Cuentos que no se cuentan

La otra ruta

 

Al asomarme por la ventana vi que el autobús había tomado otra ruta.

Fue ahí que sentí miedo.

Estaba seguro de que aquella debía ser mi ruta, de lo contrario no me hubiese subido a ese autobús. Al principio traté de mantener la calma, pues pensaba que quizás el conductor había optado por tomar un atajo para evitar así al tráfico, pero en el momento en que vi la calidad del nuevo camino las alarmas comenzaron a encenderse en mi cabeza.

Mediante el autobús avanzaba por aquella nueva ruta me percaté que los autos que pasaban alrededor eran cada vez menos, al igual de que los edificios urbanos comenzaban a transformarse en casas, todo para terminar adquiriendo la forma de solas y humildes chozas de madera, las cuales se hallaban escondidas entre la vegetación. Tampoco había casi nada de gente, lo cual explicaba la ausencia de luces en la mayoría de las chozas en la zona. Con el pasar de los minutos noté como él autobús volvía a dar otro giro, esta vez para adentrarse en una ruta que solo me hizo confirmar mis sospechas. Esta nueva ruta era más alejada que las anteriores y es que esta se encontraba rodeada por árboles gruesos con ramas enormes. Aquella ruta estaba sin pavimentar y debido a esto el autobús daba inesperados brincos que me hacían golpearme contra los duros asientos. En aquel sitio ya había ningún tipo de luces o construcciones; no, aquello solo era un camino olvidado que atravesaba el bosque y el único ruido que podía oír era el de las pesadas llantas del camión, las cuales batallaban al avanzar por el descuidado camino de tierra.

Yo era la última persona abordo. Durante todo ese tiempo me había quedado arrinconado hasta el asiento de atrás y mi único acompañante era el conductor, quien solo se dedicaba a conducir y ver hacia el frente. Eh de admitir que pude haberme levantado para dar mis quejas al conductor desde antes que este entrase en aquel camino boscoso, no obstante, no puedo negar que durante ese instante me había convertido en una presa de mis propios miedos. Nunca había sido una persona muy dada a socializar y siempre me había caracterizado por ser alguien bastante sumiso. El miedo que había sentido durante ese cambio de ruta me había dejado paralizado y es por eso que ahora estaba en esa situación, una situación a la que, de cierta forma, yo solo me había buscado.

Me sentí culpable, pero sobretodo, lo que más sentí durante ese momento fue ira. Mucha ira.

Por primera vez en toda mi vida me percaté del tamaño de mi propia cobardía; recordé todas esas veces en que dejé pasar tantos abusos e injusticias hacia mí, todas esas veces en que había sido pisoteado por todos los que me rodeaban y todas esas veces en que me habían llamado cobarde por el hecho de que nunca hacía nada para impedirlo. Recordé todas las veces en las que me había armado de valor solamente en la soledad de mi cuarto a obscuras, todas esas ocasiones en las que lloré hundido en mis sábanas, siempre maldiciéndome una y otra vez por ser tan marica. Eso es lo que era, un marica.

Pensé en toda la razón en la que había estado mi padre en llamarme de esa forma, ya que solamente dejo de llamarme así porque el muy bastardo se había muerto. Siempre creí que había muerto de eso, del coraje. Tantos años desperdiciados criándome y enseñándome cosas, todo para que al final yo me decidiera por nunca usar el valor que siempre me inculcó. Durante toda su vida, mi padre jamás le tocó ver algún momento en que por fin me levantase para así enfrentar mis problemas. Pero ahora eso estaba a punto de cambiar. Este era el momento en que tantas noches había soñado. A partir de ahora mi vida iba a cambiar por siempre. Y es que así lo fue.

Fue así que por fin me armé de valor y me puse de pie. Lo primero que hice fue gritarle al conductor con tal de que se volteara a verme, pero el conductor no me hizo caso. Al ver su nula reacción decidí seguir gritando mientras golpeaba los asientos y las ventanas, ya que en anteriores viajes había visto como otras personas hacían los mismo cuando el conductor se pasaba de su parada y no escuchaba los llamados de los pasajeros. Pensé que esto podría molestar al conductor e incluso consideré en pedirle disculpas, no obstante, mi determinación ya había llegado a un nivel que jamás había alcanzado. ¿Por qué tendría que pedirle disculpas por eso? Al contrario, aquel conductor era el que me debía una disculpa, y no solo por ignorarme, sino que también por alejarme tanto del camino hacia mi casa. Pero eso tampoco funcionó.

El camión siguió con su avance y mientras lo hacía el miedo comenzó a invadirme. Entendía ya que aquel conductor tenía alguna intención siniestra conmigo, de lo contrario no me hubiese llevado tan lejos de la ciudad. Aquello no podía significar nada bueno, por lo que, con más miedo que cordura, me encaminé directo a la puerta trasera del camión. Al llegar a ella intenté forzarla con tal de salir de ahí; aquel mecanismo era más fuerte de lo que había imaginado, pero estaba seguro de que si ponía la suficiente fuerza iba a poder abrirla. En aquellos instantes mi mente se comenzó a llenar de varias ideas: pensé en que si no podía abrir la puerta iba a tener que romper alguna ventana para salir; no tenía nada conmigo que pudiese usar para romper el cristal, pero alguna vez en televisión había visto que uno podía romper un cristal usando su codo, y lo único que tenías que hacer era cubrirte el hueso con alguna prenda para así no cortarte con los vidrios rotos. También pensé en seguir insistiendo con la puerta, ya que creía que esta estaba a punto de ceder. Consideré los riesgos que había acerca de saltar del camión en movimiento, no obstante, lo que más se asomaba en mi cabeza era sobre lo que iba a hacer una vez que saltará del autobús. Entendía que correr por el camino era un riesgo ya que el camión podía dar vuelta y alcanzarme sin problemas, por lo que mi mejor opción iba a ser correr a través del bosque, ya que el camión no podría alcanzarme ahí. Debido a la situación prefería echar mi suerte a no perderme en el bosque que a quedarme en aquel camión con él conductor. Fue justo cuando pensaba en mis posibilidades que el camión se detuvo de golpe. El inesperado frenado me hizo impulsarme hacía el frente, golpeándome así la cara contra uno de los asientos que estaban cerca de la puerta. El golpe fue muy fuerte y no tardé en sentir como corría la sangre por mi frente. Estaba aturdido, pero aún pude mantenerme consciente. Con trabajos conseguí recargarme en uno de los asientos; mi cabeza me ardía un montón, pero aun así traté de ponerme de pie mientras que con la mirada trataba de divisar al conductor del camión. Mi visión era pésima, por lo que en un inicio vi solo la silueta del conductor. En ese momento lo ignoraba, pero aquel iba a convertirse en el momento más traumático y aterrador de toda mi vida. Algo que hasta la fecha no he podido superar.




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