Culpa mia

Nick

Acostarme con Noah había sido la experiencia más alucinante 
de mi vida. Aún ni siquiera podía creerme que hubiese ocurrido, 
todavía seguía creyendo que todo era un sueño. Llevaba pensando 
en esto desde que la había visto por primera vez con un vestido 
ajustado y me había dado cuenta de lo hermosa que era, pero ¿qué 
me dejara hacerle el amor...? aún estaba en el cielo. Sentirla bajo mi 
cuerpo y poder acariciarla a mi antojo me había proporcionado más 
placer que en todos mis años de relaciones con mujeres y ahora ella 
era mía, mía para siempre por qué no pensaba dejarla escapar. 
Con todo lo que había ocurrido y con todo lo que me había 
enterado no sabía ni de qué forma habíamos llegado hasta ese 
punto pero por fin había podido derribar ese muro que nos había 
separado desde el principio. 
Noah había tenido una infancia horrible, tan sumamente 
traumática que aún así después de diez años seguía trayéndole 
consecuencias e inconvenientes en su vida cotidiana y yo apenas 
podía contener las ganas de ir en busca del cabrón de su padre y 
matarlo por lo que le había hecho. También estaba bastante 
cabreado con su madre. ¿Qué clase de idiota deja a su hija de siete 
años con un maltratador? No quería que Noah lo supiese pero 
culpaba a Rafaella tanto como a su padre y no esperaba el 
momento de poder dejárselo claro. Aun así y después de todo lo 
que me había confiado yo seguía teniendo el presentimiento de que 
me ocultaba algo. No sabía muy bien que podía ser pero aún había 
un atisbo de preocupación en sus ojos y yo quería averiguar qué es 
lo que era. 
Ahora mismo la tenía dormida entre mis brazos. Mi mente 
regresó a lo que habíamos estado haciendo y casi la despierto para 
poder empezar donde acabamos. Había una pequeña lucecita encendida y con el reflejo de la luz pude admirar lo hermosa que 
era. Era increíblemente guapa, tanto que te dejaba sin aliento. Y qué 
decir de su cuerpo... haber podido tocarla y darle placer habían sido 
dos de la cosas más provechosas que había hecho en toda mi 
vida.... y cómo había disfrutado. 
Entonces escuché como mi teléfono móvil empezaba a vibrar. No 
quería que Noah se despertara por lo que lo quité de la mesilla y 
dejé que vibrase en silencio. Fuera quien fuese podía esperar... 
La abracé con fuerza atrayéndola contra mi costado y ella abrió 
los ojos un poco adormecida. 
—Hola—dijo en ese tono tan agradable que había empezado a 
usar conmigo hacía un día exactamente. 
—¿Te he dicho ya lo increíblemente guapa que eres?—le dije 
colocándome encima y disfrutando de que ya estuviese levantada. 
Había ansiado besarla desde hacía ya por lo menos una hora. 
Me devolvió el beso solo como ella sabía hacer y me abrazó 
presionándome los hombros. 
—¿Te encuentras bien?—le pregunté dudoso, la verdad es que 
había tenido todo el cuidado del mundo, nunca había tenido tanto 
miedo de poder hacerle daño a una persona, pero después de lo 
que había escuchado del pasado de Noah, no quería ni que sufriera 
ni un maldito razguño. 
—Tengo hambre—dijo riéndose bajo mis labios. 
La observé detenidamente, sus mejillas estaban teñidas de un 
color rosado, casi fébril, aunque era normal teniendo en cuenta que 
no la había soltado en toda la noche mientras dormía plácidamente 
junto a mí. 
—Yo también—le contesté pasando a besarle la mejilla y la 
garganta en ese punto que sabía que la volvía loca. 
Soltó una carcajada y me cogió del pelo con suavidad para que 
la mirase. 
—Hambre de comida—dijo sonriéndome. ¿Por qué una sonrisa 
suya podía volverme completamente loco?

—Esta bien, vamos a comer—le dije tirando de ella hacia la 
ducha. 
Nos metimos juntos bajo el agua y nos duchamos y le dejé una 
camiseta mía mientras yo me ponía unos pantalones de chándal. 
No podía agradecerles más a nuestros padres que se hubiesen 
marchado aquel fin de semana. 
—¿Qué te apetece?—le dije mientras llegábamos y ella se 
sentaba frente a la isla. 
—¿Sabes cocinar?—dijo indulgente y sin dar crédito. 
—Claro qué si, ¿Qué te creías?—le dije sonriéndole y cogiéndole 
todo el pelo formando una coleta en mi mano. De aquella forma era 
fácil tirar de ella hacia atrás y tener camino libre para besarla a mi 
gusto. 
—Me refiero a algo comestible—siguió diciendo mientras se reía. 
Ese sonido era el mejor del mundo; la sintonía perfecta para la 
mañana perfecta. 
—Te haré tortitas, para que no te quejes—le dije obligándome a 
soltarla. 
—Yo te ayudo—dijo entonces saltando de la silla y yendo 
directamente a la nevera. Cocinamos mano con mano; yo hice la 
masa y ella se encargó de hacer batido de fresa para ambos. 
Después nos sentamos en la mesa y comimos uno del tenedor del 
otro. Fue exquisito mancharla con sirope y después lamerla para 
limpiárselo. Nunca había hecho algo parecido con nadie y la comida 
de esa forma era mucho más apetecible. Por fin las cosas estaban 
como debían ser. Noah era mía y se la veía feliz. Y 
yo también lo era, después de muchísimos años sin confiar en 
ninguna mujer me había buscado a una tan complicada pero 
exquisitamente perfecta para traerme la confianza y el amor que me 
había sido arrebatado a una edad tan temprana. Ahora que lo 
analizaba de aquella manera, Noah y yo teníamos varias cosas en 
común. Ella había perdido a un padre a los siete y yo había perdido 
a mi madre a los doce. Si teníamos en cuenta nuestras edades 
correspondientes habíamos estado sufriendo a la vez, en países distintos sí, pero habíamos sufrido y ahora nos habíamos 
encontrado para poder ayudarnos a superarlo. 
—Hay algo que quiero hacer—dijo entonces mientras se comía 
su último trozo de tortita—déjame tu móvil. 
Sin saber qué es lo que quería pero sin dudarlo ni un segundo se 
lo tendí. 
—Ya puestos que eres mi novio—dijo observándome con cautela 
y yo le sonreí. Me gustaba ese calificativo. Sí, era su novio y ella era 
mí novia; mía. Me gustaba como sonaba.—Voy a borrar a todas las 
chicas de esta agenda de contactos menos a mí y a Jenna—me dijo 
y me empecé a reír. 
—Tú ríete pero lo digo en serio—dijo desbloqueando mi móvil y 
entrando en mi agenda. 
—Puedes hacer lo que quieras, no me importa—le dije—pero no 
borres ni a Anne ni a Madison, creo que se me podrá permitir seguir 
hablando con mi hermana ¿no?—dije levantándome y llevando los 
platos al lavadero. 
—¿Quién es Anne?—dijo ella arrugando la nariz. Era consciente 
de que ese nombre se parecía demasiado a Anna por eso me 
apresuré en explicárselo. 
—Anne es la asistenta social que me trae a Madison cuando me 
toca verla; me mantiene al día de lo que ocurre en su vida y me 
llama si ocurre algo. 
Ella asintió y luego frunció el ceño. 
—Tienes una llamada perdida de ella, de hace una hora—dijo y 
entonces la pantalla se iluminó y como si nos hubiese estado 
escuchando apareció el nombre de Anne en la pantalla.—Ahí está 
otra vez—dijo y le quité el móvil de la mano con el semblante 
preocupado. 
Era muy temprano para que Anne me llamara. 
—¿Nicholas?—dijo su voz desde el otro lado de la línea. 
—¿Qué ocurre?—dije sintiendo el miedo en la boca del 
estómago.




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