Cuidarte el alma

—6—

 

La despedida en el estacionamiento no fue como la deseaba, pero sí como la esperaba.

Él y yo, frente a nuestros vehículos.

Él y yo, mirándonos sin decir nada.

Él y yo, y mi vacilante intento de darle las gracias.

—No sé cómo agradecerte…

—No hay de qué.

—Sí lo hay.

Se encogió de hombros y se puso ambas manos en los bolsillos delanteros del jean. Se lo veía extraño, distante. Pero sin ninguna prisa por marcharse, lo que me alentó un tanto.

—Estoy a las órdenes para lo que necesites —me dijo, pero no hizo ningún gesto para darme su tarjeta. Y no me pareció que tuviese intenciones de proporcionarme algún dato de contacto, por lo que permanecí inmóvil, aferrada a mi bolso.

Y también aferrada a la esperanza de que esa no fuese la última vez que lo viera.

—Bueno… que sigas bien —dije, mientras abría la puerta de mi coche. Si quería decirme algo, ese era el momento.

Pero no. Nada… Nada de nada.

Solo un frío: «Cuídate, Gabriela», y luego se dirigió al suyo y lo puso en marcha sin mirarme ni una sola vez.

Y eso fue todo.

Luego de veinticuatro horas de no despegarme de este hombre ni un solo minuto, ha llegado el momento de dejarlo marchar, y con eso no me refiero solamente a su partida, sino que mi alma también necesita acostumbrarse a su ausencia.

Qué difícil aprendizaje es el de re-armarse y seguir adelante con este sentimiento de desolación que me invade. Pero hay que continuar; no hay otra opción.

Y mientras conduzco a mi casa para encontrarme con mis hijos, no puedo dejar de recordar cada momento vivido a su lado. El trance más amargo de mi vida, no lo fue tanto gracias a Andrés.

Tengo mucho que agradecerle y mucho para guardar en mi memoria también. Me olvido de lo triste, y me quedo con lo bueno.

Después de todo, de eso se trata la vida: intentar crear momentos únicos para poder atesorarlos y volver a vivirlos en nuestros recuerdos cada vez que los necesitemos.

Y eso haré. Andrés Otero formará parte de ellos, y no voy a olvidar lo que hizo por mí mientras viva.

 

 

 

Desconecté el móvil para poder vivir mi duelo en paz.

Después de todo, no esperaba ninguna llamada importante. Ya no tenía a mi viejo, mis hijos estaban en casa, y Andrés no me había pedido el número, así que no tenía sentido tenerlo encendido.

Andrés… Las últimas dos noches lloré en la cama, imaginando que era él quien me contenía, y no mi almohada.

¿Es posible echar de menos a un desconocido? Hasta ese día tan triste como sorprendente, yo era feliz o al menos así lo creía.

Pero ese lunes me di cuenta de la fragilidad de mi supuesta dicha y todo cambió. No solo perdí a papá, y con él también lo que me unía al pasado y mis orígenes. También perdí la certeza de que no necesitaba a un hombre en mi vida más que para follar.

Andrés me demostró que la intimidad puede pasar por alcanzar un pañuelo desechable en el momento justo. Salió de mi vida tan rápido como entró, pero luego de haberlo conocido ya nada volverá a ser igual.

¿Qué voy a hacer ahora? La idea de relacionarme con César o con alguien como él, me asquea. No, no, no. Si hasta hace un par de días yo estaba conforme con mi vida, no le veo sentido a pensar en hacer cambios.

Yo soy así, y así estoy bien. No me involucro sentimentalmente con mis parejas de cama, y por eso me van los casados. Soy autosuficiente económicamente, por lo que solo tengo un hombre a mi lado porque lo deseo, y no porque lo necesite. Ya tuve dos maridos y dos hijos, y no necesito más de eso; solo quiero un buen momento y eso lo puede proporcionar un polvo.

Pero no con César. No sé qué me pasa, pero con él, no.

Mientras reflexiono todo esto, suena el timbre. Qué extraño; no estoy esperando a nadie. Mi hija se acaba de ir con su padre, mi hijo salió con su nueva novia, y mi tía Aurora está en misa. Muy, muy raro.

Mejor voy a ver.

Mierda, lo habré llamado con el pensamiento. ¿César aquí? Ahora sí que estoy preocupada. Abro con cautela.

—¿Puedo entrar, Gabriela?

—Por supuesto —respondo franqueándole el paso.

—¿Estás bien?

—Sí. ¿Pasa algo? Es extraño verte aquí.

—Ya lo sé… Necesito hablarte.

Joder... Algo ha pasado y es grave, porque si no, no hubiese venido.

—Te escucho.

—Mira… Lo nuestro tiene que terminar.

Caramba, qué coincidencia. Igual no me hace ninguna gracia que sea él quien corte la relación, y no yo. ¿Qué habrá pasado? ¿Pañuelos desechables perfumados también en su vida?

—Estoy de acuerdo, pero… ¿ha pasado algo? —pregunto asombrada.

—Sí, ha pasado. Claudia se ha enterado de lo nuestro.

—¿Qué? ¿Qué estás diciendo, César? —lo interrogo al borde del colapso. De verdad, no me esperaba algo así.

—Me escuchó hablar contigo por teléfono desde afuera del baño, y se puso en alerta. Fue a la concesionaria cuando yo no estaba, y me revisó el correo. Estaba el último que me enviaste, y él último que te envié…

Mierda. Me acuerdo de ese mail.

«¿Harto de tanto trabajar? ¿Con ganas de relajarte, Notario? Tengo debajo de mi falda un producto que te va dejar como nuevo. Llame ya. Gabriela».

Y su reveladora respuesta:

«Ven ahora o te iré a buscar y te follaré delante de todos. Qué ganas que te tengo, mami. César».

No tiene dos lecturas. Hay que rendirse ante la evidencia.

—Qué terrible cagada, César. No sé qué decir…

—No digas nada. La cuestión es que tenemos que terminar, porque si no, me despluma… Y esa fue su amenaza más leve, en serio —me dice, y su preocupación se siente muy sincera.

—Por supuesto, no te preocupes —le respondo.

—Gracias… Pero hay algo más. Ella me pidió que viniese y te lo dijera.

—No des más vueltas. ¿Qué es lo que pasa? —pregunto intrigada.



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En el texto hay: romance, amor, maduro

Editado: 05.12.2019

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