Culpa nuestra

Capítulo 30

NOAH 
Después de que Nick se marchara y yo durmiese durante un par de horas, el 
dolor de estómago y unas ganas renovadas de vomitar me despertaron. Casi me 
caí de la cama en mi carrera por llegar al baño. 
Estaba tan agotada que ni siquiera caí en la cuenta de que tenía que ir a 
trabajar. Me levanté como pude y me lavé la cara. Tenía legañas negras de los 
restos de maquillaje del día anterior y unas grandes ojeras debajo de los ojos. Me 
maquillé y casi me gasté el bote entero intentando tapar mi vergüenza. Cogí mi 
mochila, el abrigo y las llaves del coche y salí pitando del apartamento. Lo 
último que quería era que Nick tuviese otra razón para despedirme; al pensar en 
eso, no pude evitar recordar nuestro ardiente beso de la pasada velada. Miré los 
mensajes del móvil mientras conducía, algo que no se debe hacer, por cierto, y vi 
que tenía como diez llamadas perdidas de Simon. 
«¡Oh, mierda!» 
Me había olvidado de que ahora ya no estaba yo sola, maldición. Y ahora, 
¿qué demonios iba a decirle? ¿Que mi exnovio me había llevado a casa después 
de meterme la lengua hasta la garganta? 
Necesitaba café, sí, un café me haría pensar con claridad, me ayudaría a 
enfrentarme a las consecuencias de la noche anterior, pero justo cuando entraba 
en el edificio y me dirigía al ascensor lo vi. Ahí estaba Nick, con un traje de 
chaqueta y la mirada fija en su pantalla del móvil mientras esperaba a que el 
ascensor llegase. Respiré hondo maldiciendo mi suerte y fui hasta allí. Me 
planteé ir por las escaleras, pero subir catorce plantas y encima con resaca no era 
algo que me apeteciese mucho hacer. Me detuve a su lado y levantó la mirada de 
su móvil para posarla en mí. 
Joder, ojalá fuese de las personas a las que el alcohol les borra la memoria. 
Ahora esa situación sería menos incómoda. 
—¿Qué haces aquí? 
—Trabajo aquí —contesté poniendo los ojos en blanco. 
Nick ignoró mi impertinente respuesta. 
—Pensé que hoy no vendrías, ayer estabas que dabas pena… 
—Bueno, no quería darte motivos para que me despidieras —respondí 
ignorando su presencia lo mejor que pude y entrando en el ascensor vacío cuando las puertas se abrieron. 
Nicholas me siguió, metiéndose el móvil en el bolsillo. 
—¿Cómo te encuentras? —preguntó con algo extraño en la voz. 
—Estoy bien —dije sorprendida por que se preocupara por mí. 
Ayer las cosas se nos habían vuelto a ir de las manos; lo había provocado, lo 
sé, pero nunca pensé que caería como lo hizo. 
«Deberías tirarla… esas palabras ya no significan nada.» 
Sus palabras acudieron a mi mente como rescatadas de una neblina densa. 
¿Por qué me había dicho eso? ¿Para hacerme daño? Si de verdad creía que 
esas palabras dichas tiempo atrás no significaban nada, ¿por qué demonios me 
había vuelto a besar, por qué me había llevado a casa para asegurarse de que 
estaba bien, por qué me preguntaba cómo me encontraba ahora? 
Eso tenía que acabar, no podía seguir yendo a ciegas. 
Sin apenas detenerme a pensar lo que hacía di un paso hacia delante y pulsé 
el botón rojo de stop. El ascensor hizo un traqueteo extraño, soltó un pitido 
agudo y se detuvo. 
Me volví hacia Nick, que estaba tan sorprendido como confuso. 
—¿Por qué? —pregunté cruzándome de brazos en un intento de sentirme 
protegida frente a él, mi única manera de hacer como si hubiese una barrera 
entre los dos. 
—Por qué ¿qué? —contestó con el ceño fruncido. 
—¿Por qué me besaste? 
Nick se me quedó mirando como única respuesta. 
—No debiste hacerlo. 
Levantó las cejas con escepticismo. 
—No te oí quejarte. 
Sentí que me ponía colorada. Nicholas sonrió de una forma que me cortó la 
respiración. 
—Ahora me dirás que el bailecito que te montaste en la pista no era para 
ponerme celoso. 
Abrí los ojos fingiendo indignación. 
—No eres el centro del universo, no tenía nada que ver contigo —mentí—. 
Además, ¿qué tiene eso que ver con nada? Ya es la segunda vez que lo 
haces… 
Eres tú quien viene a buscarme, lo hiciste en casa de tu padre y lo haces 
ahora, y no me gusta, me confundes y… 
—Y ¿qué? —me interrumpió dando un paso en mi dirección. Esta vez no me 
eché hacia atrás, sino que me quedé quieta donde estaba: iba a hacer frente a esa 
situación, estaba harta de los altibajos emocionales que seguían a cada uno de nuestros reencuentros, cada vez que pensaba que podía olvidarlo aparecía y 
hacía cosas que hacían cuestionarme mi juicio. 
—Que estoy harta de esto, Nicholas, ya ha pasado mucho tiempo, y estoy 
intentando seguir adelante. 
No pareció hacerle mucha gracia mi último comentario. 
—¿Seguir adelante con Simon? —En cada una de esas palabras había 
veneno inoculado. 
—Con Simon o con quien sea… yo también me merezco ser feliz —afirmé 
con determinación—. Quiero lo que tú y yo teníamos, Nicholas… y si Simon… 
No me dejó acabar la frase. Su mano se aferró a mi muñeca y tiró de mí con 
fuerza hasta que mi pecho chocó con el suyo, nuestros pies alineados en el suelo. 
—Repite eso. Repite que quieres que Simon te dé lo mismo que yo. 
Se me entrecortó la respiración al tenerlo tan cerca, su fragancia inundó mis 
sentidos y quise apartarme para volver a tener el control, pero él me lo impidió 
colocando su otra mano en mi espalda y apretándome contra su cuerpo. 
—Algún día estaré con otro, Nicholas. No puedes pretender que nadie me 
toque y que esté a tu entera disposición cuando a ti te venga en gana. Estoy con 
Simon, acéptalo, igual que yo acepto que estés con Sophia —dije sintiendo un 
gusto amargo en la boca al siquiera mencionar su estúpido nombre—. 
¿Recuerdas a Sophia? ¿Tu novia? —agregué con asco. 
Nicholas cambió su expresión, me observó durante unos instantes que se me 
antojaron eternos y en que pude comprobar cómo la cólera que le provocaban 
mis palabras lo transformaban por momentos. 
—Estás jugando con fuego, Noah. —Su puño se apretó junto a su costado 
con fuerza. 
—No estoy jugando a nada, eres tú quien pretende jugar a dos bandas. 
Nicholas soltó una carcajada amarga. 
—Es irónico que seas tú quien suelte eso por la boca. ¿No te parece? 
«¡Dios, siempre lo mismo! ¡Joder!, ¿es que nunca va a dejar de 
recordármelo?» 
Sin apartar los ojos de él estiré la mano y volví a darle al botón rojo de stop. 
El ascensor se puso de nuevo en marcha mientras ambos seguíamos librando 
la batalla más larga de la historia. Antes de que se abrieran las puertas solté un 
último comentario: —Por mucho que nos duela… los dos sabíamos que este 
momento iba a terminar llegando. 
Vi que iba a decir algo, pero las puertas se abrieron y me colé entre ellas 
huyendo de cualquier cosa hiriente que fuese a decir. 
Por primera vez desde que habíamos roto, quise que se fuera.




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