NOAH
Llegué a casa de Will a eso de las once de la mañana, justo a tiempo de
tomarme algo rico y caliente para desayunar. Mi madre salió a recibirme,
envuelta en un chal de croché que supuse sería mucho más caro de lo que
parecía. Tenía el pelo rubio más corto desde la última vez que la vi, más o menos
a la altura de los hombros, y sus ojos azules me miraron con cariño e ilusión
cuando me bajé del coche y me acerqué para saludarla. Subí los escalones y dejé
que me abrazara.
No había vuelto a aquella casa desde hacía una eternidad, concretamente
desde antes de romper con Nick. Siempre que mi madre y yo nos habíamos visto
había sido en mi piso o en algún bonito restaurante. Los recuerdos con Nick me
perseguían, y por eso había evitado con todas mis fuerzas este sitio.
Ahora me quedaban dos días por pasar en compañía de mi madre y su
marido, pero al menos podía estar tranquila con la posibilidad de que Nick
viniera a celebrar las fiestas con nosotros: él odiaba estar allí; antes incluso,
cuando estábamos juntos, que viniera era una disputa continua. Nicholas no
pasaría el día de Acción de Gracias con su padre; mejor para mí.
Entré en la cocina, donde Will estaba hablando amigablemente con Prett.
Esta me abrazó con una sonrisa afable y él también me sonrió, se acercó a mí y
me dio un abrazo que se me antojó mucho más reconfortante de lo que había
esperado. No podía evitar recordar lo que mi madre me había contado de él y,
aun a pesar de haber sido la persona con la que mi madre engañaba a mi padre,
él sí que había sabido cuidar de ella, la había hecho feliz en un momento muy
oscuro de su vida; ni siquiera quería pararme a pensar en lo que podría haber
ocurrido si William no hubiese ingresado a mi madre en aquel centro para que
pudiese recuperarse, lo más probable es que hubiese terminado dando tumbos
por la vida, intentando salir adelante después de que la hubiesen maltratado
durante años y le hubiesen arrebatado a su hija por malos tratos. Seguramente yo
hubiese pasado mucho más tiempo en casas de acogida y tal vez nunca hubiese
podido volver con ella.
Pasamos la mañana poniéndonos al día, todavía no quería decirle a nadie lo
de mi despido, no quería ver cómo mi madre ponía los ojos en blanco o Will
empezaba a convencerme para que simplemente me centrara en estudiar, prometiendo que para él era un orgullo poder ayudarme económicamente.
Así que hablamos de otras cosas y cuando los temas triviales se acabaron, un
comentario de Will captó mi interés de forma significativa.
—He tenido que pelear mucho para que mi hija pueda pasar las fiestas
conmigo y por fin, cuando lo consigo, me doy cuenta de que no tengo ni idea de
qué tengo que hacer para ganármela.
«Oh… Maddie, maldita sea, ¿era aún un tema peliagudo o no?» Miré a mi
madre, que parecía relajada, mucho más relajada que aquella maldita noche en la
que todas las verdades se pusieron de acuerdo para salir a la luz casi a la vez.
—¿Maddie va a pasar las fiestas aquí? —pregunté un poco como quien no
quiere la cosa.
Lo último que supe por mi madre sobre el tema fue que Will ya tenía la
custodia y que estaban viendo cómo hacer que la niña entendiera lo que había
pasado.
—Ya es hora de recuperar el tiempo perdido —contestó Will levantándose de
la mesa y sonriéndome amablemente. Salió de la cocina, no sin antes besar a mi
madre en la mejilla. Yo aproveché para indagar un poco más.
—¿Qué está pasando, mamá? —inquirí llevándome la taza de café a los
labios.
Mi madre se sentó frente a mí y suspiró profundamente.
—William se siente culpable por todo lo que ha pasado. Quiere organizar su
vida de una vez por todas… Ahora todo está patas arriba, no creo que a nadie le
guste descubrir de un día para el otro que tiene una hija de siete años con la loca
de su exmujer.
Abrí los ojos un poco sorprendida. Mi madre hablaba en un tono que nunca
antes había utilizado, al menos estando yo delante. Sabía que para ella había sido
un golpe duro. Los años siguientes a lo que pasó conmigo su relación con
William no fue de ensueño; de hecho, se comportaron como una pareja bastante
inestable: se veían y discutían y cortaron varias veces; no obstante, descubrir que
durante ese tiempo había dejado embarazada a su exmujer sería algo de lo que
nunca se recuperaría.
—¿Tú cómo estás? —le pregunté sintiendo un poco de pena por ella.
—Cuando hay niños de por medio siempre es una mierda —contestó; tenía
que estar pasándolo mal para usar una palabra así—. La niña no entiende
absolutamente nada, Will ha hecho lo posible por ganársela todas las veces que
ha ido a visitarla, pero Maddie no quiere saber nada.
Pobre Mad… tan pequeña, tan dulce, tan preciosa. Recordaba todas esas
ocasiones en las que había acompañado a Nick a Las Vegas para recogerla y
llevarla con nosotros. Nick siempre se había portado como un auténtico padre con ella: la adoraba, era su niñita, la única con la que parecía tener una paciencia
infinita. Para ella debió de ser horrible enterarse de que su padre no era su padre.
¿Cómo se le dice eso a un niño? ¿Cómo se lo explicas? Hasta a mí me
resultaba complicado entenderlo. Entonces algo se abrió paso en mi mente, una
conclusión bastante lógica y que me puso todos los sentidos en alerta.
—Mamá, ¿Nick no irá…?
Sentí un nudo en el estómago al ver que mi madre levantaba los ojos de la
mesa y los posaba sobre los míos. ¿Estaba viendo cómo entraba en pánico lenta
y dolorosamente?
—Tranquila, Nicholas odia quedarse aquí, sé que William lo ha invitado a
pasar las fiestas, como todos los años, pero dudo que acepte.
Su respuesta no me convenció y menos si su hermana estaba de por medio.
—¿Cuántos días se queda Maddie aquí? —pregunté intentando calmar los
latidos alocados de mi corazón.
—El fin de semana.
Nick iba a venir… y se quedaría. Mierda, tendría que volver a verlo.
La mañana del día de Acción de Gracias se presentó fría y lluviosa. El cielo
estaba bastante encapotado y me dio pena saber que el sol estaría oculto en un
día como aquel. En Canadá el día de Acción de Gracias lo celebrábamos en
octubre en vez de en noviembre y había más posibilidades de que el tiempo aún
fuera más o menos bueno. Me desperté temprano, demasiado temprano, y me
puse una bata calentita de color lavanda y mis zapatillas de andar por casa.
Mi madre me había dicho que seríamos unos cuantos para comer, y entre los
invitados habría un matrimonio amigo de Will con sus hijos pequeños. «Al
menos Maddie tendrá con quien jugar», pensé en mi fuero interno.
No me había confirmado que Nick fuera a quedarse, así que intenté
convencerme a mí misma de que llegaría, dejaría a su hermana y se iría por ahí
con su nueva novia o a seguir adelante con sus superproyectos de
megaempresario.
Bajé a la cocina a desayunar y me encontré a Prett bastante ajetreada. Estaba
echándole un vistazo al pavo que, como yo bien sabía, debería de llevar un par
de horas ya en el horno. En la encimera de la cocina había patatas, guisantes,
especias y todo tipo de alimentos, ya preparados para ser cocinados.
—Hola, Prett —saludé con una sonrisa, sentándome frente a ella y aspirando
aquel aroma tan exquisito.
La cocinera se limpió las manos en el delantal y me sonrió con afecto.
Siempre supe que le caía bien, a pesar de que se ponía de parte de Nicholas
en nuestras discusiones. Muchas veces había acudido a ella para despotricar de él, sobre todo durante nuestros primeros meses de noviazgo. Prett llevaba
cocinando para los Leister desde hacía muchísimos años, desde que Nick era un
niño, y la mujer lo conocía bastante bien. De hecho, lo malcriaba, algo que
ocasionalmente me desesperaba.
—¿Te ayudo?
No me importaba cocinar; es más, me gustaba hacerlo, sobre todo en días
especiales como aquel. Al principio dijo que no hacía falta, que ella podía, pero
insistí y dos horas más tarde ambas estábamos superatareadas, pelando patatas,
hirviendo agua para hacer el puré o amasando la masa para hacer la tarta de
calabaza y de manzana, entre otras muchas cosas.
La mañana pasó volando y cuando casi todo estuvo listo Prett sirvió sendos
vasos de sidra con los que bridamos por el trabajo bien hecho y también sirvió
unos riquísimos bollitos de queso: nos lo merecíamos, habíamos cocinado como
unas auténticas profesionales.
Cuando me fijé en la hora pegué un salto y me bajé de la banqueta. Si quería
estar presentable antes de que los invitados llegaran más me valía darme prisa.
Así, me despedí de Prett, asegurándole que bajaría a echarle una última mano
con el pavo en cuanto estuviera lista.
Como olía a comida y a especias, me di el lujo de llenar la bañera y echarle
las sales con fragancia de limón y mango que tanto me gustaban. Mientras, me
metí en mi vestidor para elegir qué podía ponerme. Encontré una falda de color
borgoña, con un poquito de vuelo, que se ataba a la cintura con dos tiras negras.
Era bonita y la combiné con una blusa clara, ceñida al cuerpo y con
botoncitos en la espalda.
Cuando bajé al salón vi que mi madre estaba justo en esos momentos
recibiendo a la primera pareja de invitados y a sus hijos, mellizos de ocho años,
ambos peinados con el pelo rubio hacia atrás y vestidos con pantaloncitos y
corbata de color azul claro. Sus padres me sonaban de haberlos visto en otras
reuniones; supuse que debían de ser muy amigos de Will, porque mi madre los
recibió con entusiasmo. Yo también debía de conocerlos, dado que se acercaron
y me saludaron muy cordialmente. Por mi parte, forcé una sonrisa que no se me
borró hasta que se marcharon hacia el salón, donde se hallaban el resto de los
invitados. En esos momentos el timbre volvió a sonar y para escaquearme de
ellos, me dirigí a abrir yo la puerta, sin pensar.
Unos ojos del color del hielo profundo se clavaron en los míos en cuanto la
abrí. Me quedé paralizada, sin decir nada, solo observándolo como una niña
tonta e impresionable. Sentí un sinfín de emociones contradictorias: anhelo,
deseo, rencor, amor… agolpándose en mi pecho y consiguiendo que me quedase
casi sin palabras.