Había estado muy cabreado con ella; para empezar ya me había
puesto de mal humor al levantarme por la mañana y no verla en la
cocina. Me había acostumbrado a desayunar con ella o mejor dicho
mirarla mientras lo hacía, ya que técnicamente apenas nos
dirigíamos la palabra. Su aspecto desaliñado y sus ojos
entrecerrados por el sueño me ponían inexplicablemente de buen
humor y al ver que no estaba mi imaginación se volvió loca. Me
imagine que estaría con su ex y entonces la irritación se transformó
en un cabreo monumental que ni yo podía explicar; por suerte unos
minutos después mientras me tomaba mi café apareció un chico de
no más de dieciocho años, con el pelo rubio, un poco más bajo que
yo y una mirada incómoda en sus ojos marrones que tan pronto se
fijaron en mí pasaron del reconocimiento a una gélida mirada de
odio.
No intercambiamos muchas palabras, básicamente le dejé muy
claro que Noah había pasado página y que ahora estaba conmigo.
Una parte de mí disfrutó diciéndoselo y la otra se molestó al pensar
que era una mentira.
Dan pareció darse cuenta al vuelo que yo no era un tío de mucha
paciencia, y supongo que al igual que con la mayoría de la gente mi
aspecto le intimidó, porque no dijo nada; básicamente salió de la
cocina después de una competición de miradas asesinas y se
marchó a la planta de arriba. El saber que Noah no había estado
con él mejoró un poco mi humor pero lo que no me esperaba
después de haber salido a comprar tabaco eran los gritos
procedentes de su habitación y el haberme encontrado a ese cabrón
sacudiéndola e insultándola. No había sido capaz de enfrentarse a
mí y en cambio la había tomado con ella. Era un cobarde. Una rabia
irracional me embargó y lo vi todo rojo. Solo sé que un segundo estaba en la puerta asimilando lo que veían mis ojos y al siguiente
tenía a Noah subida a mi espalda presionándome la garganta para
que me apartara de Dan. Aquel imbécil se merecía eso y mucho
más pero tuve que tranquilizarme. Tenerle delante solo servía para
cabrearme aún más y por eso decidí dejarle el asunto a Steve.
Cuando me aseguré de que Dan se había marchado no quería
cruzarme con Noah. No tenía ni idea de cómo manejar los
sentimientos que estaba teniendo por ella y simplemente me largué.
Cogí mi tabla de surf y me fui a la playa. El mar siempre me había
tranquilizado, aquel deporte era parte de mi vida, siempre tenía un
hueco para disfrutar de las olas y cuando era más joven incluso
había competido de manera nacional en varias competiciones
importantes. El surf era mi pasión, mi vía de escape, y aquel día
necesitaba aquella vía más que nada en el mundo.
No sabía que iba a hacer con Noah. Tenerla en casa era una
maldita tortura. La deseaba con locura y cada vez que la tenía
delante mi imaginación volaba por las nubes. También estaba el
inconveniente de que si mi padre se enteraba me mataría. Yo pronto
cumpliría veintidós años y Noah apenas tenía diecisiete y eso sin
contar que las cosas que hacía yo con las mujeres estaban muy
lejos de ser adecuadas para ninguna chica de instituto.
Horas más tarde mientras me vestía y me pasaba la toalla por la
cabeza decidí llamar a Steve para ver cómo estaba Noah.
—Se ha marchado a trabajar, señor—me dijo Steve al otro lado
de la línea.
¿Qué demonios?
—Te dije que la acompañaras si tenía que ir a algún sitio—solté
irritado importándome una mierda si mi tono de voz era más duro de
lo necesario. No sabía qué demonios podía hacerle Dan y si no me
equivocaba su vuelo no salía hasta la mañana siguiente.
—Me ofrecí a hacerlo, señor, pero ella se mostró bastante
reticente a que la acompañara a ningún sitio, ni siquiera la excusa
de que había sido su madre funcionó, simplemente pude darle mi
número de teléfono para que me llamase si ocurría algún incidente.
Maldije entre dientes. ¿Por qué esa chica era tan jodidamente
difícil?
—¿Sabes dónde está el bar donde trabaja?—le pregunté un
momento después.
—No señor, pero puedo llamar a su padre y averiguarlo.
Me fijé en que ya estaba anocheciendo.
—Ya lo haré yo, Steve, nos vemos en casa.—Colgué y llamé a
mi padre.
Estaba con Rafaella en San Francisco, mi padre quería abrir una
empresa allí, y por eso ahora pasaba casi toda las semanas de aquí
para allá. Su nueva mujer lo acompañaba casi siempre y eso nos
dejaba a Noah y a mí demasiado tiempo libre y a solas en la misma
casa. Después de enterarme de donde trabajaba y reconociendo el
sitió fui primero a casa a darme una ducha y a vestirme. Mientras
me abrochaba los vaqueros sonó mi teléfono.
—Hola, Nick, ¿a qué hora pasaras a recogerme?—Mierda era
Anna. Se me había olvidado por completo que hoy había quedado
con ella y con los chicos para una partida de póker en casa de Lion.
—Estate lista a las diez—dije en un tono cortante. No estaba de
humor para tratar a Anna de forma amable, es más tenía tantas
ganas de ver a Noah otra vez que ni me molesté en seguir hablando
con ella. Corté, me puse una camiseta cogí las llaves del coche y
me fui a buscarla. No entendía por qué demonios tenía que trabajar
y mucho menos de camarera.
El Bar 48 era un club donde tocaban varios grupos y donde mis
amigos y yo íbamos a menudo. Los chupitos y la bebida estaban
tirados, no es que a mí me supusiera un problema pagar pero si a
gran parte de mis amigos incluyendo a Lion, y también era conocido
por las peleas que surgían en el aparcamiento o incluso dentro. La
clientela era muy variada y no me gustaba ni un pelo que Noah
estuviese ahora trabajando allí.
Según su madre salía de trabajar a las diez, por lo que al llegar
aparqué el coche y me apoyé en la puerta a esperarla. Básicamente
no sabía que decirle ni cómo explicarle mi presencia allí por lo que me quedé fumando a la espera de que saliera. Cuando lo hizo tiré al
suelo el cigarrillo y noté como todo mi cuerpo se tensaba al verla
salir acompañada de Mario. Esa era otra de las razones por las que
no me hacía ni puta gracia que trabajara de camarera en aquel sitio,
imbéciles como Mario estaban siempre al acecho.
Sus ojos se posaron en mí nada más salir y supe que se había
puesto nerviosa al ver como todo su cuerpo se tensaba en
respuesta a mi presencia. Antes de que me viera había estado
sonriendo y relajada hablando con Mario y nada más verme su
sonrisa había desaparecido de su rostro. Tuve celos de cómo se
comportaba con él, deseando que me dedicara a mí alguna de esas
sonrisas.
¿Pero qué mierda se me estaba pasando por la cabeza?
Vi como se despedía de él y mi cuerpo se tensó al ver cómo le
daba un beso en la mejilla. No pude evitar seguirle con la mirada
hasta que desapareció por la esquina. Entonces volví a clavar mis
ojos en Noah.
Llevaba el pelo recogido en un moño desaliñado, muy parecido
al que tenía cuando bajaba a desayunar y se la veía cansada,
aunque increíblemente guapa. Mi corazón se aceleró cuando la tuve
delante y pude sentir aquel olor floral que desprendía su cuerpo
acompañado de algo característico que no sabía con qué comparar.
—Hola—dije fijándome en que sus ojos demostraban
nerviosismo y temor— ¿Estás bien?—Esas dos palabras me habían
perseguido toda la maldita tarde. Haberla dejado sola después de lo
que había ocurrido con su ex había sido una gilipollez pero tampoco
sabía muy bien qué hacer en aquellas situaciones. La única chica a
la que estaba acostumbrado a consolar tenía cinco años y lloraba
cada vez se le caía la bola de helado al suelo o me veía marchar.
Entonces los ojos de Noah llamearon en mi dirección.
—Sí, pero no gracias a ti—me dijo echándose varios mechones
que le caían sueltos por la cara hacia atrás en un movimiento de
cabreo. Ya lo había hecho varias veces cuando nos insultábamos
mutuamente y ni siquiera parecía darse cuenta de que lo hacía.