Tiene que ser una pesadilla, no puede ser posible.
¡Maldición! Pegado en la circulación, no logro siquiera pasar de marcha. Atascado, veo los minutos desfilar a una velocidad aterradora mientras el punto en la pantalla sigue parpadeando.
—Lee, Luca, ¿están allí? —pregunto al altoparlante.
—Alessandro —me dice Lee—, si alguna vez confiaste en nuestra amistad, entonces te pido que sin preguntas hagas lo que este en tus manos para llegar a tiempo. Catalina esa una persona muy importante para el Grupo 3, para nosotros y para ti. Así que perdóname por lo que voy hacer, pero no me dejas elección.
De inmediato, en la pantalla aparece la imagen de Catalina al caminar en la acera. Del golpe, paro de respirar, y mi corazón se contrae antes de detenerse. No puede ser, es imposible. No puede sucederme lo mismo con otra mujer. No dejaré que otra mujer que yo conozca salte por un puente. Maldito seré si dejo que esto ocurra de nuevo. Catalina, o no; culpable o no, ya sea mi enemiga o mi aliada, no dejaré que eso ocurra. Si ella es mi enemiga entonces esa salida es demasiado fácil, y si es mi aliada maldito seré por segunda vez.
Para cuando el semáforo pasa al verde, piso el acelerador y acelero mi coche hasta el límite. Sin desacelerar circulo entre los coches, las filas; me paso el alto; y me brinco el semáforo rojo.
—Destino en quince kilómetros, a la rotonda tome la tercera salida.
Sigo las instrucciones indicadas por el altavoz con un nudo en la garganta que no se me quita. Estoy preocupado, no, estoy más allá de esa emoción. La preocupación no corta la respiración, no acelera el pulso, no te pone las lágrimas a los ojos. No, lo que siento no es preocupación, es angustia y miedo.
Sí, es miedo la que me contrae las tripas, me retuerce el estómago, y me impide respirar.
—Destino en diez minutos, tome la salida nº17 en quince metros.
De inmediato cambio de fila y tomo la salida, subo la carretera y una vez arriba me encuentro con una presa enorme donde ninguna fila avanza. Mis ojos se desvían en la pantalla, y miro impotente a Catalina acercarse a la baranda.
No, no lo hagas.
Su cuerpo se pega a la baranda, y la veo mirar hacia abajo. Desesperado, miro el tráfico totalmente detenido; un sudor frío se desliza a lo largo de mi columna vertebral al mismo tiempo que un sabor a bilis invade mi boca.
Sus manos se colocan en la barra de metal, y ella levanta la cabeza mirando algo que no logro determinar.
No lo hagas.
—Alessandro, ¡¡apurate!! —me gritan Lee, y Lucas.
—Lo sé, ¡lo sé! —grito alterado, y sin pensar giro el volante colocándome en la fila izquierda, en contravía; al frente mío los coches me pitan, pero nos les hago caso. Sigo con mi camino…
—Error contravía, error contravía…
—¡¡Callate!! —espeto, frustrado volviendo en mi fila apenas tengo la oportunidad.
—Destino en 8 minutos, en cuatro kilómetros tome la calle de Los Robles.
De reojo miro la pantalla y del impacto casi piso el freno, Catalina se sube a la baranda. No,no,no,no… sin lograr contenerme mi pulso se dispara y un flujo de adrenalina me invade por completo. Mi visión de la realidad se altera, y ahora, no puedo creer lo que mis ojos ven: Catalina es la mujer adentro de mis sueños. Pensé que era Lucy, pero ahora está claro. Nunca se trató de Lucy, siempre fue Catalina. Mismo si no entiendo la conexión que nos une no puedo negar lo que mis sueños me delatan. La ropa que la mujer llevaba en mis sueños es exactamente la misma que Catalina lleva puesta.
No necesito al GPS para llevarme a donde voy, me conozco ese camino como la palma de mi mano. En el retrovisor, veo a una motocicleta detenerse justo a la par mía.
Ni me lo pienso dos veces, abro la puerta de mi coche.
—Alessandro, ¿qué haces? —gritan Lee y Luca.
Sin contestar dejo todo plantado en mi coche, desequilibro al tipo encima de la moto y me subo encima de la Ducati.
De inmediato acelero y vuelvo a doblar cada coche, el camión, le corto el camino a los peatones, y circulo al lado opuesto, me brinco de nuevo cada regla de circulación que exista.
Para cuando finalmente llego a las colinas, desdoblo la velocidad.
Una sola falta y caigo por el precipicio de la par, y en lugar de desacelerar giro aún más mi muñeca. Ya ni cuento las veces en las que tuve que reequilibrar la moto con mi rodilla o mi codo en las apretadas curvas.
Aguanta, Catalina, voy por allá, solo espérame… En mi mente, veo a Catalina abrir los brazos y dejarse caer en el vacío. Veo con fatalismo a la gravedad aspirar su cuerpo. No puedo parar de revivir el momento en el que llego con tarde con Lucy. Y la fatalidad se ríe de mí, es como si ella me pusiera a prueba por segunda vez, desafiándome para llegar a tiempo.
¿Qué haré si no llego a tiempo? Odiarme más, sin duda y maldecirla. Si antes la preocupación me tragaba entero, ahora es el enojo que me guía.
Un enojo ciego que no logro entender, ¡cómo puede tirar su vida por el borde, sin luchar! Un amargo sabor a decepción me golpea por dentro. Si llego a tiempo, me las pagarás Catalina. Yo te haré entender el precio de la vida.
Muerto de miedo, veo el puente aparecer al frente mío. Y por poco quiero parar. ¿Y si llego muy tarde? ¿Y si paso y ya no hay nadie? No puedo llegar una vez más y tener que mirar las aguas opacas de abajo de ese puente. Ella tiene que estar allí, me lo debe.
Sigo con mi camino, y la veo, de inmediato el aire vuelve a mis pulmones.
—Uno —susurra.
—¡Dos! —grita riéndose.
Del impacto, dejo de caminar. ¿De verdad ella está riéndose?
—¡¡¡Síiii, tres!!!
Con los ojos desorbitados, me acerco, despacio, pero con seguridad.
—Y, ¡cinc
Y la atrapo con todas las fuerzas para clavarla contra la acera.
—¡¡¡¡Acaso perdiste la razón!!!! —grito, totalmente fuera de control. Ella no parece reaccionar, sus ojos están totalmente desenfocados y cada miembro de su cuerpo es suelto y flojo. De inmediato, frunzo el ceño—. ¿Catalina? Oye, contéstame.
Sin reacción alguna, ella mira el cielo y se toma la cabeza entre las manos.