"Pero salirse del personaje después de años perfeccionándolo resulta más difícil de lo que alguien se puede imaginar"
Matteo:
El tiempo caminaba con suma lentitud y mis deseos de que aquella mujer se callara, iban en aumento. Los demás alumnos del salón estaban entre embelesados y dormidos, intentando establecer el contacto visual con el rostro arrugado de la profesora. La clase más lenta de la historia sin lugar a dudas. Cuando ella le dio fin a la lección, todos salieron disparados hacia afuera, como buscando oxígeno para respirar.
Por suerte, esa era mi última sesión antes de terminar el día y como cada miércoles, tenía una cita muy importante a la que asistir. No sé el por qué mis nervios seguían aún como el primer día que hice esto, pero bueno, en eso consiste la interacción con las personas, eso es lo que la hace adictiva.
Llegué a aquella institución y como cada vez que la visitaba, me quedé durante unos segundos, observando el magnífico contraste entre el blanco de sus paredes y el verde intenso en los jardines frontales. Nunca fui un fan de la naturaleza, pero había algo que me hacía amar a todo lo que crecía dentro de aquel sitio.
Yo trabajaba como voluntario atendiendo a niños con Síndrome de Down. Allí las personas tenían siempre esa alegría radiante, te regalaban una sonrisa por cualquier cosa y eso era precisamente lo que más necesitaba. Los motivos por los que me fui de Rusia, dejaron de atormentarme tanto cuando conocí a estos niños, a estas personas tan llenas de amor que regalar.
—Hey, Matteo —dijo Layla, la muchacha encargada del lugar y que me había recibido con los brazos abiertos desde que llegué.
— ¿Cómo va todo? —pregunté, mientras caminaba a su lado.
—Más o menos —hizo un intento por sonreír—, estoy planificando una actividad junto a los padres de los niños, que creo te podría servir como cierre de tu carrera —comentó bastante emocionada.
—Explícate mejor, porque no estoy entendiendo mucho tu punto —tomamos asiento en uno de los bancos de la entrada.
—A ver, Matteo —se giró hacia mí—, hay personas cuyos hijos presentan desde la primera infancia traumas tanto genéticos como psicológicos. Por eso quisiera hacer un pequeño festival, con el objetivo de que los padres en esa situación, puedan unirse a nosotros y así le den a sus hijos una mejor oportunidad de integrarse como ser social.
—Layla, me parece increíble la idea —sonreí—. Pero tienes algo más para decirme, ¿cierto?
—Sí —confesó—, es que hay una niña en cuestión de la que nos reportaron su situación hace unos días, tiene Síndrome de Down y además está sufriendo maltrato familiar.
— ¿Por qué nadie ha hecho nada? —solté en no muy buen tono.
—Nosotros intentamos acercarnos a la familia y mostrarle el lugar, pero ellos están renegados a aceptar la condición de la pequeña —dijo con una extraña expresión en el rostro—. He pensado que a lo mejor tú con un trabajo más exhaustivo, puedas lograr algo con ellos.
Mi cabeza comenzó a doler, tan fuerte que tuve que posicionar mis manos sobre ella, intentando reprimir el dolor. Mis recuerdos estaban otra vez frente a mí, pero de manera diferente. Es increíble cómo cambia la situación cuando ves desde otra perspectiva.
— ¿Necesitas ayuda, Matteo? —Layla se puso de pie, intentando que centrase mi atención en ella
—Estoy bien —dije apartándola un poco—, solo dile a los niños que no puedo estar hoy con ellos, necesito irme a casa.
—No, tú no puedes irte así —me reclamó ella—, vas a entrar conmigo y haremos que alguien te revise.
—Layla, quiero irme.
—Matteo, sabes bien que no sería un buen médico si te dejo irte así.
—Entonces sé una buena amiga y déjame irme —sisee—, necesito estar solo.
—Si no te abres con alguien siempre vas a terminar así, huyéndole a todo como un cobarde.
— ¡No tienes idea de lo que estás hablando! —grité sin controlar mi tono.
—Claro que no la tengo, porque a pesar de que siempre he estado para ti, eres incapaz de contar conmigo para que mínimo, te atienda como especialista.
—Yo no necesito un médico.
—Y qué sabes tú sobre lo que necesitas, si no te viste cómo segundos atrás perdiste totalmente el control.
—Perdón —hablé entre dientes—, debo irme Layla.
—De acuerdo —sentí la tristeza en su voz—, solo ten cuidado, por favor.
—Lo tendré —besé su frente y salí lo más rápido posible de aquel lugar.
Llegué a mi edificio, que parecía uno de esos sitios súper serenos, pero al recordar a la loca de mi vecina, hice súplicas internas para no tener que tropezar con su ego por el camino. Ella era ese tipo de persona que logra hacerte la cabeza un nudo lleno de contradicciones. Tan bella físicamente, pero su manera descuidada de ser y su elevado ego, terminaban por arruinarle la imagen.
Aquel cabello rojizo perfectamente laceado, que no se molestaba en acomodar, distinguía sus grandes ojos negros, que hacían una combinación perfecta en el rostro con sus tupidas cejas. Así era Jane, esa persona que quieres mantener lejos porque sabes que puede terminar volviéndote como ella, un desastre más.
Sin darme cuenta, los pensamientos de remordimiento que me azotaron todo el camino hasta casa, se habían evaporado. Me centré tanto en ella que por un segundo, toda esa rabia contenida dentro de mí se perdió. Tal vez es verdad es que decía mi profesora en clases, ¨cuando tu mente no soporte el peso de tus pecados, intenta analizar una aún peor y te darás cuenta cómo todo se vuelve más liviano¨.
Se abrió el elevador y cuando justo cuando cruzaba por el pasillo en dirección a la puerta mi apartamento, encontré la suya abierta de par en par. No quise asomarme, porque eso sería grosero, pero la curiosidad es algo contra lo que no puedes luchar.
Dirigí mi mirada discretamente hacia su casa, para encontrarme con su cuerpo tendido en el suelo, como si fuera la cama más cómoda del mundo. El cabello lo tenía esparcido sobre el piso y respiraba tan lento, que se envidiaba su paz interior. Sin darme cuenta, me había quedado parado en el medio del pasillo más del tiempo debido, y ella, claro, no podía detener sus comentarios.