Culpa mia

Noah

Las cartas habían dejado de llegarme, pero la última aún estaba 
grabada en mi retina. La palabra papá había causado en mi cerebro 
una respuesta inmediata contra los recuerdos infantiles que tanto 
había procurado olvidar. Hacía ya diez años que no sabía nada de 
mi padre, ni si quiera había oído mencionar su nombre. A medida 
que habían pasado los días, las semanas, los meses y los años mi 
mente había creado un caparazón externo que me protegía de 
cualquier dolor procedente de recuerdos, emociones o situaciones 
de aquella parte de mi vida que yo intentaba olvidar. No quería 
regresar allí, había un antes y un después, también mi madre había 
tenido un antes y un después tras aquellos primeros años. Y ahora 
todo había regresado para estallárme en la cara. 
El simple hecho de recordar lo que había ocurrido en aquella 
época causaba en mi metabolismo una reacción de miedo muy 
difícil de sobrellevar y por eso mismo había acudido a la fiestas, el 
alcohol y todo lo demás para poder escapar. Simplemente no era 
capaz de soportar aquello en ese preciso instante. No era lo 
suficientemente fuerte, no todavía; aún era una niña, aún no había 
pasado el tiempo necesario y aquella etapa oscura debía 
permanecer escondida en el pozo profundo de mi mente y por eso 
me había comportado como una idiota aquella semana. Sabía lo 
que hacía y esas horas en las que mi mente estaba nublada debido 
a los efectos del alcohol eran las únicas en las que mi corazón y mi 
cerebro respiraban con tranquilidad. 
Gracias a Dios mis nuevos amigos no veían raro eso de 
emborracharse casi todos los días por lo que no tuve que comerme 
mucho la cabeza para conseguir lo que deseaba. El único obstáculo 
había sido Nick.

Desde que habíamos regresado de ese estúpido viaje no había 
dejado de comportarse como un autentico hermano mayor. Me 
regañaba si bebía, me cuidaba cuando estaba borracha y hasta me 
había desnudado y duchado para que se me pasase la borrachera 
la noche anterior. Lo sé, era ridículo, ridículo y algo muy confuso. No 
le quería preocupándose por mí, simplemente necesitaba afrontar 
las cosas por mi misma y a mi manera. 
Había visto demasiadas veces como mi madre bebía hasta 
emborracharse cuando por fin nos libramos de mi padre. Si a ella la 
ayudaba, ¿Por qué iba yo a abstenerme? 
Con esos pensamientos en mente regresé al día siguiente del 
colegio. Apenas había prestado atención a las lecciones de los 
profesores, ni siquiera había ingerido ningún tipo de alimento desde 
la noche anterior. Mi estomago se negaba a alimentarse y mi mente 
estaba adormecida, ya que esa era la única forma de mantener mis 
demonios a raya. Aquel día me había llevado Jenna a casa; mi 
madre estaba fuera con William otra vez y no regresarían hasta 
pasados dos días. Ni siquiera sabía a dónde se habían marchado y 
tampoco es que me importase. A veces en algún momento del día 
cuando bajaba la guardia recordaba las amenazas de mi padre y el 
miedo se apoderaba de mí casi sin dejarme respirar. Pero él estaba 
lejos, en la cárcel, nunca podría ponerme las manos encima, pero 
entonces ¿Cómo era que Ronnie me entregaba las cartas? 
Dejé mi bolso sobre el sofá de la entrada y fui directa hasta la 
cocina. Allí estaba Nicholas con Lion. Los dos me miraron en cuanto 
puse un pie en la habitación. 
—Hola, Noah—me dijo Lion con una sonrisa tensa. A su lado 
Nick se me quedo mirando unos segundos. 
—Hola. Tú novia acaba de marcharse—le dije a la vez que me 
acercaba a la nevera y cogía la botella de zumo de naranja. En la 
mesa habían dejado los restos de lo que supuse habían sido 
bocadillos de queso. Thor, el perro de Nick apareció moviendo la 
cola. 
—Thor, lárgate—le ordenó Nicholas en tono duro. Me giré hacia él. 
—Déjale, Nicholas, no me está molestando—contesté molesta. 
Él me miró apretando la mandíbula y se acercó hasta donde estaba 
el perro. Le cogió por el collar y lo sacó fuera ignorando mi 
comentario. 
—A mí sí—me dijo cortante. 
Lion soltó una carcajada. 
—La tensión se puede cortar con un cuchillo—dijo poniéndose 
de pié. 
Le fulmine con la mirada mientras me sentaba y me llevaba una 
uva a los labios.—Debo advertirte Noah, hoy es el día de los 
novatos... ten cuidado—me dijo y yo me quedé quieta observándole. 
—¿Qué?—inquirí distraída. ¿De qué estaba hablando? 
Él miró a Nick, que no parecía hacerle ninguna gracia el 
comentario. 
—Hoy es el primer viernes de la primera semana de clase... se 
da la bienvenida a los novatos y tú lo eres, solo te advertía—dijo 
riéndose— Jenna me matará por habértelo dicho pero me das pena. 
—No va a ir a esa gilipollez así que no tienes de que preocuparte 
— le dijo Nicholas a Lion. 
—Me he perdido, pero sí que hay una fiesta esta noche y claro 
que voy a ir, Nicholas—le dije mirándole fijamente. 
Él me mantuvo la mirada pero negó con la cabeza. 
—Tú madre me ha dicho que esta noche no puedes salir de 
casa, dice que no quiere que andes por ahí cuando ella no está a sí 
que simplemente cumplo ordenes—dijo indiferente. 
Yo solté una carcajada irónica. 
—¿Y desde cuanto te hago caso a ti?—le dije comiéndome otra 
uva, estaban deliciosas. 
—Desde que me quedo aquí para vigilarte; no vas a ir a ninguna 
parte a sí que no te molestes en discutir conmigo—me dijo muy 
pagado de sí mismo. Aquello era surrealista. ¿Desde cuándo tenía 
que hacer lo que Nicholas Leister me dijera?

—Entérate, Nicholas, hago lo que quiero y cuando quiero, por lo 
que ya puedes ir olvidándote de tu pose de guardaespaldas porque 
paso de quedarme aquí metida un viernes por la noche. 
Me levanté de la mesa dispuesta a irme. Lion parecía divertido. 
—Es como ver un partido de tenis—dijo soltando una risotada 
pero callándose cuando Nicholas le lanzó una de esas miradas de 
cállate o te parto la cara. 
Pasé delante de ellos y me fui directa hasta mi habitación. Tenía 
que decidir que ponerme. 
Jenna me llamó a eso de las siete de la tarde. La fiesta de los 
novatos era una tradición en el St Marie y lo más interesante era 
que de hecho se realizaba en el St Marie. Nos colaríamos en el 
instituto y montaríamos la mejor fiesta de la historia. Los novatos de 
primer curso se encargaban de la comida, la bebida y después de 
limpiarlo absolutamente todo, por lo que nunca los habían pillado. A 
mí al haber entrado en el último curso simplemente me invitaban a 
participar en la parte divertida. Según Jenna debía llevar ropa 
cómoda pero arreglada, por lo que me decante por unos vaqueros 
negros y una camiseta sin mangas. En los pies me puse unas 
sandalias con apenas tacón y me dejé el pelo suelto. Estaba 
bastante mona pero los preparativos me llevaron menos tiempo de 
lo planeado y aún faltaba media hora para que pasasen a 
recogerme. 
Bajé a la cocina para prepararme la cena y antes de llegar a las 
escaleras me encontré con Nick que me acechaba cada vez que 
salía de mi habitación. 
—¿Vas a alguna parte?—me preguntó fulminándome con sus 
ojos claros. 
Estaba tan guapo y deseaba besarle hasta que se me agotaran 
las energías pero mi mente deseaba una cosa totalmente diferente. 
Quería odiarle, odiarle y hacerle la vida imposible, que era 
exactamente lo que estaba haciendo. 
—¿Piensas estar persiguiéndome durante toda la noche?—le 
conteste molesta. Ahora acababa de llegar al pie de las escaleras pero él estaba unos escalones por debajo, por lo que mi mirada 
quedaba justo a su altura. 
—No me hará falta, no vas a salir de esta casa—dijo muy 
pagado de sí mismo. 
—¿A no?—le desafié bajando otro escalón y quedando así 
mucho más cerca de él. Su fragancia me dejó aturdida unos 
instantes pero no dejé que eso me distrajera.— ¿Qué te apuestas a 
que esta noche hago lo que a mí me de la real gana? 
El ladeó la cabeza hacia un lado escrutándome con cuidado. 
—La zorra manipuladora en la que te estás convirtiendo deja 
mucho que desear, Noah—me dijo con una sonrisita pero sin que la 
alegría le llegase a los ojos. 
Aquellas palabras me dolieron, tanto que le di un empujón y pasé 
por su lado. 
—Pasa de mí, Nicholas—le dije sin apenas girarme. En cuanto 
entre a la cocina empecé a hacerme un bocadillo. Si aquella noche 
iba a beber, mejor hacerlo con comida en el estómago. Pero algo 
me impidió seguir cortando el pan cuando unas manos me sujetaron 
los brazos por detrás. Un cuerpo se me pegó a la espalda y me 
presionó contra la encimera de la cocina. Sentirle contra mí después 
de tanto tiempo hizo que se me cayera el cuchillo que estaba 
sujetando. 
Sentí unos labios en mi hombro desnudo y me estremecí 
involuntariamente. 
—Quiero encerrarte en mi habitación, Noah, encerrarte y besarte 
hasta que no te queden palabras hirientes que decir—me dijo 
colocando la palma de su mano sobre mi vientre y la otra sobre mi 
codo derecho acercándome a él. 
Suéltame, Nicholas—le dije entrecortadamente. Mi cuerpo 
ansiaba su contacto pero mi mente solo gritaba ¡peligro, peligro! 
Sentí sus labios en mi oreja y después en mi cuello. Me apartó el 
pelo de la cara y ese simple roce de sus dedos contra mi piel me 
hizo cerrar los ojos de placer.




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