Al llegar a la oficina estoy decidido, hoy enfrentaré a mi asistente también, dos pájaros de un tiro. Apenas las puertas de los vidrios de cristal del elevador VIP se abren, entro en el pasillo y camino hasta el escritorio de Catalina. Extrañado de no verla, realizo que ella no está. Contrariado, chequeo, inadmisible. Como es que mi asistente no llega antes que yo. Impaciente, saco mi móvil y la llamo; el primer tono suena seguido por otro, y otro, y otro hasta enviarme al buzón de correo. Sin dejar mensaje alguno, cuelgo.
Bueno, un poco de tranquilidad no me hará ningún daño. Además estoy cansado, iré a echarme una siesta. Con esa idea en mente subo las escaleras, de inmediato las puertas corredizas de mi oficina se abren y entro, tomo el control de mando para cerrar las persianas hasta que apenas un hilo de luz entra en la habitación. Luego, me recuesto en el sofá. Y sin ganas, saco el tarro de pastillas para tragarme dos de una vez.
El sueño no tarda en mecerme hasta lograr dormirme por completo. De pronto, me encuentro en el puente, el mismo de siempre, Lucy está arriba, sentada sobre la baranda. Desde donde estoy no alcanzo verle el rostro, pero sé que es ella. Con el miedo en las tripas corro hacia ella, le tiendo mi mano pero ella se deja sin que yo logre retenerla. Desde arriba, observo impotante su caída con su falda blanca moviéndose por el aire. Las ganas de tirarme con ella para atraparla es tan fuerte que agarro el metal para retener mi instinto en seguirle, y grito para soltar la agonía de mi alma.
No sé cuánto tiempo sigo mirando las aguas profundas del río en espera de alguna señal de vida. A mí me parecen minutos y a la vez horas. Pierdo toda noción de realidad, busco, corro, grito por ayuda. Voy por todo lado, hasta realizar que no puedo hacer nada. Para lo peor, a los pocos segundos, escucho la corriente de la presa soltarse, y justo en ese momento, me desplomo en el mismo suelo, me arranco el cabello y lloro porque no hay forma de sobrevivir a una caída así de fuerte y menos resistir a la potencia del agua.
“La familia Page tiene la culpa...
Ellos me querían arrinconado y lo lograron...
La hija de la familia Page...
Ella tiene la culpa, ella tiene que pagar..."
De pronto brinco, desperto y alerta, ahora sé por dónde comenzar.
Enseguida me levanto del sofá y me dirijo a la computadora. En Google pongo el apellido de Page. Enseguida me salen todas las noticias acerca del político y de su recién suicidio. Cuando de pronto veo la foto de su hija. Vale que estoy sentado porque sino me hubiera caido de culo: —Ca-ta-li-na, Page, ¿cómo diablos es que eres mi asistente de dirección?
Enojado y molesto, es una pálida descripción de cómo me siento, estoy más allá de ese sentimiento. Lo que me guía ahora es una sed de venganza. La imagen del suicidio de Lucy no se me borra de la mente: ellos tienen la culpa, ella tiene la culpa.
Con una sonrisa, salgo de mi oficina para la de mi querida asistente. Bajo las escaleras y miro su escritorio: vacío. ¿A dónde se ha metido esa mujer?
Con una sola opción viable, saco mi móvil.
—Javier, ¿mi asistente ha recogido el auto?
—No, señor.
—¿Y hasta ahora me lo dices?
—Yo…
—No importa, rastréala —ordeno.
—Enseguida, le mando la dirección por mensaje de texto.
Cuelgo, y chequeo la dirección. Atónito, realizo que su móvil está a unas cuadras de aquí. Enojado y angustiado a la vez, barajo mis opciones y pocas me convencen. A regañadientes, decido llamar a la única persona que podría saber a dónde se ha metido esa mujer.
—¿Alessandro? —pregunta Luca, extrañado.
—Mira —digo, antes de soplar—. Tu novia no se ha presentado hoy y no logro encontrarla.
—¿Y hasta ahora me lo dices? —me regaña Luca, molesto.
—No soy su niñera —contesto de inmediato.
—Dame un minuto y te digo, te pondré en altavoz.
—¿Qué pasa? —escucho Lee, preguntar.
—Catalina no vino a trabajar.
—¡¡Qué?? ¿Estás seguro?
—Qué sí —digo fastidiado.
—¿Qué haces? —pregunta Lee a Luca.
—Obvio, la llamo —contesta Luca.
—No pierdas el tiempo —ordena Lee—. Abra SIM3.
—¡Qué exagerado! —se ríe Luca.
—¡Hazlo, ya! —le grita Lee, enojado.
De inmediato comprendo la urgencia, en mi mente cada escenario se repite. El peor de todos, el rapto. Raptaron a mi asistente, no puede ser otra cosa. Sin esperar más de la cuenta, corro hacia mi coche y en el parqueo enciendo el motor. Por cierto, ¿Qué es SIM 3?
—¿Qué es SIM3? —pregunto fuera de base.
—Larga historia, Alessandro. Para hacerlo corto, es un programa —contesta Luca mientras escucho sus ágiles dedos en el teclado.
—¡La tengo! —es exclama Luca.
—¿Qué ocurre, Luca?
—Alessandro, te mando su dirección, vete allá: es cuestión de vida o muerte, ¿entiendes?
Apenas Luca me lo dice que el GPS de mi coche se enciende y me ubica mi destino final. Al inicio, estoy impresionado, ¿cómo es que no me he enterado que poseíamos esa tecnología? Hasta que la señal que parpadea en la pantalla se vuelve más precisa y la dirección escrita a la par aparece.
Inmovil, lo leo sin creer. Tiene que ser una pesadilla, no puede ser posible.
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—Te ves horrible —me dice Fabiola, viéndome en el espejo del baño mientras se peina.
—Gracias —contesto sarcástica.
—Hay desayuno en la mesa, coma, dúchate y llama a tu jefe para decirle que no vendrás a trabajar —me aconseja Fabi, aunque me suena más a una orden. Me quedo mirándola como si hubiese perdido la cabeza, literalmente. ¿En qué mundo yo sería capaz de llamar a Alessandro para decirle que no vendré a trabajar? Si la situación no sería tan dramática me estaría riéndome en ese mismo instante—. Cariño, con la cara que tienes no aguantarás ni un minuto a la par de Alessandro. Confía en mí, solo… quédate en la cama para hoy, lo que sea, pero no vayas a trabajar. Bueno hermosa, yo me largo que sino mi jefa comenzará a llamarme como loca. Te pondré tu móvil en silencio, y vete a la cama.