NOAH
Llegué a la estación de tren a eso de las siete de la tarde. El sol aún no había
desaparecido por el horizonte, en pleno julio no lo haría hasta pasadas las nueve,
y fue agradable bajarme del tren, estirar las piernas y sentir ese cálido olor a mar
y la fresca brisa proveniente de la costa. Hacía tiempo que no iba a la playa y lo
echaba de menos. Mi facultad estaba a casi dos horas del océano y hacía lo
posible por evitar ir a casa de mi madre. Mi relación con ella había dejado de ser
lo que era y aunque habían pasado muchos meses, no habíamos solucionado
absolutamente nada. Hablábamos muy de tiempo en tiempo y cuando la
conversación se dirigía a terrenos a los que no estaba dispuesta a entrar
simplemente colgaba el teléfono.
Jenna me esperaba dentro del coche, frente a la estación. Al verme se bajó de
su descapotable blanco y vino corriendo a mi encuentro. Yo hice lo mismo y nos
encontramos en medio de la carretera. Nos envolvimos en un abrazo totalmente
de chicas y empezamos a saltar como posesas.
—¡Estas aquí!
—¡Estoy aquí!
—¡Voy a casarme!
—¡Vas a casarte!
Ambas soltamos una carcajada hasta que los insistentes bocinazos del tráfico
que habíamos interrumpido hicieron que nos separásemos.
Nos subimos al descapotable y yo me fijé en mi amiga mientras esta
empezaba a parlotear sobre lo agobiada que estaba y todas las cosas que íbamos
a tener que hacer antes del gran día. En realidad solo disponíamos de un par de
días para estar juntas y solas, ya que los invitados no tardarían en llegar. Los
amigos más cercanos se quedarían en su casa y los demás o tenían casa propia en
los Hamptons —cuando digo «casa» quiero decir «mansión»— o se alojarían en
la de algún amigo que viviese por la zona.
Jenna también había elegido estas fechas justo por eso. Para no obligar a ir a
todo el mundo hasta allí, decidió elegir la época de vacaciones, puesto que la
mitad de sus amigos y conocidos ya iban a estar, si no en los Hamptons al menos
cerca.
—He preparado un itinerario que es una locura, Noah, los próximos días solo vamos a tumbarnos en la playa, ir al spa, comer y beber margaritas. Esta es mi
despedida de soltera al estilo «relax» que tanto deseo.
Asentí mientras mis ojos se iban perdiendo en los alrededores. ¡Dios mío, ese
lugar era precioso! Sentía como si me hubiesen trasladado de golpe y porrazo a
la época colonial del siglo XVII. Las casitas del pueblo eran de ladrillo blanco
con tejas alargadas y preciosas, con porche en las zonas delanteras y mecedoras
frente a sus puertas. Estaba tan acostumbrada al estilo práctico y sencillo de Los
Ángeles que había olvidado lo pintorescos que podían llegar a ser algunos
lugares. A medida que nos íbamos alejando del pueblo empecé a vislumbrar las
impresionantes mansiones que se alzaban imponentes en extensas fincas. Jenna
se metió por una carretera secundaria en dirección al mar y allí, a lo lejos, pude
ver los altos tejados de una espectacular mansión de color blanco y marrón claro.
—Dime que esa no es tu casa…
Jenna se rio y sacó un aparatito de la guantera. Le dio a un botón y las
inmensas verjas de la puerta exterior se abrieron casi sin hacer ruido. Y ahí
estaba, una casa impresionantemente grande y preciosa.
Era de estilo colonial, como todo por la zona, nada moderna pero
exquisitamente construida sobre un terreno que desembocaba en el mar —se
escuchaba el oleaje desde allí—. Una serie de luces tenues alumbraban el
camino que conducía a la zona de aparcamiento, con cabida para por lo menos
diez coches.
La mansión de ladrillos blancos contaba con un precioso porche que
sostenían unas inmensas columnas. Los jardines que la rodeaban eran de un
verde que hacía tiempo que no veía y en él destacaban dos robles centenarios
que parecían recibirte con su majestuosa presencia.
—¿Vas a casarte aquí? Joder, Jenna, de verdad es preciosa —exclamé
bajándome del descapotable sin poder apartar la mirada de esa sublime
construcción, y eso que estaba acostumbrada… A ver, había vivido en casa de
los Leister, pero aquello era totalmente distinto… era mágico.
—No me caso aquí; en principio sí que era el plan, pero hablándolo con mi
padre supe que le hacía ilusión que lo hiciese donde siempre habíamos hablado:
hay un viñedo a una hora de aquí, más o menos, donde mi padre me llevaba
cuando era pequeña. Solíamos ir a caballo y recuerdo que una vez me dijo que
quería que me casase en ese sitio, porque tenía una magia difícil de encontrar.
Recuerdo que apenas tenía diez años y en ese momento soñaba con casarme
como una princesa. Mi padre todavía lo recuerda.
—Seguro que es un lugar increíble si supera a este sitio.
—Lo es, te va a encantar, muchas bodas se celebran allí.
Dicho esto, las dos nos acercamos juntas a la escalera y subimos los diez escalones que conducían al porche. Sentí el sutil crujir de la madera bajo mis
pies y fue como música celestial para mis oídos.
No os podéis imaginar lo que era por dentro: apenas había paredes, era un
inmenso espacio diáfano con suelo de madera de roble. En el centro había un
juego de sofás dispuestos en círculo alrededor de una chimenea moderna y
redonda. Una biblioteca con pequeños sillones orejeros ocupaba otro espacio que
desembocaba en una escalera que subía a la segunda planta, donde una
balaustrada te permitía mirar hacia abajo.
—¿Cuánta gente se queda aquí, Jenn?
Jenna dejó descuidadamente la americana sobre el sofá y fuimos hasta la
cocina. Era también enorme: contaba con una especie de salón, con sillones
amarillos y una pequeña mesa para el desayuno. Por los grandes ventanales pude
ver que la puerta daba al inmenso jardín que había detrás y más allá, a unos
cuantos metros, estaba la playa de una arena blanca inmaculada que hacía
competencia a la gran piscina cuadrada.
—Pues, a ver… en total creo que unos diez contándonos a nosotras dos, a
Lion y a Nick; los demás se quedan en otras casas de la zona o en el hotel que
hay en el puerto.
Desvié la mirada hacia la ventana al escuchar el nombre de Nick y asentí de
forma despreocupada para que no se diese cuenta de lo mucho que me afectaba
oír su nombre.
Sin embargo, Jenna se percató y, sacando dos botellas de ginger-ale de la
nevera, me obligó a mirarla a los ojos.
—Ya han pasado diez meses, Noah… sé que aún te duele y en parte he
esperado este tiempo por vosotros, porque no podría haberme casado sin mis dos
mejores amigos, pero… ¿crees que vas a estar bien? Es decir… no lo ves
desde…
—Lo sé y sí, Jenna, no voy a mentirte diciéndote que me da igual y que lo he
superado, porque no es así, pero ambas sabemos que esto iba a terminar pasando.
Prácticamente somos familia… era cuestión de tiempo que volviésemos a
vernos las caras.
Jenna asintió y yo tuve que desviar la mirada de la suya. No me gustaba lo
que veían mis ojos; cuando se hablaba de Nick, la gente parecía que anduviese
por terreno pantanoso. Yo sabía lidiar con mi dolor, lo había hecho y seguía
haciéndolo día sí y día también, no necesitaba la compasión de nadie. Yo había
acabado con nuestra relación y quedarme sola y con mi corazón roto era el
castigo.
Jenna no tardó en enseñarme mi habitación y lo agradecí, puesto que estaba
agotada. Me abrazó emocionada después de explicarme cómo funcionaba la ducha y se marchó gritando que mejor que descansara porque al día siguiente no
iba a haber Dios que nos parara. Sonreí y cuando se marchó abrí el grifo para
darme un baño caliente y relajante.
Sabía que los días que estaban por venir iban a ser duros. Iba a tener que
mantener la compostura por Jenna, para que no viera que estaba destrozada.
La siguiente semana tenía que realizar la mejor actuación de mi vida… y no
solo delante de Jenna, sino también de Nicholas, porque si él veía mi
vulnerabilidad terminaría por machacar mi alma y mi corazón… al fin y al cabo
eso era lo que se había propuesto.
Me desperté bastante temprano, más que nada porque las cortinas de mi
cuarto estaban descorridas. Me asomé y las olas del océano parecieron darme los
buenos días. Estábamos tan cerca del mar que casi podía sentir la arena en mis
pies.
Me puse el biquini apresuradamente y al llegar a la cocina vi que Jenna ya
estaba despierta y hablaba con una mujer que tomaba café sentada frente a ella.
Al verme llegar, ambas me sonrieron.
—Noah, ven que te presento —dijo levantándose y cogiéndome del brazo.
La mujer que había frente a ella era muy guapa, de rasgos asiáticos y el pelo
castaño muy bien peinado. Era… limpia; sí, esa era la mejor palabra para
describirla—.
Ella es Amy, la organizadora de la boda.
Me acerqué a ella y le estreché la mano con una sonrisa.
—Encantada.
Amy se me quedó mirando con aprobación y sacó un libro de su bolso,
donde empezó a buscar algo pasando las páginas de forma rápida y segura.
—Jenna me dijo que eras guapa, pero ahora que te veo… El vestido de dama
de honor te va a quedar espectacular.
Sonreí mientras sentía cómo mis mejillas se coloreaban.
Jenna se sentó a mi lado y se metió un trozo de tostada en la boca.
—Eh, que la guapa de la fiesta tengo que ser yo. —Apenas se la entendió
con la comida en la boca, pero sabía que lo decía de broma. Jenna era tan
hermosa que por muchas chicas guapas que hubiese a su lado ella siempre
destacaría entre todas las demás.
—Mira, Noah, este es tu vestido —dijo Amy enseñándome una foto de la
firma Vera Wang. Era un vestido precioso de color rojo, con escote en V y dos
finas tiras que se cruzaban en la espalda. El escote que tenía por detrás era
impresionante—. ¿Te gusta?
¡Como para no gustarme! Cuando Jenna me pidió que fuese una de sus damas de honor casi se me saltaron las lágrimas, pero hicimos un pacto: si yo era
su dama de honor ella tenía que elegir cualquier vestido que no me hiciese
parecer una tarta de cumpleaños. Y vaya si se había tomado en serio mi petición:
el vestido era increíble.
—¿Quién más será dama de honor conmigo? —pregunté sin dejar de mirar
esa fascinante prenda.
Jenna me miró con una sonrisa.
—Al final he decidido tener solo una dama de honor —admitió dejándome
de piedra.
—Espera… ¿cómo? —exclamé con incredulidad—. ¿Y tu prima, Janina, o
Janora o como se llame…?
Jenna se levantó de la silla y fue directa a la nevera, dándome la espalda.
Amy pasaba olímpicamente de nosotras; es más, se incorporó para atender una
llamada y se alejó hacia una esquina de la cocina para oír mejor.
Jenna sacó fresas y leche y las colocó sobre una de las encimeras. Mientras
cogía la batidora, con la clara intención de hacerse un batido, se encogió de
hombros.
—Janina es insoportable. Mi madre es la que casi me ha obligado a hacerla
dama de honor, pero cuando se enteró de que no podía, ha admitido que entre
tener solo dos damas de honor o una sola prefería que solo hubiese una… Ya
sabes, es más armonioso, esas fueron justamente sus palabras.
Puse los ojos en blanco; genial, ahora iba a tener que estar ahí sola, de pie
frente a los cientos de invitados que acudirían a la ceremonia y sin tener a nadie
a mi lado con quien poder compartir mi desdicha.
—Además, ya sabes… Lion solo va a tener a un amigo en el altar, por lo que
no tengo que preocuparme porque quede raro: va a quedar todo perfectamente
proporcionado.
Antes de comprender lo que mi amiga acababa de decir, la batidora ocupó el
repentino silencio, ahogando mis pensamientos encontrados.
Un momento… solo un amigo y una amiga en el altar…
—¡Jenna! —grité poniéndome de pie y cruzando la cocina hasta llegar a su
lado. Mi amiga tenía la mirada fija en el recipiente de la batidora. Apagué el
cacharro sin miramientos y la obligué a mirarme—. Soy la madrina, ¿verdad?
Jenna tenía la culpabilidad reflejada en su rostro.
—Lo siento, Noah, pero Lion no tiene a su padre y obviamente sabías que
Nick sería su padrino. Como comprenderás, no iba a poner a mi madre de
madrina si no estaba el padre de Lion para acompañarla, no me pareció correcto
y por eso decidimos que fueran nuestros mejores amigos.
Cerré los ojos con fuerza.