En cuanto Nick se fue me senté en mi cama para recuperar el
aliento.
Carreras... Dios mío, hacía por lo menos cinco años que no
asistía a ninguna y era algo que me apasionaba. Había sido una de
las pocas cosas que había heredado de mi padre y los pocos
momentos que había disfrutado de su compañía. Recuerdo haber
estado sentada en el suelo junto a sus pies mientras pasaban las
carreras Nascar por la televisión... Mi padre había sido uno de los
mejores pilotos de su época, hasta que todo se estropeó...
Podía ver la cara de mi madre cuando me prohibió
terminantemente volver a tener algo que ver con los coches, las
carreras y ese mundo.
Había sido la única vez que me había mirado con tal
determinación y seriedad que tuve que prometérselo... Y aún así...
ansiaba volver a aquello, me traía buenos recuerdos de cuando mi
primo Jeff y yo nos juntábamos para ver las carreras que tenían
lugar en unas pistas que había a varios kilómetros de la ciudad... era
genial, y en más de una ocasión había sido yo la que había corrido.
Con solo doce años ya sabía conducir a la perfección y fue justo ese
año, el año en el que me desarrollé y cuando me crecieron las
piernas lo suficiente para llegar a los pedales, cuando mi primo me
dejó correr con él. Fue una de las experiencias más alucinantes de
mí vida, aún puedo recordar la euforia de la velocidad, la arena
pegándose a los cristales y entrando en el coche, el chirrido de las
ruedas... Pero sobre todo la tranquilidad mental que me profesaba.
Cuando corría era una de las pocas veces en la que todo lo demás
no importaba; solo estábamos el coche y yo: nadie más.
Pero había hecho una promesa...
Con un suspiro me incorporé y cogí mi teléfono. Mis amigos no
parecían echarme de menos en absoluto. Aquella noche iban a otra
fiesta en casa del primo de mi novio y ni siquiera se habían dado
cuenta que yo seguía en el grupo de chat de donde podía leer todos
los detalles sobre la bebida, la gente y el desfase que se iban a
meter todos aquella noche.
Sentí un pinchazo de dolor y de irritación también. Dan aún no
me había llamado; yo ansiaba escuchar su voz, hablar como
hacíamos antes de que me marchara, horas y horas... ¿Por qué no
me llamaba? ¿Se había olvidado de mí? ¿Se había olvidado de su
novia?
Con esos pensamientos salí de mi habitación para encontrarme
con mi madre y Will en el recibidor de la entrada. Él estaba de
esmoquin y parecía un actor de Hollywood con su elegancia y aquel
porte que para mi desgracia había heredado también su hijo. He de
admitir que cuando había visto a Nick con aquel traje negro y su
camisa blanca había tenido que contener las ganas de abrir los ojos
de forma desmesurada y sacarle una foto. El tío estaba más que
bueno, eso tenía que reconocerlo pero ahí se acababa cualquier
cosa positiva respecto a él; aunque me había sorprendido que
estuviera metido en carreras de coches... Al fin y al cabo
compartíamos algo más que nuestro tatuaje.
Mi madre estaba espectacular. Aquella noche acapararía todas
las miradas y con razón. El pelo, rubio platino a diferencia del mío
que era indescriptible por todas sus tonalidades, le caía en cascada
sobre su hombro derecho en unos perfectos tirabuzones. Su otro
hombro estaba desnudo y su piel brillaba con aquel producto que se
había comprado y con el cual había insistido en rociarme a mí. Me
había echado por el pelo y por las partes de mi cuerpo que
quedaban desnudas que para mi disgusto eran bastantes. No sabía
de dónde había sacado aquel vestido pero mostraba más de lo que
me habría gustado a mí, eso estaba claro. Hasta Nicholas se había
quedado mirándome las tetas y no quería ni pensar en lo que sus
amiguitos idiotas incluido mi pareja, Hugo, me dirían aquella noche.
—Noah estas preciosa—me dijo mi madre con la cara
resplandeciente, claro que ella era mi madre, siempre iba a estar
preciosa a sus ojos.
Will me observó detenidamente y frunció el ceño. Me sentí
incómoda al instante.
—¿Pasa algo?—pregunté sorprendida y molesta al mismo
tiempo. ¿No se iba a poner a decirme que me tapara no? Que lo
pensara yo, vaya y pase pero que me lo dijera él... No sé que sería
capáz de contestarle.
El relajó el rostro.
—Que va, estas guapísima...—dijo y volvió a fruncir el ceño—
¿Te ha visto ya Nick y sus amigos?
Vaya, no sé qué me espantó más, si el echo de que William
Leister y yo pensáramos igual o que en efecto ambos tuviésemos
razón y aquel vestido fuera de lo más inapropiado.
Mi madre me ahorro el detalle de contestar.
—Esta genial, Will—le dijo entrelazando su brazo con él—
Además Nick y ella son hermanos, él nunca la vería de aquella
forma.
Mi madre estaba mal de la cabeza, y con eso lo acababa de
confirmar.
¿Qué Nick y yo éramos hermanos? Por el amor de Dios, hasta
yo le había mirado de manera inapropiada si teníamos en cuenta el
punto de vista de mi madre y eso que le odiaba sobre todas las
cosas.
Me ahorré la molestia de contestar. No quería empezar a discutir
aún sin haber salido de casa.
Will y mi madre salieron hacia el porche de entrada donde nos
esperaba una flamante limusina negra, con chofer incluido.
Mis ojos se abrieron como platos y sentí un repentino mareo.
¿Una limusina? ¿En serio? Si ya me sentía fuera de lugar, con
aquello ya ni os cuento.
Mi madre se giró hacia a mí con los ojos brillándole de emoción.
—¡Una limusina, Noah!—dijo chillando como si tuviera trece
años.
Will a su lado sonrió mientras la contemplaba—¡Siempre habías
querido ir en una!—grito con entusiasmo.
No, mama eres tú a la que le gustan las limusinas y todas estas
pijadas de ricos, no a mí
Igual que antes me ahorré de decir lo que verdaderamente
pensaba.
—Genial, mamá—dije en cambio.
Ya dentro me acomodé lejos de los dos tortolitos. Ellos se
sirvieron copas de champán mientras el chófer salía de la casa en
dirección al hotel en donde se celebraría la fiesta. Para sorpresa y
alegría mía, me ofrecieron una copa, la que vacié y rellené casi al
instante sin que ellos se dieran cuenta. Si quería superar aquella
noche iba a tener que tomarme varias copas como esas.
Nicholas se había ido por su cuenta y envidié la libertad que
tenía de ir y hacer lo que le diera la gana. Mi madre me había
contado que Nick y William no eran lo que se dice súper amigos ni
tampoco habían llevado una relación cordial durante su crecimiento.
A tenor de las mentiras que le había contado para poder montar su
gran fiesta la noche pasada, sí que le controlaba de cierto modo,
pero también es verdad que su relación era más bien fría si se tenía
en cuenta que eran padre e hijo. Los padres de Nick se habían
divorciado cuando él tenía ocho años, si no recordaba mal y eso era
todo cuanto sabía. Mi madre no hablaba de la ex mujer de Will y
podía comprenderlo, yo era muy celosa y eso lo había heredado de
ella.
Por ese motivo estaba tan molesta aquella noche. Necesitaba
hablar con mi novio, necesitaba escuchar de sus labios que me
quería y que me echaba de menos.
Saqué el iphone de mi pequeño bolso y observé que no tenía
ninguna llamada perdida ni tampoco mensajes en el chat.
Respiré hondo varias veces y me dije a mí misma que ya
llamaría, diciéndome que le había ocurrido algo con su teléfono o Dios sabe qué y que por eso no había podido marcar los dichosos
números y hablar conmigo.
De ese humor tan genial estaba cuando llegamos a la entrada
del hotel. Para mi sorpresa muchos fotógrafos estaban apoltronados
allí esperando para inmortalizar el momento en el que William
Leister expandía su gran empresa y con ello su gran fortuna. Me
sentía tan fuera de lugar que habría salido corriendo si aún no
llevara puestos aquellos tacones de medio metro de largo.
—Mi hijo tendría que estar ya aquí—dijo William en tono serio—
La prensa espera una foto familiar y sabe que sería al inicio de la
fiesta— agregó y por primera vez desde que le conocí le vi enfadado
de verdad.
Nos quedamos esperando por lo menos diez minutos dentro de
la limusina, mientras la gente gritaba que saliéramos para poder
hacernos fotos. Era ridículo que estuviéramos allí metidos, aunque
supuse que a la gente millonaria le importaba una mierda hacer
esperar a cientos de fotógrafos e invitados para poder hacer una
maldita foto.
Entonces se escucho un autentico alboroto. Los fotógrafos
movieron sus cámaras y comenzaron a gritar el nombre de mi
hermanastro.
—Ya está aquí—dijo William entre aliviado e irritado—vamos,
cariño—le dijo a mi madre al mismo tiempo que nos abrían la
puerta.
En cuanto bajé del coche pude ver como todas las cámaras
cegaban prácticamente a Nick y a su acompañante. Era como si
fueran famosos de la tele y lo parecían la verdad.
En cuanto se reunió con nosotros nuestros ojos se encontraron.
Yo le observé con indiferencia, aunque volví a maravillarme ante su
aspecto, en cambio él me fulminó con sus ojos claros y se giró hacia
su novia, amiga, amante, puta, o lo que fuera. Le dio un beso en los
labios, y las cámaras se volvieron locas. ¿Qué hacía besando a esa chica delante de nuestros padres y encima de aquella forma? En cuanto se separaron las cámaras comenzaron a gritar y a
pedir más fotos.
—Anna, ¿cómo estás?—le preguntó Will a la amiga de Nicholas
al mismo tiempo que le fulminaba con sus ojos oscuros. Anna le
sonrió, al parecer los labios de Nick eran mágicos por que parecía
que la hubiesen idiotizado.—Si no te importa tenemos que hacernos
unas fotos familiares, pero estaremos contigo dentro de unos
minutos—la echó muy educadamente Will.
Anna me observó detenidamente unos instantes; estaba claro
que aquella chica me detestaba y seguramente era por las cosas
horribles que le habría contado Nicholas sobre mí.
Ignorándola, me acerqué a mi madre para que nos hicieran la
maldita foto de una vez. Nos colocaron detrás de un photocall, con
anuncios de Dios sabe qué y los flashes me segaron
momentáneamente.
Cuando mi madre se casó con uno de los mejores y más
importantes empresarios y abogados de Estados Unidos no me
sorprendió que me contara que de vez en cuando salía en los
periódicos o en las revistas pero aquello era una completa locura.
Sonreí de la manera más falsa que pude llegar a construir y
después de cinco minutos esperando a que le hicieran preguntas a
William nos metimos en el hotel. Había muchísima gente elegante
esperando en la recepción. Leister Enterprises se leía por todas
partes e incluso llegué a ver a más de una persona famosa de
verdad.
Estaba alucinando del todo hasta que creí ver a Johana Mavis en
una esquina, ataviada con un vestido chulísimo.
—Dime que la que está ahí no es mi escritora preferida—dije
cogiendo a quién estaba junto a mí.
—Sí, hermanita, es ella—me contestó Nicholas haciéndome
desviar la mirada hacia él. Le solté el brazo de inmediato al mismo
tiempo que abría los ojos con incredulidad.
—¿La conoces?—le pregunté sin podérmelo creer. Seguí
mirando a mí alrededor y juro que me sonaban muchísimas personas que había visto en revistas del corazón y en la televisión.
—Sí—me dijo como si nada—Los bufetes de mi padre llevan
muchos casos de los famosos de Hollywood; desde que era un crio
he conocido a más estrellas que cualquier persona que viva en Los
Ángeles. Los famosos les toman cariño a los abogados que los
salvan de la cárcel en contadas ocaciones.
Aquello era alucinante y no pude evitar pensar en mi amiga
Rose. Ella era una friqui total de los famosos, no se perdía ni un
programa de cotilleo y se sabía absolutamente todos los líos y
movidas de cada uno de ellos.
Completamente flipada cogí una copa de una de las bandejas
que llevaban los camareros y me la bebí poco a poco. No podría
quitar los ojos de Johanna Mavis ni aunque quisiera.
—¿Quieres que te la presente?—me dijo Nicholas a mi lado,
sorprendiéndome ya que pensaba que se había marchado hacía
rato. Nuestros padres estaban por ahí hablando con los invitados y
metiéndose entre la gente. Yo me había quedado junto a una de las
paredes, sin saber muy bien dónde meterme o donde esconderme.
Al parecer no lo estaba haciendo bien ya que mi hermanastro aún
seguí detrás de mí.
Me giré hacia él con el ceño fruncido.
—¿Cuál es el truco?—le pregunté sin fiarme ni un pelo—¿Y por
cierto y tu novia? ¿No la habrás dejado sola después de aquella
demostración de amor en público, verdad?
Él frunció el ceño al escucharme decir aquello último y sus ojos
brillaron enfadados. Me cogió del brazo y me giró para dejarme otra
vez frente a la gente que había por allí.
—¿Quieres que te la presente o no?—me preguntó cabreado y
con dureza al mismo.
—No hace falta ni que preguntes, claro que quiero, soy fan de
Johanna desde que tengo uso de razón, ha escrito los mejores
libros de la historia—le dije notando el cosquilleo de nervios en mi
cuerpo al pensar que iba a poder hablar con ella.
—Ven y no te pongas a chillar como una posesa, por favor.