En la sala de espera, camino en vueltas y vueltas, paro y golpeo el piso de cerámica intachabe con la punta de mi zapato de cuero sin quitar de la mirada las puertas de sala de emergencias: cerrradas. La frustración y la preocupación me comen por dentro, en mi mente los recuerdos del sonido de los latidos del corazón de Catalina me atormentan; entre cada latido, minutos parecían esfumarse a una velocidad aterradora en las que yo paraba de respirar al borde del asfixio.
Nunca experimenté un momento tan desesperante, realmente sentí lo que era el miedo en su forma más real. El temor de ver esa curva sinusoidal en la pantalla del monitoreo convertirse en una línea continua, me producía sudores fríos. A cada rebote, volvía a la vida un poco más, y recordaba respirar.
El recorrido hacia el hospital me pareció interminable, de verdad pensé que nunca llegaríamos.
Y apenas las ruedas rodaron la entrada de la sala de emergencias que los médicos la sacaron de allí dejándome a un lado. Ni siquiera sería capaz de enumerar la cantidad de preguntas que me hicieron de las cuales no fui siquiera capaz de contestar. Cuando se dieron cuenta que yo no servía de nada, me dejaron allí arrinconado en esa sala.
Sin noticias alguna, deambulo en los pasillos hasta llegar por enésima vez frente a la máquina de café; ya ni sé cuál sabor escoger, ya los probé todos, y para mí todos tienes el mismo sin sabor. Y como si fuera poco, mi móvil está descargado.
En esos momentos, donde estás solo contigo mismo, vuelves a pensar en lo que pasó y lo que está ocurriendo ahora, preguntándote ¿cómo pasó? ¿qué pasó? ¿por qué sucedió? ¿Cómo es que no me di cuenta? ¿Acaso la fragilidad física y mental de Catalina pendía de un hilo? No, yo la vi bien el día en la oficina. Sí, ella estaba bien. ¿Acaso la presioné de más? Mi consciencia me echa a la cara la respuesta a mi propia pregunta con un par de regaños difíciles de ignorar.
La presioné de más, sí lo hice, pero no logro entender el motivo.
¿Por qué actué con ella de esa forma? Ni siquiera la conozco, pero desde el primer día que me topé con esa mujer, ella me saca de mis casillas. Es así de sencillo, ¿y acaso tengo la culpa?
—Señor de Castilla —me dice una voz, detrás de mis espaldas. Al llamado, mi corazón brinca en mi pecho rebota y para para volver a latir mientras doy la vuelta—. Necesito confirmar algunos datos. Aquí están los formularios de admisión, por favor léalos, y me firma aquí en la esquina derecha y acá en la última página. En caso de requerir una cirugía, necesitaré otra firma suya en el cuadro reservado para cirugía. —Miro a la enfermera de turno sin entender—. Debe haber algún malentendido, yo no…
—Su nombre es Alessandro tercero De Castilla, ¿no?
—Sí, en efecto —como si cabría la posibilidad que alguien más se llamase como yo.
—Entonces —sigue la enfermera con una sonrisa de satisfacción—, no hay ningún malentendido. Por favor firme los formularios, vendré a buscarlos apenas pueda.
Mudo, la veo alejarse con prisa y seguridad hacia la zona de la recepción.
Ella está equivocada, yo traje a Catalina, pero no tengo poder o legitimidad alguna para firmar esos papeles. Con fastidio, leo la información en busca de una respuesta a ese malentendido, cuando, de pronto, leo LA PALABRA.
Al principio pensé haber leído mal, así que leí toda la palabra como tres veces, y después la volví a leer pronunciando cada sílaba, pero las letras no cambiaban, cada una se mantenía firme, burlándose de mí.
IMPOSIBLE.
"Estoy alucinando", es lo primero en lo que pienso; angustiado e impactado leo las otras hojas, y esa misma palabra se repite una y otra vez, las cuento, todas, son seis. Seis palabras con tres sílabas, idénticas. Tres sílabas que hacen que mi mundo colapse en ese mismo instante.
Clavado en mi asiento, estoy petrificado, y con la garganta intento tragar.
Tiene que haber algún error.
Consternado, vuelvo a leer todas las páginas, el contenido no puede ser más claro y la situación más que obvia.
IMPOSIBLE.
Enojado, coloco los documentos en la silla a la par. No puedo firmar esto, y tampoco puedo dejar de mirar las puertas de la sala de emergencia; ¿qué hacen los médicos? ¿Cuánto tiempo me dejarán así esperando? Con los nervios en punta, veo las puertas azules oscuras de la sala abrirse, y observo a una familia salir juntos con el niño cuyo brazo está enyesado.
¿Por qué tardan tanto?
Otra vez, vuelvo a sacar mi móvil para buscar en Internet alguna información que me sea de alguna utilidad, y apenas lo saco que me maldigo por dentro: no tengo batería. Enojado conmigo mismo, me regaño, como si hubiese podido cargarse solo por su cuenta.
Tengo que salir de aquí, si no lo hago me volveré loco de la angustia.
Para cuando las puertas finalmente vuelven a abrirse, dos médicos salen por ella y me miran directamente a mí.
Enseguida avanzo hacia ellos.
—Logramos bajar la fiebre, y estabilizarla.
—¿Qué ocurrió?
—Su cuerpo parece haber reaccionado a los antibióticos. De hecho los parámetros de su hemograma estaban totalmente fuera de rango. La deshidratación tampoco ayudó. Es más, su esposa, no puede volver a tomarlos, nunca. Le estamos administrando los medicamentos por vía intravenosa, después podremos darle de alta. ¿Su esposa trabaja?
—Mi… —me aclaro a voz, sin atreverme a rectificar. ¿Qué está ocurriendo? —Yo, sí —termino por decir.
—La daremos de baja por una semana, reposo y alimentación sana. Cuide a su esposa.
Y sin más, los veo alejarse cada uno hacia la cafetería.
Fiebre, deshidratación, antibióticos, infección mezclados con un estado depresivo es una bomba mortal. Solo con pensar en la condición en la que encontré a Catalina mi piel se hiela y paro de respirar. Así que Catalina no se estaba quitandose la vida después de todo, ella estaba en un estado puro de delirio.
Esposa, ahora que Catalina está fuera de peligro, esa palabra me asusta.