Cuervo, no me olvides.

39

De pronto el cansancio acumulado comienza a cobrar factura. Mis párpados caen solos, sostenerlos se convierte en una tarea difícil de cumplir. Finalmente, opto por salir de la habitación antes de querer dormir junto a mi esposa. De puntillas, sin hacer el menor ruido, salgo y cierro la puerta con la misma delicadeza.
Una vez afuera, la sala está vacía.
Nadie.
Lo sé, lo sé…
Es más por costumbre que real necesidad de verlos. Mismo si me siento algo… frustrado, mi enojo vuelve a cobrar forma. Sin poder luchar contra esa ola de impotencia, decido dejar el resentimiento ganar la partida. ¿Por qué no? Vaso, cubos de hielo, licor color ámbar; más licor, menos hielo y más tragos. Fastidiado, me desvisto y alcanzo la bata blanca del hotel. Termino mi vaso y aplasto el hielo con un potente mordida. Por vencido por los eventos, caigo rendido en el sofá donde Lee y Lucas estaban sentados horas antes. Cierro los ojos, el ardor en mi pecho y mi garganta me hace sentir vivo.
Sí, estoy vivo. Es una realidad… dura de tragar. De pronto, reviento de la risa, me río hasta que me duela las costillas. Malditos cabrones, pienso al servirme otro vaso. Miserables egoístas de mierda. Después de tantos sacrificios, de tantos años de confianza y amistad; ellos, solos, decidieron echar todo por la borda. Otro vaso, sigue al segundo; el tercero hasta que la cantidad deja de importarme. Mi único objetivo es liquidarme esa maldita botella; solo.
¿Quién dice que no puedo gozar de una buena bebida?
¿Acaso necesito a esos cabrones para emborracharme?
No, en absoluto.
Es más, es tan sencillo como tomar la botella, llenar el vaso, abrir la boca y tragar. Después repites el mismo procedimiento hasta que ni una gota queda en el maldito envase de vidrio.
Borracho, sí estoy completamente borracho. Sí. No tanto por la bebida. No, estoy borracho por la vida misma. Cansado y decepcionado. ¿Lealtad?
Qué mierdas es lealtad?
Lealtad, es lo que mi princesa hizo por mí al cruzar ese infierno. Lealtad es Navaja al poner su propia vida en mis manos en cada una de mis decisiones. Lealtad es algo que Lucas y Lee no tuvieron conmigo. Ellos simplemente tomaron las mejores decisiones para el Grupo y para ellos mismos. Sí, admito que muchas de esas eran compatibles con mis sentimientos; pero en el camino, algo se perdió. En nuestro largo recorrido, los tres perdimos algo esencial. Quizás los sacrificios fueron demasiados para volver atrás. Quizás el legado de nuestros padres es más pesado de lo que creíamos. Quizás la corona es más pesada de lo planeado. O puede que simplemente pensaban tomar las mejores decisiones para que Catalina y yo fuésemos felices. Quizás sí, quizás no. O quizás… ¿¡Qué mierdas estoy haciendo?! ¡De verdad estoy intentando justificar sus acciones a toda costa! Perdonar, puedo perdonar muchas cosas. Inclusive puedo arriesgar mi vida por nuestra amistad. Pero, lo único que no estoy dispuesto a negociar, es mi Princesa. Ella es intocable. Ella es mi mujer. Y mi mujer ya sufrió suficiente. Sí, mi decisión inicial no cambiará, porque es lo justo. Es lo más sensato. Catalina debe decidir por ella misma qué tipo de vida quiere llevar. Y yo, a como soy el Cuervo, a como soy Alessandro, juro por lo más sagrado que haré lo que mi dama y señora mande.

—Lee, Lucas, ¿qué han hecho? —lamento a voz alta, como si ellos me pudieran responder.

Y con la misma decisión con la que salí del teatro, termino mi botella. Por más vueltas que doy, por más probabilidades y consecuencias que mi mente calcula, por más sentimientos y resentimientos que mi corazón alberga: mi decisión es inalterable.

Los rayos del sol me despiertan. Debí dormirme sin darme cuenta. Brinco y miro la hora, no ha pasado más de cuatro horas. Claro, no se puede cambiar hábitos de años en una noche. Con resaca, me froto los ojos, y me siento. El frío de la madrugada y una noche casi blanca son suficientes para querer darme un baño caliente. Sin antes, de paso, chequeo a mi bella durmiente. Parece que la falta de sueño le ha pegado fuerte. Duerme como un tronco. Con una sonrisa, vuelvo a cerrar la puerta. De repente, siento mi cabeza pesada, aturdida. Y me regaño mentalmente por haberme dejado llevar por los encantos del alcohol. En la cocina me sirvo una aspirina, doble, con un doble expreso acompaño de unas tostadas y algo de frutas. ¿Qué haré con esos huevones? Castrarlos hasta que puedan cantar en una maldita ópera. Infelices de mierdas. Nop, tampoco hoy podré perdonarlos. Con esa seguridad, camino hacia la tina del baño y me dejo caer en el agua caliente. Dios, qué bien se siente.

Dentro de unas cuantas horas, Lee será el nuevo CEO del Grupo 3, no lo dudo en lo más mínimo. Hasta podría decir que se lo merece, sino fuera por el hecho que la objetividad de Lee le jugará malas jugadas. Desde aquí puedo ver los futuros problemas llegar, y esta vez yo ya no estaré para salvarles el pellejo. Al menos, no hasta haber cumplido como esposo. Mi prioridad es Catalina. Ambos lo necesitamos, estoy seguro a como me llamo Alessandro. En el fondo, tengo que admitir que esa pausa me viene bien. Sì ahora lo veo con claridad, su forma de proceder sigue una traición. Lee y Lucas podían haberme hablado. Siempre lo hemos hecho, y siempre los he escuchado. “Escuchado sí, pero no les habría hecho caso.” Mierda, estoy hecho mierda. No sé cómo sacarme de ese callejón sin salida. A lo mejor, ni hay que buscar cómo salirse sino dejar que las cosas fluyan. En todo caso, por el momento no tengo nada más que decirles.

Cuando el agua ya está más que tibia, termino con una ducha helada. Vivificado, termino de prepararme. Y cruzo los dedos para que Catalina este de ataque para lo que viene. Por cierto, ella necesitará algo de ropa. De inmediato, tomo mi billetera, mi celular y salgo a comprarle lo que necesita. Es cierto, podría enviar a alguien comprarle todo lo que necesita, pero es mi esposa y quiero hacerle bien. Además, tengo todo el tiempo del mundo.
Horas después, salgo de varias tiendas. Y carajo, entiendo por qué las mujeres pasan tanto tiempo para vestirse. Y también entiendo que no volveré a hacerlo, nunca. Satisfecho con el vestido de algodón además de su ropa interior, camino de vuelta para la habitación. Una vez allí, llamo al restaurante para que traiga un brunch para Catalina. Sin seguridad alguna que vaya a despertar pronto, me siento en la cocina y me sirvo otro vaso de café, la sexta taza del día de hoy para ser más específico. Si sigo así quedaré eléctrico. Estoy por tomar un sorbo, cuando escucho la puerta de la habitación de Catalina que se abre… Mi corazón para, me petrifico y espero con la respiración corta. Toda mi atención enfocada en los movimientos de Catalina, me recuerdo mentalmente de mantener la calma, dejar las cosas fluir y sobre todo no dejar que Catalina perciba mis verdaderos estados de ánimo. Decido dejo mi negatividad a la raya, mis preocupaciones a un lado, listo para abrazar de nuevo a mi Princesa… si es que todavía ella me quiere en su vida.




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