Culpa nuestra

Capítulo 7

NICK 
Para mí Noah siempre había sido una droga, una puñetera droga que me 
narcotizaba con su simple presencia. Toda ella me llamaba para que me acercara, 
toda ella me convertía en un puto yonqui, en alguien débil. 
Me había costado tanto separarme de ella, me había dolido tanto saber que 
no iba a volver a tocarla, que no iba a volver a besarla ni a cuidarla, que no iba a 
ser la mujer de mi vida… Del dolor pasé al odio de una forma que incluso a mí 
me dio miedo; porque me había abierto a ella, le había dado mi alma y corazón y 
había hecho exactamente lo que más temía, me había engañado; tantas veces 
pensando en todas las cosas que podían salir mal y nunca se me pasó por la 
cabeza que Noah pudiese dejar que otro tío si quiera la tocase. Ni siquiera era 
capaz de pensar en el puto psicólogo. Era pensar en su nombre y todo yo entraba 
en una vorágine de rabia y locura incontrolable. 
Ese tío había tocado a mi novia, la había desnudado… Creo que fueron esas 
imágenes, esa realidad imborrable, lo que me había roto por completo. Nunca en 
toda mi vida me había sentido tan mal, tan hundido en la miseria… Fue tal la 
muralla que se formó en torno a mí, que otra persona nueva apareció en mi lugar. 
Ya no existía cabida para nada que no fuera los sentimientos básicos de un 
hombre sin alma. La poca capacidad que aún me quedaba para amar iba dirigida 
a mi hermana pequeña, y ahí se acababa todo. 
Me había asegurado tan minuciosamente de no tener que volver a ver a Noah 
que me fastidiaba toda esta situación. Estaba tan furioso con ella… tan 
cabreado… porque solo con verla había vuelto a sentir algo, había vuelto a sentir 
que mi corazón se aceleraba y que mi respiración se entrecortaba. Odiaba esa 
sensación, odiaba cualquier sensación, yo no sentía ya, me había acostumbrado a 
no sentir y que ahora ella llegase y volviese a torturarme hacía que quisiera 
arrastrarla conmigo a mi propio infierno. 
Allí estaba, tan jodidamente irresistible como siempre, tan jodidamente 
tentadora… y encima parecía encogerse en mi presencia, me miraba sin ese 
brillo ni superioridad que antes siempre acompañaban a cada una de sus 
palabras. La Noah que tenía delante también había cambiado, no era la misma, y 
odiaba sentir lástima, odiaba ver lo que nos había pasado y odiaba culparla a 
ella.

Cuando paré el coche, salió al instante. Desabrochó el arnés de la silla de 
Jeremy, lo sacó y, acto seguido, se dirigió al viñedo sin esperarme. Llevaba un 
pantalón corto y una simple blusa de color amarillo y ya había conseguido 
trastocar y penetrar todas mis defensas. 
En el coche, el olor de su fragancia, ese olor tan característico de ella, ese 
olor con el que a veces todavía soñaba por las noches y que hacía que me 
despertara con una erección descomunal y ganas de matar a alguien… ese puto 
olor ahora estaba en cada uno de los rincones de mi coche y, lo peor de todo, lo 
más irritante, es que una parte de mí había disfrutado como un alcohólico dando 
un trago de brandi después de años de abstinencia; ni siquiera había abierto las 
ventanas, ni siquiera había podido evitar la sucesión de imágenes que habían 
pasado por mi cabeza sobre las cosas que le haría para saciar esa necesidad que 
tenía y siempre tendría de ella. 
Levanté la vista hacia donde mis mejores amigos iban a casarse y no pude 
creer que fuera a pasar. Me enteré de que Lion le había pedido matrimonio a 
Jenna un mes después de que Noah y yo cortásemos. Mi amigo había llevado el 
secreto de manera casi profesional, y una parte de mí lo agradeció. Me alegraba 
por ellos, pero, por otro lado, había sido como echar alcohol a mis heridas. 
El viñedo de Corey Creek era un lugar precioso para casarse, muchas veces 
había ido allí para pasear por los viñedos y comprar merlot del bueno. Jenna y su 
padre me habían llevado con ellos y recordaba haber montado a caballo por los 
campos y ver las bodas que se celebraban en la distancia. Uno de los dueños era 
amigo de mi padre y de Greg, así que habíamos tenido ciertas libertades. 
Jenna no tardó en decirnos adónde debíamos ir, primero pasando por una 
bonita recepción del lugar, con altas vigas de madera y alfombras de piel de 
animales que seguramente habían sido cazados por el propio dueño. Había 
lámparas de aceite y altas arañas de cristales que se suspendían sobre nuestras 
cabezas de forma un poco intimidatoria. Jenna se había pegado a una mujer 
asiática que parecía estresada; unos minutos después me la presentaron como 
Amy, la organizadora de la boda. 
Cuando salimos a la parte trasera, donde estaban los viñedos, tuve la certeza 
de que la boda iba a ser magnífica, como las que había contemplado en la 
distancia, o incluso mejor. 
Habían colocado el altar de flores justo de cara a los inmensos viñedos que 
se extendían casi infinitamente bajo el caluroso sol de julio. Los bancos y las 
flores aún no estaban colocados del todo, pero pude hacerme una idea de cómo 
iba a quedar todo cuando estuviese terminado. 
—¿Los padrinos? —preguntó Amy, mirando entre nosotros. 
Noah dio un paso al frente, me miró de reojo y prestó atención a las palabras de la organizadora. Un minuto después me cogió del brazo y me indicó dónde 
debíamos colocarnos. La mujer hizo una fila de parejas. La primera que entraba 
era Lion y su madre; luego lo haría la madre de Jenna de la mano de Jeremy, que 
parecía querer hacer de todo menos prestar atención a Amy; después nosotros y, 
finalmente, Jenna con su padre. 
Me coloqué junto a Noah e intenté por todos los medios disimular mi mal 
humor. 
Cuando Amy se colocó delante de nosotros, claramente consciente de que 
éramos los únicos que apenas se rozaban, frunció el ceño y nos miró con mala 
cara. 
—¿Qué demonios estáis haciendo? 
«Ni puta idea, guapa, ni puta idea.» 
Sentí los ojos de Noah en mi rostro y tuve que contar hasta diez para no 
largarme y mandarlo todo a la mierda.




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