En la ducha, estoy pensando en la manera de escapar. No puedo quedarme aquí encerrada o me volveré loca. Un plan, sí tengo un plan. Para ser sincera no creo que funcioné, más que un plan es una declaración de rebeldía. Ya no quiero seguir entre las garras del Grupo 3, no quiero seguir torturándome con los recuerdos dulce-amargados de lo que Alessandro y yo fuimos.
Al salir de la ducha, limpio el espejo. Esa imagen me devuelve inexorablemente al día del aniversario del entierro de mi familia, ¿por qué? Ese día, me tope con Alessandro. Cierro los ojos, lágrimas se esconden detrás de ellos. Tengo que ir adelante, tengo que dejar de pensar y de sentir. Tengo que hacerlo, si no lo hago es por mí entonces se lo debo a mi madre y a mi hermano. Tengo que ir al Monte Vernon y encontrar lo que mi padre me dejó.
Con esa idea en mente peino mi cabello húmedo, sin siquiera atrasarme a ver lo que mis manos botan en el basurero. Estoy hecha un desastre lo sé. Pero intentaremos ir adelante, por el momento mi salud es un detalle, lo importante es moverse. Con prisa ato mi cabello y me pongo la más cómodo y poco elegante que encuentro. El toque final, unos tenis porque al final lo sé, tendré que agarrar mis piernas al cuello y salir corriendo. Para tomar fuerza, hincho mi pecho. Me dirijo a la cocina tomo un balde de agua y lo lleno, ¿con agua fría o caliente? La verdad, no logro decidirme así que escojo con agua tibia y al final añado jabón líquido. Le echo un poco… demás, pero no importa.
Saco el balde, el peso me sorprende. Es algo que no había contemplado en mi plan. Las fuerzas no me alcanzarán para hacer lo que necesito. Frustrada y temblando, dejo el balde en el piso y pienso. A lo mejor estoy pensando al revés. Satisfecha, saco del armario de madera de la cocina otro balde y divido la cantidad del líquido.
Me subo las mangas de mi camisa larga, y quito del medio todas las sillas alrededor de la mesa grande del salón. A duras la empujo, pero esta no se mueve de un solo milímetro. Bien, decidida coloco mi espalda contra el pie de la mesa y con mis piernas empujo lo más que puedo: éxito. Sí se puede mover a ese monstruo. Pero a esa velocidad mañana estaré todavía aquí. Voy a la biblioteca y saco los libros ya leídos dentro de las cajas, las despliego y las corto en tronzos irregulares. De vuelta en el salón, coloco mi hombro debajo de la base de la mesa y levanto la esquina del pie para colocar el pedazo de cartón. Repito el mismo método para cada pie. Al terminar me río, ya me imagino a Lee pensando en todos los muebles para que yo no los moviera, en vano. Te gané, Lee.
Ahora que cada pie tiene su cartón, tomo la cinta adhesiva y envuelvo cada pie: listo. Ahora sí se mueve, la empujo una y otra vez hasta llegar donde la quería, justo detrás de la puerta de entrada. Sudada y con la respiración corta, sigo con mi trabajo. Tomo la silla más grande que encuentro y la subo sobre la mesa: apenas. Con una sonrisa tomo los clavos y el martillo que tengo en mis bolsillos y subo sobre la silla. Jugando con el equilibrio logro estabilizarme y comienzo a montar mi trampa. Media hora después, estoy colando la gruesa cuerda que se usaba para atar las cortinas -inútil decirles que éstas estaban cocidas a la tela- y las amarro con un nudo para escalar. Satisfecha, tomo los baldes de agua y los amarro. Verifico la altura, bien, justo donde tiene que ser.
Ahora solo necesito un recipiente para seguir llenando de agua y jabón.
Al terminar, realizo que montar esa pequeña trampa me dio hambre. Mejor comer antes de seguir, nunca se sabe. Me preparo dos emparedados y como más de la cuenta. Luego, ordeno todo lo que desordené. Al terminar ya afuera es de noche. ¿A qué hora me levanté entonces? La duda me asecha, ¿acaso es razonable hacer eso ahora? Y de inmediato la descarto, justamente porque no tiene sentido hacerlo ahora que lo haré.
Inspiro varias veces: que el juego comience.
***
Está noche vamos al cementerio. Ya el padre de Alessandro me lo confirmo. Estoy desconsolado, Luca también. Ninguno de los dos nos atrevemos a hablar, ni siquiera a mirarnos. Con una bola en la garganta, es apenas si logro respirar.
Antes de irme, decido salir de mi oficina. Camino por los pasillos, miles de ideas cruzan mi mente: todas son acertadas, todas son correctas, pero ninguna encaja realmente. Ninguna logra convencerme. Es más, no estoy convencido de lo que estamos por hacer es lo correcto. A quién engaño, no es correcto. Es más, es completamente ilegal y no habrá vuelta atrás. Saco mi celular y llamo a Luca.
—¿Lee, hay un problema?
—No estoy seguro, Luca.
—¡Otra vez!
—Sí.
—Lo hemos hablado mil veces, Lee.
—Lo sé.
—No podemos seguir y tú lo sabes, Lee. Tú mismo lo dijiste no hay solución sin sacrificios. Teníamos que decidirnos con la realidad con la cual podíamos vivir. Lo mejor de lo peor, Lee. Eso me dijiste.
—No lo logro, Luca. Esta vez no logro pensar con claridad, ya no sé.
—Tú no, pero yo sí, Lee. Yo sé que no puedo seguir viviendo con esa espada encima de nuestras cabezas. Esta vida nadie se la merece, nosotros no nos meremos vivir de esa forma, y tú lo sabes, Lee. Mira Lee —sopla Luca, seguro de sí mismo—, enterramos a Alessandro, ¿eso es lo que quieres?
—No seas estúpido.
—Entonces no hay otra opción. Si lo piensas bien, nosotros solo somos la consecuencia de sus actos. Ninguno de los tres debemos de pagar por ello. Ya con uno fue suficiente. ¿Quieres volver a vivirlo? ¿No crees ya haber pagado lo suficiente, Lee?
—No estamos seguros….
—A ver córtala, sabes muy bien que así fue.
—Está bien, me rindo —soplo lleno de tristeza y desesperación.
—Falta poco, aguanta Lee.
—Lo haré.
—Solo tienes que dejar las cosas fluir, no mover un solo dedo. Yo lo arreglé todo, Lee. Yo tomé la decisión. Si eso te ayuda, piénsalo de esa forma.