NOAH
No se separó de mí cuando me dejó de pie junto a la cama y su boca empezó
a besar con infinita ternura cada parte de mi cuerpo a medida que me iba
desnudando. Primero fue subiendo mi camisón con una lentitud dolorosa hasta
quitármelo por la cabeza y dejarlo caer a su lado. Observé embobada cómo se
desprendía de la camisa y los pantalones y se quedaba solo con los calzoncillos.
Me obligué a apartar la mirada de su cuerpo de infarto y observé cómo sus
ojos se oscurecían al verme allí frente a él, era como si no nos pudiésemos creer
lo que íbamos a hacer. Era distinto de lo que pasó en Nueva York. Entonces los
dos estábamos heridos y enfadados y nuestro encuentro fue frío y sexual, pero
ahora, después de nuestra tregua, de haber pasado unos días sin apenas haber
discutido y tras habernos enterado de una noticia tan cruel, la carga emocional
que sentíamos era imposible de ignorar.
Sus dedos fueron hacia la parte baja de mi espalda y se me quedó mirando.
Llevaba un sujetador de encaje negro, nada del otro mundo, nada que me
hubiese puesto si hubiese sabido que iba a pasar algo como esto… Porque ¿iba a
dejar que pasase?
Las dudas y el miedo acudieron a mi mente, y él se dio cuenta porque me
atrajo hacia sí y pegó sus labios a mi oreja.
—Por favor, Noah —me pidió bajando su mano por mi espalda y subiéndola
otra vez, una caricia que consiguió ponerme la piel de gallina. Su boca descendió
hasta rozar la parte superior de mis pechos.
Cerré los ojos con fuerza, conteniendo el aliento y deseando que no tuviese
ese magnífico control sobre mí, sobre mi cuerpo. Entonces me hizo volverme,
mi espalda chocó contra su pecho y mientras su boca jugueteaba con mi cuello,
besando mi nuca y acariciando mis cabellos, su otra mano fue bajando por mi
estómago, bajó y bajó hasta meterse por mis braguitas y tocarme sin reparo ni
vergüenza.
Sus labios fueron hasta mi oreja y lamieron mi piel sensible. Solté un gemido
entrecortado y deseé que de verdad aquello fuese hacer el amor, deseé con todas
mis fuerzas olvidarme de nuestro pasado y fingir que estábamos juntos, que Nick
me estaba tocando y que lo haríamos sobre su cama, como la primera vez, como
esa vez que me arrebató la virginidad y me dijo que me quería.
Me quitó la ropa interior y me recostó en la cama para luego echarse sobre
mí.
Besó mis pechos y los mordisqueó, hasta que mi espalda se arqueó de deseo.
Su mano me acarició la pierna izquierda, me cogió por el tobillo y lo levantó
hasta hacer que la planta de mi pie quedara contra el colchón junto a su cadera.
Me besó la pierna hasta llegar al muslo, me dio suaves mordisquitos y pasó la
lengua por encima, como si mi piel supiera a chocolate. Me torturó durante
largos minutos hasta que sentí que podía llegar a explotar solo con una caricia
más. Me preguntó algo, y asentí sin siquiera registrar lo que decía.
Con cuidado acercó su boca a la mía y sentí el peso de su cuerpo sobre mí.
Nuestras miradas se encontraron durante unos segundos infinitos hasta que,
por fin, me cogió por la cintura y con un movimiento rápido entró dentro de mí.
Me dolió y pegué un grito involuntario.
Sus ojos buscaron los míos con un deje de confusión y preocupación.
—¿Hace cuánto que no lo haces, Noah? —dijo hablándome al oído, a la vez
que se movía, causándome dolor, causándome placer… ya no sabía ni dónde
estaba, ni lo que estaba haciendo, solo podía concentrarme en sentir, sentir, sí,
porque hacía meses que no sentía nada en absoluto.
—Demasiado tiempo —contesté aferrándome a su cuerpo con fuerza.
Nicholas se detuvo y sus ojos buscaron los míos.
—¿No has hecho nada desde lo que pasó en Nueva York? —me preguntó
con incredulidad, pero ¿era alivio lo que veían mis ojos?
—No he hecho nada desde que cortamos, Nicholas.
Sus ojos llamearon y me besó con fuerza a la vez que reanudaba sus
movimientos. Sus embestidas se volvieron más lentas, sus movimientos más
cariñosos, su boca me besó de nuevo, tiró de mi labio inferior y luego lo chupó
con dulzura. Mis manos se sujetaron a sus brazos y me centré en el placer de
volver a compartir esa unión tan especial.
Pegué mi mejilla contra la suya y me sujeté a él con fuerza.
—Dime que me quieres —le pedí al oído con la voz rota. Mi petición
consiguió que se detuviese—. Por favor…
—No me pidas eso —se quejó clavando su mirada en la mía—. Olvidarte es
lo más jodido que he tenido que hacer en mi vida. Ni siquiera sé qué voy a hacer
para volver a la realidad después de esto.
—Entonces, quédate conmigo —le rogué, aprovechándome de la
vulnerabilidad del momento. No me importaba, lo necesitaba tanto o más que él
a mí.
Mis manos se enterraron en su pelo y cuando empecé a acariciarlo con
lentitud sus ojos se cerraron con fuerza. Lo besé por todas partes, me aferré a él con todas mis fuerzas.
—Dímelo, Nick… por favor —le pedí con voz temblorosa. Su boca me
silenció, y sus besos se hicieron más intensos. Quería hacerme callar, quería que
solo estuviese pendiente del choque de nuestros cuerpos… Su cuerpo, sudoroso,
se apretaba contra el mío, piel con piel, la más íntima de las caricias. Parecía
enfadado, excitado y triste, todo eso a la vez.
—Vamos, Noah… dame lo que quiero, dame lo que necesito…, por favor.
Sus embestidas se hicieron más fuertes, más rápidas. Fui perdiendo la
conexión con lo que me rodeaba, con los sentimientos, con los problemas, con
todo, el orgasmo se acercaba peligroso, sería de esos que arrasan con todo.
Por fin grité de placer, grité arqueándome y separándome de la cama. Él
siguió moviéndose hasta correrse dentro de mí, soltando un gruñido que ahogó
sobre mi piel y después dejándose caer sobre mi pecho.
Había sido perfecto, sí, pero no me había dicho «Te quiero».
Cuando nos recuperamos, Nicholas se metió en el baño y pensé que iba a ser
como aquella vez en Nueva York, que salió después de darse una ducha, me tiró
una camiseta y me pidió que me vistiera, pero me equivoqué: se acostó junto a
mí y me abrazó contra su cuerpo. No entendía nada… ¿Aquello significaba
algo?
Apoyé mi mejilla en su pecho, sintiéndome como si me hubiesen
suministrado felicidad líquida en vena. No quería que se fuera, no quería volver
a perderlo. Lo abracé con fuerza y cerré los ojos, estaba agotada. Nicholas
empezó a pasar sus dedos por mi pelo, de arriba abajo, acariciándolo hasta que
sentí somnolencia.
Supe que esa noche soñaría con cosas bonitas, con él y yo juntos otra vez por
fin… tendría un sueño en el que ni el odio ni los errores existían y el amor que
nos profesábamos sería lo único que importara.
Inevitablemente la mañana trajo consigo todo un repertorio de verdades e
inseguridades y cuando abrí los ojos muy temprano, comprendí que lo que había
pasado en esa habitación no iba a volver a repetirse: Nicholas estaba con otra, y
no con otra cualquiera: estaba con Sophia, con ella, con una de las causantes de
que todos los planetas se alinearan aquella fatídica noche y me forzaran a hacer
lo que hice.
Lo miré, estaba dormido y su brazo me apretaba contra su pecho como si no
quisiera soltarme nunca. Yo hubiese dado lo que fuera por congelar ese instante,
pero sabía que cuando sus ojos volviesen a abrirse, el rencor y el arrepentimiento
me devolverían la mirada, y no sabía si estaba preparada para eso.
Me había necesitado, su madre estaba enferma, me había usado para lamerse las heridas… «Me lo debes», había dicho mirándome fijamente y sin pelos en la
lengua, y era verdad, ¡se lo debía! Y ahora, horas después me daba cuenta de que
lo que había pasado estaba mal, las cosas no se hacían así, no se pedían así;
aquel episodio iba a sumarse a la larga lista de recuerdos dolorosos, aunque ese
en concreto prefería guardármelo para mí, prefería quedarme con esa
«despedida», por así decirlo, que esperar a ver cómo me rechazaba otra vez.
Con cuidado de no despertarlo, cogí el brazo de Nicholas y me lo quité de
encima. Lo mejor sería marcharme, alejarme de él, de su hermana, de cualquier
recuerdo doloroso. Ya me inventaría una excusa con mi madre o a lo mejor no
me hacía falta inventar nada. No podía seguir así, tenía que superarlo, tenía que
seguir adelante con mi vida. Nicholas había formado parte de mí, siempre
tendría un hueco en mi corazón, ¡qué digo!, siempre tendría mi corazón, pero yo
necesitaba volver a ser yo, volver a quererme, a aprender a perdonarme.
Hice la maleta lo más rápido y lo más silenciosamente posible. Maddie
seguía acurrucada entre mis sábanas, dormida como un angelito. Cuando salí de
mi habitación, ya vestida y preparada para marcharme, en lugar de sentirme
aliviada, aliviada de haber zanjado por fin aquella historia, noté como si
estuviese cerrando un libro que me había tocado el alma, un libro que recordaría
siempre… Sentí aquel pesar de haber terminado un libro mágico e increíble y
que no importaba si podía volver a leerlo, nunca sería como la primera vez. Allí,
esa mañana, cerré un capítulo importante de mi vida. Un capítulo, sí… pero no
debemos olvidar que después de un capítulo siempre viene otro o un epílogo, por
ejemplo.
El trayecto a casa fue insoportable. Mi cuerpo me pedía a gritos regresar,
meterme en la cama con Nick y dormirme hasta que ya no quedaran horas, pero
mi mente no dejaba de machacarme incesantemente con lo idiota que había sido,
con lo estúpida que era al pensar que algo podía haber llegado a cambiar. Lo que
no dejaba de preguntarme era por qué, si Nick y yo habíamos roto hacía más de
un año, lloraba ahora como si de verdad hubiésemos terminado. En un momento
dado tuve que salirme de la carretera, tuve que apagar el motor y abrazarme al
volante para sollozar sin peligro de chocar con alguien.
Lloré por lo que habíamos sido, lloré por lo que podríamos haber llegado a
ser, lloré por su madre enferma y por su hermana pequeña… lloré por él, por
haber conseguido decepcionarlo, por haberle roto el corazón, por conseguir que
se abriese al amor solo para demostrarle que el amor no existía, al menos no sin
dolor, y que ese dolor era capaz de marcarte de por vida.
Lloré por aquella Noah, aquella Noah que había sido con él: aquella Noah
llena de vida, aquella Noah que a pesar de sus demonios interiores había sabido querer con todo su corazón; supe amarlo más de lo que amaría a nadie y eso
también era algo por lo que llorar. Cuando conoces a la persona con la que
quieres pasar el resto de tu vida, ya no hay marcha atrás. Muchas personas nunca
llegan a conocer esa sensación, creen haberla encontrado, pero se equivocan. Yo
sabía, sé, que Nick era el amor de mi vida, el hombre que quería como padre de
mis hijos, el hombre que quería tener a mi lado en las buenas y en las malas, en
la salud y en la enfermedad hasta que la muerte nos obligase a separarnos.
Nick era él, era mi mitad, y ya era hora de aprender a vivir sin ella.