acostumbraría a la paz. Pero sí había un lugar de la habitación que el noble recurría constantemente y con la misma persona, era una gigante bañera rectangular de aguas cálidas al nivel del suelo, y ahí estaba:

—Tú deberías ser rey —dijo de repente el joven escudero de ondulados y brillantes cabellos como narcisos, que lava parsimoniosamente el pecho al noble de la casa Lúthiel—, el país está en guerra y la capital vuelta en corrupción. Considero que merecemos a alguien capaz.

—Amo tu imaginación —respondió el noble esbozando una sonrisa desde la gran bañera de jade, donde plácido descansa apoyando su cabeza en el regazo de su escudero—, pero sabes que prefiero la sensatez por sobre todo

—Oh, soy sensato, mi señor —continuó el escudero apresuradamente, previniendo que lo tomen por sarcástico—. Son varias las veces que usted ha manifestado su incorformidad con la corona —dijo humedeciendo una vez más la esponja en el agua de rosas—.

—Esto que dices es considerado traición —dijo el noble de repente, agarrando rápida y firmemente la mano de su escudero cuando estaba a punto de tocar su cuerpo desnudo—, creo que debo arrestarte

—Oh, tú y yo sabemos que eso no pasará —sonriente menciona el escudero y el noble le suelta la mano, dejando escapar una risa burlesca

—Ven aquí —ordena el noble

—¿No estabas por arrestarme? —replica el escudero

—Si no vienes tendré que hacerlo —concluye el noble. El escudero levanta una ceja y una pequeña carcajada escapa de él; se pone en pie mientras el noble mira con atención desde su hombro como este se desprende cuidadosamente de su bata de seda escarlata, quedando su delgado cuerpo totalmente expuesto.

Despacio ingresa a las cálidas aguas y deja que esta lo cubra hasta la mitad de su cuerpo al arrodillarse frente a su señor, lentamente se desliza a gatas hacia el noble entre sus piernas, mirándolo fijamente por unos instantes, casi rozando la nariz de este.

El noble era un hombre robusto y templado en la oscuridad de la guerra, de mirada cazadora y analítica, era conocido como "la muralla de Terraforte" por su gran tamaño y fuerza, de hombros anchos y manos de roble capaces de empuñar una espada larga con solo una de ellas.

El escudero repasa con sus dedos las heridas de guerra del pectoral de su señor y este juega con los rizos de su escudero de ojos esmeralda.

—Tú piel es muy blanca y suave... —dice el noble acariciando con sus manos el cuello de su escudero, descendiendo suavemente, pasando por su clavícula, sosteniendo al final el hombro— ni un solo rasguño de batalla... debes ser el peor de los escuderos

Dijo y ambos rieron a carcajadas.

—Además —continuó el noble— ¿cómo podrías ser escudero? eres delgado, parece que no te alimentaras

—¿Oh, estoy delgado? —dice fingiendo ofensa— bueno, entonces eso te convierte en el peor de los señores —culminó y otra vez rieron. El silencio invade toda la habitación, casi se puede oír los latidos del corazón retumbar en las paredes de piedra y roble. El escudero recorre con sus dedos el pecho de su señor hasta acariciar con su pulgar la mejilla de su señor, lanzándole una tierna sonrisa a escasos centímetros el uno del otro.

—Tú deberías ser rey —dice aún sonriente

—Muy bien, estás bajo arresto —dijo el noble y no dejó tiempo al escudero para sorprenderse, en un segundo ya estaba siendo abrazado firmemente por su señor, quien hizo que este se recostara de espaldas a él en medio de los chapoteos— estás acusado de incentivar un movimiento de secesión —dijo entre risas—.




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