NICK
Sabía que la había cagado al besarla la noche anterior, pero no había podido
evitarlo, estaba allí, gritándome, echándome la culpa ¡a mí! Me había llamado
mentiroso, ¿mentiroso? Ni siquiera entendía a qué demonios se había referido,
pero había sido o besarla o perder los nervios por completo.
Ver las asquerosas manos de Luca en su cuerpo, sus labios sobre ella… Noah
había decidido acabar con el poco autocontrol que creía que aún me quedaba.
Verla con otro me había hecho revivir todas aquellas imágenes que había
conseguido casi eliminar de mi cerebro. Estaba claro que ahora que la había
visto de nuevo después de tanto tiempo todo había vuelto al principio, había sido
como aquella maldita noche en que descubrí que me había engañado.
Sentir su cuerpo esbelto, precioso y mucho más delgado de lo que recordaba
contra mí me había hecho enloquecer por unos instantes. Me había colapsado los
sentidos, por unos segundos volví a ser el de antes, volví a ser ese chico
totalmente enamorado y demencialmente perdido por esa chica. Cuando la
aparté para mirarla, para llenarme de aquella luz que siempre desprendía, vi lo
mismo en sus ojos, vi el mismo anhelo, el mismo deseo contenido, ese deseo que
nos atraía, pero también vi otra cosa: vi arrepentimiento, vi desesperación, vi
nostalgia… y como si me hubiesen clavado un cuchillo y me lo hubiesen
retorcido en el corazón, volví a sentir el mismo sufrimiento que sentí al
enterarme de la verdad.
Las imágenes… las malditas imágenes con las que mi imaginación me
torturaba volvieron a proyectarse cual película en mi cerebro. Noah desnuda, en
la cama, suspirando de placer, de aquella forma tan sensual, de esa forma tan
inocente y tan plena; aquellos sonidos que soltaba por los labios, esos sonidos
que me volvían loco, que conseguían postrarme de rodillas. Esos sensuales
sonidos, sin embargo, no los provocaba yo, los provocaba otro; unas manos
acariciaban su cuerpo, no despacio y buscando su placer, sino de forma brusca:
la manoseaban sin el cuidado, sin el amor que yo ponía en cada una de mis
caricias. Pero a Noah le gustaban, disfrutaba con ellas, pues no era mi nombre el
que gritaba…
En esos momentos sentí como si un jarro de agua helada me cayera sobre el
cuerpo y tuve que apartarla de mi lado a pesar de que ella se aferraba con todas sus fuerzas a mi cuello, se negaba a separarse. Tal vez creyó que no iba a ser
capaz de alejarme, pero lo había hecho y no me arrepentía.
Y ahora, tras pasarme toda la noche sin dormir, volvía a sufrir uno de esos
episodios de debilidad, esos episodios donde quería mandarlo todo a la mierda,
olvidarme de todo, ir a su maldita habitación y rogarle que termináramos lo que
habíamos empezado.
Supe que era hora de largarme.
Hice la maleta, salí de mi cuarto en silencio y, como el completo idiota que
soy, no pude evitar detenerme fugazmente en la puerta del cuarto de Noah. Cerré
los ojos un segundo, cabreado al saber que estaba a pocos metros de mí, que
seguramente se había pasado la noche llorando por nuestro encuentro y que ya
nada podíamos hacer para arreglarlo. Cuando tuve fuerzas, me fui.
Guardé en el maletero mi escaso equipaje y con el contenido de una botella
de agua que encontré en él me mojé la cara para despejarme, puesto que apenas
había pegado ojo: después de abandonar la fiesta, había cogido mi tabla y me
había ido hasta la playa de Georgica, donde había surfeado sin parar durante
horas, intentando calmarme, intentando buscarle sentido a todas esas razones que
supuestamente me mantenían alejado de Noah, todas esas razones que al besarla
habían parecido desaparecer. Surfeé en esa playa hasta que empezó a amanecer.
Entonces decidí volver, ducharme y dar por terminado aquel viaje.