Cuervo, no me olvides.

9

Apenas la puerta se cierra detrás de Lee que me recuesto en ella. Las palabras de Lee siguen rodeando en mi mente. Sin moverme, observo a Lucy recoger la escoba caída en el piso. Su rostro, más pálido de lo normal, muestra señales evidentes de ansiedad. En un intento infructuoso para engañarme, Lucy comienza a barrer el pasillo.
Durante esos escasos segundos, mi mente rebaja mis opciones mientras mi corazón solo quiere hacer desaparecer los pocos pasos que nos separan.

Ella me está engañando, es un hecho. Lee tiene razón; tres años es mucho tiempo para solo aparecer en el aire como por arte de magia. No debo dejarme engañar, no debo creer en todas sus explicaciones, tengo que ser más racional y no beberme cada una de sus palabras como si fuesen las últimas gotas de agua del desierto.
Sin quitarle los ojos de encima, descubro un abanico sin fin de emociones ocultas detrás de una fachada que se agrieta poco a poco. De pronto, sus mejillas y su cuello se vuelven rojos. Tan rojos, que sus ojos verdes parecen ser dos esmeraldas fosforecentes.
Odio esa mirada.
Odio cuando me hace esto.
Lo odio porque sé muy bien lo que va a pasar. Conozco cada una de sus expresiones; cada palabra que su boca calla, pero que cuerpo traiciona: no cederé.
Decidido, cruzo los brazos sobre mi pecho. No me moveré de un solo milímetro. No dejaré que sus lágrimas de cocodrilo me engañen. 
Frustrado, meto mis manos en mis bosillos y cargo el peso de mi cuerpo en mi otra pierna: no me moveré.

Avergonzada, Lucy se escuda, pero desde aquí puedo ver sus hombros sacudirse por los espasmos de su socada respiración.
Ella volvió a mí.
Ella está aquí, sola, a poca distancia de mí.
Lucy, volvió a mí.
Sola, Lucy volvió a mí.
Solo tres pasos nos separan uno del otro.

Y sin preverlo, algo dentro de mí se rompe. Sin poder controlarme camino esos tres pasos y la tomo en mis brazos. Encierro su tembloroso cuerpo en la seguridad de mi abrazo, y con mis manos le acaricio su suave cabello dorado.
—No llores.
En repuesta, Lucy me aprieta aún más para esconderse en el hueco de mi cuello sin dejar de llorar. Sus  lágrimas, como látigos, laceran mi piel. Y su llanto, es como una silenciosa plegaria rogando por un poco de piedad, por un poco de bondad.
—Por favor, pará.
Firme, pero con cariño, la alejo y  sin soltarla le quito unos mechones pegados en su frente. Al instante, Lucy se muerde su tembloroso labio inferior rehuyendo de mi mirada.
—Mírame.

—¿Qué? —me desafía.

—¿Qué te pasa?

—Son... son demasiadas emociones para un solo día. Solo déjame calmarme.

A regañadientes la suelto y me alejo. En ese breve instante, un extraño sentimiento rasca la superficie de mi subconsciente. Más que un sentimiento, es una intuición, una especie de alerta que me advierte que algo está está fuera de lugar. Algo no encaja.

—Lo siento, Alessandro —se excusa Lucy, al mirarme con sus suplicantes ojos verdes. Sé que es mucho pedir que creas en mí en esos momentos, pero la verdad es que no tuve opción. Nunca la tuve.

—Siempre la tenemos, Lucy, siempre —contesto molesto, volviendo a mi lugar, cerca de la puerta.

—Si supieras... —niega Lucy con la cabeza.

—Entonces explícame —la animo.

—Él murió, y recuperé mi libertad.

—¿Quién? ¿Cómo? —digo, preocupado por la gravedad de sus palabras. Ansioso, me acerco hasta tomarle sus manos en las mías, y con suavidad presiono sus dedos, acariciándolos.

—Recuperé la libertad cuando... —Lucy para de explicar, baja la mirada, humedece sus labios pintados de rojo, y observa a sus alrededores en busca de una respuesta. Para cuando se suelta de mi agarre su boca suelta las palabras en un leve y apenas audible susurro—: cuando el señor Page murió.

—¿Page? ¿El político? ¿¡Qué tiene que ver él en eso!? —presionó frustrado, mientras cierta ansiedad vuelve a aprietar mi pecho y con ella las palpitaciones lacerantes alrededor de mi cráneo.

—Sí, él tiene todo que ver porque... porque yo era su epleada. Como su asistente de dirección me tocó espiar a ciertas personas por él.

—Personas...

—¡Personas, como tú! ¡Acaso no lo entiendes! ¡¿Acaso de verdad nunca lo entendíste?!

Del golpe, retrocedo hasta tocar la puerta. No puede ser, ella me está mintiendo... —No puede ser verdad.

—Sé que no te agrada saberlo pero no puedo continuar mintiéndote. Page me pagaba para espiarte. Él me pagaba para ser tu amiga y tu amante, a cambio de todas las informaciones que le daba yo vivía una vida de lujo.

—Es una broma, ¿verdad? Vienes aquí después de tanto tiempo para soltar esa bomba a mi cara esperando a que te entienda —suelto con desprecio.

—¡Lo siento! Pero, Alessandro... no, no te vayas. Espera, déjame explicarte...

—¡¡Explicarme qué!! ¡Qué fuí un maldito imbécil, un peón, un puto OBJETO! ¡¡¡¡JODER!!!!




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