Sabía que había sido una estúpida al haberme descuidado de
aquella manera. Las cosas se habían desmadrado y se me habían
acumulado demasiadas cosas a la vez. Lo de Nick, lo de la carta, la
dichosa caída, el ver la sangre de Nicholas derramarse por su
mejilla, todo había podido conmigo. Ahora ya estaba en casa, por
fin, me dolía horrores la cabeza pero agradecía poder estar en mi
habitación, tranquila y sin ningún tipo de drama alrededor. No tenía
ni idea de donde estaba Nicholas, pero no tenía ningún interés en
verle, ni en perdonarle. Nick seguía siendo un error, un error
grandísimo, lo había terminado de comprobar la pasada noche en el
bar. Estar con Nicholas solo me había traído problemas y
sufrimiento, más sufrimiento del que ya sentía, y comprendí que iba
a tener que dejarle ir, yo no le convenía, ni él a mí tampoco, y a
pesar de que me dolía de una forma desgarradora pensar que no
iba poder tenerle para mí, comprendí que era lo correcto, era lo
adecuado si quería construir una nueva vida en aquel lugar, si
quería encajar en aquella cuidad y recomponer los cachitos que se
habían ido rompiendo de mi corazón a lo largo de mi vida.
Así que, me levanté de la cama dos días después dispuesta a
dejar todo lo malo atrás. Había quedado con Jenna esa misma tarde
para ir de compras, solo faltaba un día para que empezaran las
clases, y aunque estaba nerviosa y asustada me alegraba dejar
atrás el verano, quería empezar de nuevo, hacer las cosas mejor y
recuperar a mi antiguo yo.
Gracias a Dios, Jenna era del tipo de persona que te absorbía
cuando estabas con ella por lo que pude distraerme e intentar
concentrarme en que el día siguiente sería mi primer día en St Mary.
Según Jenna era un colegio elitista, y dentro podías encontrarte
todo tipo de personas, claro que había algo en común entre ellos y era que todos estaban forradísimos. No sabía cómo iba a hacer para
poder encajar pero cuando me quise dar cuenta eran las siete de la
mañana y el despertador sonaba para darme la bienvenida a mi
primer día de instituto.
El uniforme ya arreglado y hecho a mi medida reposaba sobre la
silla de mi escritorio y cuando salí del baño y comencé a vestirme
aún con la oscuridad del amanecer no pude evitar sentirme como
una completa extraña. Por lo menos me habían acortado la falda
que ahora quedaba unos cinco dedos por encima de mis rodillas y la
camisa ya no me estaba inmensa sino que se me ajustaba en las
partes adecuadas. Me puse los zapatos negros y me observé en el
espejo. Dios mío, qué horror, y es que encima tenía que ser verde,
verde moho. El único problema que había era que no tenía ni idea
de cómo hacerme la corbata. La cogí a la vez que cogía mi bolso y
salí de la habitación con esos nervios que tiene uno el primer día
colegio; solo que lo normal es sentirlos cuando se tiene seis años y
no diecisiete.
En la cocina estaba mi madre, ya vestida pero con cara de
dormida y una taza de café en sus dedos y sentado en frente a la
isla estaba Nicholas. Desde que había regresado del hospital
apenas le había visto, solo una vez que entró para ver como estaba,
pero me hice la dormida por lo que llevábamos tres día sin
hablarnos, aunque según mi madre ni siquiera había pasado la
noche aquí. No pude evitar detenerme en la puerta un momento
antes de tener el coraje necesario de mirarle a la cara otra vez.
Tenía el pelo despeinado pero estaba vestido como a mí me
encantaba: con vaqueros que se la caían en las caderas y una
camiseta no muy ajustada de color negro. Suspiré internamente
antes de que mi mente recordara que se había acostado con otra
habiendo estado yo en la habitación de al lado.
Sus ojos me observaron de arriba abajo y sentí vergüenza de
que me viera con aquellas ridículas prendas. Pero para mi sorpresa
no se río ni hizo ningún tipo de comentario sino que simplemente me observó unos instantes, para luego regresar su vista a el periódico.
Me giré hacia a mi madre.
—No tengo ni idea de cómo se pone esta cosa ridícula, necesito
que me ayudes.—Le dije siendo claramente consciente de lo dura
que había sonado mi voz.
Mi madre se giró hacia a mí y sonrió más riéndose de mí que de
otra cosa.
—Estas muy mona, Noah—dijo soltando una risita. Yo le puse
mala cara.
— Parezco un elfo y no te rías—le dije sentándome en una de
las sillas de la isla frente a Nicholas que seguía leyendo el periódico
pero se le había formado una pequeña, casi ilegible, sonrisa.
—Te haré el desayuno, y pídele a Nick que te ayude con la
corbata— me dijo levantándose y dándonos la espalda. Miré
incómoda a Nicholas que había levantado su mirada hacía mí y me
observaba con las cejas levantadas.
Mi madre puso música por lo que mis latidos quedaron
reservados solo para mis oídos. No quería tener que acercarme a
Nicholas, pero no sabía cómo ponerme aquella cosa y la verdad es
que no quería pasarme media hora buscando un vídeo en YouTube
que me explicase como hacerlo. Me puse de pié y me acerqué hacia
él con la mirada clavada en cualquier sitio menos en él.
Él giró su silla hacia a mí y sin ponerse de pié colocó una mano
en mi cintura hasta que quedamos frente a frente, yo de pié entre
sus piernas abiertas.
—Te queda bien el uniforme—me dijo intentando entrelazar las
miradas.
—Estoy ridícula, y no quiero que me hables—le dije poniéndome
tensa cuando sus largos dedos acariciaron mi piel para levantar el
cuello de mi camisa blanca.
Al otro lado de la cocina mi madre cocinaba y cantaba ajena a lo
que estaba ocurriendo a tres metros suya.
—No voy a dejar de hablarte, voy a hacer que cambies de
opinión—me dijo juntando su rostro al mío más de lo que se consideraría apropiado.— Te quiero para mí, Noah, y no voy a parar
hasta conseguirlo.
¿Pero que estaba diciendo? ¿Se había vuelto completamente
loco? Era de Nicholas Leister de quien estábamos hablando, él no
era de nadie ni nadie era de él, aquello era ridículo.
Sus dedos volvieron a acariciar mi cuello, esta vez de una forma
deliberada y sensual. Sentí como me estremecía y por un instante
tuve que cerrar los ojos para poder concentrarme en lo que de
verdad pensaba y quería. Y no quería a Nicholas haciéndome daño
otra vez, ni ningún otro chico.
—¿Has terminado?—le dije entonces. Él detuvo sus dedos y me
observó fijamente. Con un movimiento rápido me subió el nudo de la
corbata hasta que estuvo colocado en su sitio y se puso serio.
—Sí, suerte en tu primer día—y entonces se levantó y sin venir a
cuento me dio un beso rápido en la mejilla. Sentí un cosquilleo allí
donde sus labios rozaron mi piel y una parte de mí quiso gritarle que
me abrazara, que me acompañara aquel estúpido instituto y que me
besara hasta perder el sentido. Pero simplemente me quedé allí
quieta hasta que escuché como salía por la puerta.
—Noah—me llamó mi madre desde el otro lado de la cocina. Al
parecer me había quedado inmersa en mis pensamientos y ni la
había escuchado.
Me giré hacia ella al mismo tiempo que depositaba mi taza de
café frente a mí y una carta sin remitente.
Me puse tensa al instante.
—Ha llegado esta mañana—dijo ella mientras se terminaba de
beber su café.—Tiene que ser de alguien de por aquí, no tiene ni
sello y ninguna dirección... ¿tienes ida de quien puede ser?—me
preguntó mirándome atentamente.
Negué con la cabeza al mismo tiempo que la cogía con manos
temblorosas y la abría. Mi madre se encogió de hombros y regresó
al periódico. Agradecí su falta de interés ya que estaba
completamente segura de que me había puesto blanca como el
papel.