NOAH
La calma con la que habíamos vivido los últimos días había dejado de existir
nada más sonar el timbre aquella mañana muy temprano. Habíamos pasado el
rato yendo al spa de Sag Harvor, comiendo marisco fresco en restaurantes
pintorescos y nos habíamos tostado al sol durante horas dejando que nuestra piel
adquiriera ese color bronceado tan deseado y por el cual seguramente tendríamos
arrugas de por vida.
Amy, la organizadora del evento, nos había dejado solas para vivir ese
momento de amigas que tanto necesitábamos, pero a pocos días de la boda y con
la inminente llegada de numerosos invitados, fue imposible seguir con nuestro
dolce far niente.
Jenna parecía ponerse cada vez más nerviosa y lo demostraba hablando sin
parar y, sobre todo, llamando a Lion cada vez que le daba un ataque de ansiedad.
Después de meses preparándose para la prueba que hacían en una de las
empresas del padre de Jenna, había conseguido el merecido puesto como
administrador de una de sus sucursales y las cosas por fin parecían estar
encaminadas para el descarriado del grupo. Ambos habían conseguido
perdonarse por el pasado y estaban más enamorados que nunca.
Aquella mañana por fin pude ver el vestido de novia. La modista había
llegado con Amy para que Jenna pudiese probárselo casi por última vez y
hacerle los últimos retoques. Tengo que decir que el vestido era increíble, de
encaje blanco y entallado hasta la cintura, de la que surgía una falda
acampanada. Me recordaba a los vestidos que lucen las protagonistas de las
películas o las modelos de las revistas y que hacen que inevitablemente se nos
caiga la baba. La madre de Jenna, junto con una de las modistas más caras de
Los Ángeles, había diseñado el vestido y a mi amiga le quedaba espectacular.
Pronto llegaron un grupo de trabajadores que se encargaron de poner flores
en la entrada de la casa, acorde, según Jenna, con los motivos florales de la boda;
asimismo, otro grupo dispuso el catering con el que se recibiría a todos los
amigos y familiares que llegarían durante el día: había comida para dar y tomar.
En suma, en el inmenso jardín, se estaba preparando lo que sería un
recibimiento preboda digno de admiración.
La cena de ensayo sería al cabo de dos días y se celebraría en un salón junto a la bahía. Huelga decir el estado de nervios en el que me encontraba. No estaba
preparada para volver a ver a Nick y mucho menos para pasar más de dos días en
la misma casa.
La estancia pronto se convirtió en un hervidero de gente, de familiares y
amigos que llegaban sin parar y, emocionados, se acercaban a Jenna con la
intención de preguntarle cosas sobre la ceremonia o simplemente cotillear sobre
el vestido y todo lo demás.
Mi amiga había invitado a los amigos más íntimos para que se quedaran en la
mansión y también a los familiares más cercanos, sobre todo los más jóvenes, ya
que los adultos preferían hospedarse en hoteles donde la emoción juvenil y la
borrachera con la que seguramente acabaríamos todos aquella noche no
interrumpieran su tranquilidad adulta.
Jenna estaba rodeada de algunas de sus primas mientras por la puerta
principal entraban los del catering, que parecían no acabar nunca. Justo pasaba
por la entrada, con la clara intención de subir a mi habitación a buscar un poco
de tranquilidad, cuando un coche conocido aparcó junto a la entrada. Levanté la
mano y me la coloqué como visera para ver al hermano de Lion bajar con
aquella sonrisa peligrosa que parecía tener tatuada.
Hizo girar las llaves del coche entre los dedos y clavó su mirada en la mía al
percatarse de que lo observaba desde el porche.
—Mira a quién tenemos aquí —dijo con una sonrisa torcida acercándose a
los escalones—: la princesita perdida en acción.
Puse los ojos en blanco. Luca nunca me había caído del todo bien. Había
pasado años en la cárcel y, según me había contado Jenna, seguía metiéndose en
problemas, problemas que ahora Lion se encargaba de solucionar. Tenía que
admitir que Luca estaba bastante cambiado desde la última vez que lo había
visto hacía meses, en las horribles carreras donde Jenna terminó cortando con
Lion. Nick y yo también habíamos tenido una pelea monumental, una pelea que,
como siempre, había terminado en sexo, sexo que no solucionaba nada, sexo que
simplemente nos ayudaba a obviar lo inevitable: que nos estábamos destruyendo
poco a poco el uno al otro.
—¿Cómo estás, guapa? —me dijo colocándose frente a mí y obligándome a
levantar un poco la mirada. Si Lion era un tipo grande, Luca no le andaba a la
zaga. Sus brazos tatuados podrían haber espantado a cualquier persona de bien,
pero él los lucía con orgullo y a mí no podía importarme menos.
—Muy bien, Luca, me alegro de verte —contesté dando un pasito hacia
atrás; se me había pegado más de la cuenta y no me hacía mucha gracia—. Jenna
está dentro, si quieres saludarla.
Luca miró por encima de mi hombro sin mucho interés. Sus ojos verdes, igualitos a los de su hermano, bajaron a los míos, me recorrieron descaradamente
el vestido blanco que llevaba y se arrugaron al sonreír de nuevo y mirarme a la
cara.
—Tengo tiempo para saludar a la futura novia, y hablando de novias… y
novios. ¿Es verdad que estás soltera?
Su interés me descolocó un poco, y como no tenía ganas de hablar de mi vida
sentimental y menos con el hermano macarra del mejor amigo de mi ex, que
seguramente estaba al tanto de lo que había pasado, sobre todo de lo que había
hecho, las ganas de salir corriendo y encerrarme en mi cuarto aumentaron de
forma considerable.
—Estoy segura de que sabes la respuesta a esa pregunta —afirmé de un
modo bastante frío. El recordatorio de mi situación actual solo consiguió que
sintiera un pinchazo en el pecho.
Justo entonces apareció Jenna. Una sonrisa bastante más agradable que la
mía recibió a Luca, que le abrió los brazos para estrecharla contra su pecho.
—Hola, futura cuñada —la saludó sobándola con las manos—. ¿Estás más
gorda? Ten cuidado, no vaya a ser que no te quepa el vestido.
Luca sonreía y Jenna se revolvió entre sus brazos, soltándose de un tirón y
fulminándolo con sus ojos rasgados.
—Eres un idiota —le soltó dándole un manotazo en el brazo.
Luca volvió a centrarse en mí.
—Le estaba preguntando a Noah que dónde estaba mi habitación… Ya sabes
que no estoy acostumbrado a vivir en castillos junto a la playa y me siento
cansado del viaje…
Jenna puso los ojos en blanco.
—Solo a ti se te ocurre cruzar el país en coche. ¿No sabes de la existencia de
esos aparatos llamados aviones?
Abrí los ojos con sorpresa.
—¿Has venido en coche desde California?
Luca asintió, recolocándose la mochila que llevaba al hombro.
—Me encantan los restaurantes de carretera —declaró pasando entre las dos
y entrando en la casa—. ¿Adónde voy?
Jenna sacudió la cabeza, sonriendo. En ese preciso momento la llamaron
desde la cocina.
—Noah, llévalo arriba y dile que se quede en la habitación de la derecha, la
que está junto al balcón.
—Pero…
Jenna no se quedó a escuchar mis protestas, desapareció por el pasillo en
dirección a la cocina y me dejó a solas con Luca.