Estuve a punto de ir a dormir porque creí que el cansancio y el dolor me hicieron alucinar, ¡pero no fue así! Dieron otros dos golpes rápidos sobre la ventana y ahí reaccioné. ¡Sí era en mi casa!
«Vienen a matarme», pensé entre asustado y resignado. Podía sentir la tensión recorriéndome todo el cuerpo. Si iban a eso, si los Carrillo o los Bautista buscaban terminar con cada uno de los Quiroga, entonces estaban en el lugar correcto.
El revólver andaba guardado en alguna caja, buscarlo en ese momento no era una opción.
Fui rápido a la cocina, cuidando de no hacer ruido con los pasos. Revisé los cajones donde se quedaron algunos utensilios del dueño de la casa, y allí encontré un cuchillo que apenas había afilado.
Ni siquiera contaba con la habilidad para cortar la carne de los animales. Mis hermanos se burlaban porque lo hacía muy mal.
—Lo bueno que no eres carnicero —decía Gerónimo en modo de mofa cuando me tocaba a mí hacer ese trabajo.
Ahora tenía un insignificante cuchillo de cocina que pensaba usar para defenderme. Traté de recordar las partes mortales del ser humano, aquellos espacios donde podía encajarlo sin darle más oportunidad. Sonaba a locura porque yo tenía que acercarme al atacante para poder herirlo. Fuera como fuera, al menos iba a intentarlo.
Despacio me acerqué a un lado de la ventana. Presté toda mi atención, el corazón latía frenético, hasta que reconocí un llanto, como de niña. Tocaron de nuevo y escuché que balbuceaban:
—¡Esteban! ¡Ermilio! ¡Ábranme! —pidió una mujer entre quejidos.
Allí pude dejar de estrujar el mango de la improvisada arma. ¡No, no eran mis verdugos! Todavía no llegaba mi hora.
Quité el cerrojo y abrí apenas dos centímetros. Primero tenía que asegurarme de que no se tratara de una trampa. El cuchillo seguía en mi mano.
Ahí vi la oscura figura de una mujer, lo sabía por el velo sobre su cabeza y la forma de la silueta. Estaba aferrada a la ventana, con sus dedos apretando un barrote. Por la oscuridad no podía verle bien la cara.
—¡¿Amalia?! —dije sin pensarlo, pero sí deseando con todas mis fuerzas que fuera mi estrella quien me visitaba.
—¡Gracias a Dios! —lloró mientras lo decía.
Cuando volteó a verme, confirmé su identidad.
Sentí la punzante decepción abrigándome. No se trataba de Amalia, sino de Erlinda Bautista.
—Métete —le indiqué. Era de madrugada y su estado me alarmó.
Ella corrió para la puerta y entró sin detenerse.
—¡Cierra bien! —exigió y me jaló fuerte del brazo para que también entrara—. Hay que poner algo para que no puedan abrir.
Hice lo que me pidió y hasta revisé dos veces el cerrojo para confirmar que estaba bien cerrado.
—¿Te están siguiendo? —Sé que era obvio por su estado, pero debía preguntarle.
Erlinda no pudo hablar y solo movió la cabeza de arriba a abajo.
Fui hasta una lámpara para encenderla, pero ella soltó un manotazo que por poco la tira.
—No prendas nada. Ven, hay que irnos a mi cuarto.
De nuevo le hice caso. Estaba tan afectada que ni siquiera contemplé el ignorar sus desesperadas peticiones.
Erlinda siguió sollozando y se sentó sobre la cama. Yo, por mi parte, fui por una veladora que sabía en qué caja metí. Cuando regresé, la coloqué ya prendida a un lado de ella y me senté cerca. Solo así logré observarla mejor. Se veía ojerosa y, aunque trataba de ocultarlo con el cabello, vi que en el ojo derecho tenía un moretón reciente.
—Trata de respirar, eso te ayudará —le pedí porque me sentía preocupado de que no pudiera calmarse—. Necesito que me digas qué pasa. ¿Estás bien?
Ella se volteó hacia otro lado y tapó la mitad de su cara.
—Fue el imbécil de Chito —respondió entre dientes. Se notaba furiosa.
«¿Por qué Chito la golpeó?», me pregunté intrigado.
—¿Es él el que te persigue?
No fue necesario que lo pronunciara, con su mueca lo supe. Lo que me temía se hizo realidad.
—Ese infeliz y dos de sus compinches.
—¿Por qué?
Erlinda detuvo el llanto y se limpió las lágrimas. Creo que se dio cuenta de que necesitábamos que estuviera fuerte ante la situación.
—Me escapé. —Se levantó cuando reaccionó—. Pero después te cuento. Es urgente que me vaya de aquí. Me equivoqué. Te estoy poniendo en peligro. —Fue hacia mí y me sostuvo de los codos—. Perdóname, no sabía a dónde más ir.
Quedamos frente a frente. El moretón en su rostro era más grande de lo que aprecié la primera vez. Con la poca iluminación pasé desapercibido que también tenía el pómulo cubierto de pequeños puntos rojos. Ahí pensé que solo un ser desgraciado podía hacerle eso a una señorita inocente.
—¡Hiciste bien! —le dije, aunque en realidad me encontraba en conflicto con esa confirmación. Deseaba que Ermilio siguiera ahí para armar un plan como lo hizo con el asunto de Florencio, pero solo estábamos ella y yo. Había que arreglárnosla solos. Pensé unos segundos, hasta que decidí lo mejor para salir bien librados—: Todas tus cosas están empacadas. —Señalé sus cajas—. Busca ropa y lo que ocupes de primera necesidad. Ah, y ¿tendrás algún vestido menos… llamativo? —Los colores típicos de la vestimenta de las mujeres del pueblo eran todo, menos discretas. El vestido que llevaba puesto no era la excepción con su llamativo rojo encendido.
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Editado: 11.12.2024