Todo comenzó con mi secuestro. Eran vísperas de Halloween. Salía del trabajo después de un día agotador. Decidí ahogar mis penas en el bar de enfrente. Después de un par de wiskis, la vista se volvió algo turbia y cada paso que daba era como andar entre arenas movedizas. Ya era hora de volver a mi casa, pero ese momento nunca llegó. Justo antes de introducir la llave en la cerradura, hazaña que me costó un largo rato debido a mi embriaguez, un saco envolvió mi cabeza. Intenté escapar pero la fuerza de cinco personas me lo impedía. Me introdujeron en la parte de atrás de una furgoneta, amarraron mis manos para evitar defenderme. El miedo se apoderó de mí, mientras una voz sensual y femenina me susurraba que no temiera, pues iba a formar parte de algo muy importante. Sus palabras no me dieron ninguna tranquilidad. El saco ahogaba mi respiración y en el pecho sentía quemazón por cada pulsación acelerada de mi agitado corazón. El trayecto fue relativamente corto en kilómetros pero intenso e interminable para el pavor que sentía, pues no había manera de escapar ante aquella situación.
El vehículo paró de forma brusca y a empujones me sacaron. Con un fuerte golpe caí al suelo de forma irremediable y tras un corto paseo en el cual me llevaban en volandas, me despojaron del saco que cubría mi cabeza. Me habían llevado a una vieja mansión abandonada a las afueras de la ciudad.
Mis secuestradores vestían túnicas ceremoniales de color negro. Intenté reconocer a alguno pero las capuchas no me dejaban ver sus rostros. Entre sollozos me quise resistir. Intentaban tumbarme en el suelo, donde habían dibujado una estrella de cinco puntas. Aquella marca la reconocí de inmediato, era el símbolo de Satanás. Todo estaba cubierto de velas que con su luz atenuaban el ambiente haciendo de él, un lugar aún más tétrico. Yo no quise colaborar, intentado escapar de sus macabras intenciones, hasta que un fuerte golpe en la cabeza me hizo perder la conciencia.
Cuando desperté, ya estaba tumbado sobre aquel símbolo satánico y mis extremidades estaban atadas con sogas a la pared, tan fuerte que sentía mis músculos desquebrajarse. Estaban llevando a cabo un ritual. Aquello fue el principio de mi fin. Miré de frente a los ojos del demonio. Caí en el mismísimo infierno.
Mis brazos y piernas se desencajaban de sus articulaciones. Entre gritos suplicaba que me soltaran. Los cinco secuestradores se regocijaban en mi sufrimiento mientras entonaban un cantico en un idioma desconocido. Lo peor comenzó cuando sus dagas ceremoniales se clavaban sobre la piel de mi torso desgarrándola. Dibujaron en mi pecho un extraño símbolo chorreante de sangre. El dolor se convertía en agonía, mientras pasaban sus lenguas por la sangre que brotaba de mis heridas. Se drogaban con mi dolor, eran yonquis de la muerte.
Con angustia gritaba sobre un charco de mi propia sangre, pedía auxilio y suplicaba piedad. Como respuesta solo se escuchaba el eco de mis súplicas rebotando en las paredes de aquella apartada y vieja mansión. Nadie llegaría en mi ayuda, mi destino estaba escrito. Cuando todo parecía que había acabado, uno de ellos agarró mis parpados con fuerza impidiéndome cerrar los ojos. Dos grandes y finas agujas se acercaban a mis pupilas. Sin remordimiento, las introdujeron de forma pausada en mis ojos, mientras seguían con sus cánticos infernales. Mi sufrimiento terminó con una de las dagas clavada en mi corazón, sobre el sangriento símbolo de mi pecho, dándome muerte.
Ahora soy un demonio con sed de venganza.
Un alma en pena.
Este es mi diario maldito.
Todo aquel que lea mi confesión.
Caerá en una terrible maldición.
Atentamente: 666