Cuervo, no me olvides.

35

DOS AÑOS MÁS TARDE

 

La pesada cortina de terciopelo roja oscura se alza. Cada centímetro es un velo espeso que se eleva. Aire entra en mis pulmones, mi vista se despeja.
Alrededor mío el silencio es intimidante y abrumador. Muevo mi dedo y la primera nota de mi piano blanco de cola completa espanta el silencio electrificando la sala. Su eco vuelve a mí como un tren en plena carrera, su pitido suena la primera nota de la partición reiteradamente. Un eco incesante, cierro los ojos e intento mantener mis emociones bajo control. En vano, el impacto es tan fuerte que aprieto mis dientes. Las imágenes vuelan como polvo mágico llevándome al último día que vi al Cuervo. Al día que perdí a Alessandro. Ese día, en mi lucha para mantenerme a flote, lo perdí todo.
Ese día, cuando por fin me decidí a abrir la puerta de la habitación del hospital, un mensajero con un ramo de flores estaba al frente mío. No sé por qué una parte de mí estaba segura de que Alessandro esperaría, justo detrás de la puerta. Me equivoqué. Supongo que todos tenemos nuestro punto de quiebre. Jamás pensé conocer él de Alessandro, pero sin querer lo encontré. Ese día, me quedé con el ramo de flores del día de mi boda en un cuarto vacío.

Aprieto los párpados, el ardor del sufrimiento aparece justo detrás de mis ojos. Mis dedos se tensan, mis manos tiemblan; inspiro y uso esa emoción para soltar mis sentimientos sobre la madera del instrumento. Ese es el periodo más oscuro de mi vida: minutos, horas, días y semanas en la espera de alguna noticia, cualquier información útil para llenar el vacío de su presencia. Cualquier migaja para un pájaro hambriento y herido. Soledad, amargura y piedad fueron mis únicas acompañantes, mis mejores armas para realizar que no había vuelta atrás.
Después, una larga lista de “y si” comenzó a desfilar por mi mente. Excusas y alternativas, que me culpaban una por una, vertiendo sal sobre mis heridas ya profundas. La desesperación llegó a su punto más alto hasta llegar a alcanzar una depresión sin fin; si no fuese por la ayuda de Fabiola, no sé a dónde estaría ahora. Ella me sacó de mi pozo, con su actitud y sobre todo con sus acertadas palabras. Éstas no paraban de sonar dentro de mi cabeza como si fuesen las regañadas que Alessandro me daría; así de desesperada y enfermiza estaba. Como si pudiese posible que Alessandro hablará a través de Fabiola: ridículo.

Mis notas graves y repetidas son acompañadas ahora por la profundidad y la resonancia del chelo. El glissando del arco mantiene mi tensión y mi nostalgia, intensificando el sentimiento de abandono hasta llegar a recordar el punto de quiebre; donde todo se agrieta y se fisura. Solo falta la más mínima presión para que todo se haga añicos, solo falta el vibrato del chelo para mandar todo a volar.

Alzo los dedos, el tiempo justo para dejar los potentes timbales entrar en acción. Sus baquetas bailan rítmicamente sobre las cajas de resonancias en infinitos toques hasta alcanzar niveles insospechables. La velocidad sube y desafía cualquier pulso, cualquier barrera, hasta la mía y la de mi propio corazón. Las fisuras siguen con su camino hasta llegar al borde de mi resistencia. Mi corazón, al compás del imposible ritmo, sigue el flujo de mis dedos convertidos en un hormigueo imparable. De pronto, dentro de toda esa efusión el cristal se crispa, se tensa y algo dentro de mí deja que esa pared se rompa en millones de vidrios. Su filo duele, hiere y lastima, cualquier recuerdo es un poderoso y apaciguador veneno. Un líquido corrosivo que desintegra cada uno de mis cristales en polvo.

Justo en ese instante, el soplo de las flautas se desliza a través de los demás instrumentos, las acompaño y mis manos tocan ahora notas más suaves. Su brisa parece contagiar el ambiente, y poco a poco, el líquido tóxico dentro de mi ser se vuelve más transparente, menos corrosivo; el tiempo justo para apaciguar y curar las heridas. Como un bálsamo que alivia el dolor,enfatizado por el la que llama a la aceptación y a la resignación de la primavera.

Los nudillos de mis dedos se sueltan, se relajan; el nudo en mi garganta desaparece liberándome de la inmensa piedra incrustada en mi estómago y en mi corazón. Ahora escucho esa nueva melodía que cuenta una historia totalmente distinta, trayendo con ella recuerdos hermosos de un pasado que también me pertenece.

Estamos por llegar al siguiente nivel, los violines entran en el escenario influyendo un nuevo ritmo, más intenso, más jovial y agudo. Todos conocemos ese concierto, todos lo hemos escuchado e interpretado con diferentes sentimientos, sensaciones y emociones; es al final de cuentas la sinfonía de la vida. De nuestras vidas.

Estaba equivocada.

Ahora comprendo que no estoy sola, comprendo que puedo no tener todas las respuestas ni todas las soluciones.
Lágrimas caen sobre mis mejillas Las finas cuerdas de mi piano se estiran en notas estridentes para contarme la verdad. Todavía me cuesta aceptarla, puedo sentir en la resonancia de las ondas de la música todas mis dudas, mis debilidades.
Aprender a aceptar y perdonar, ¿acaso seré capaz?
La crueldad de mi propio reflejo interno parece dibujarse en cada nota. A como un pintor con sus pinceladas recojo cada tonalidad de los instrumentos para hacer mi autorretrato. Sin artilugios ni filtros, al desnudo.  La sensibilidad de mis sentimientos expuestos me hiele la piel. El miedo me paraliza, paro de pensar y de sentir dejando el control de los clarinetes jugar con mi pintura.
De pronto, todos los instrumentos se les une, todos esperando a por mí. Solo faltan que mis dedos tomen el poder de cada tecla para completar la orquestra. No quiero fallar, no quiero equivocarme. En ese momento quisiera tener la seguridad que todo va a estar bien. Ya casi me toca. Cuento los segundos, dentro de poco me tocará soltarme sola. Dar ese salto de fe donde todas mis esperanzas son posibles. Un medio segundo, respiro y me lanzo en un solo, sin ataduras, libre de culpa, liberándome de cualquier perjuicio para alcanzar la plenitud que siempre tuve dentro de mí. Encontrar ese sentimiento, es como encontrar esa nota que jamás había escuchado. Una nota que de pronto realizo ser el fruto de una partición, escrita hace mucho por un desconocido; una nota, una tecla impuesta por el mismo director de orquestra. Él me ordena aumentar la intensidad del sonido, de inmediato toco el pedal de resonancia y sigo con la partidura.




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