NICK
Cogí el coche y me largué pisando el acelerador a fondo. Necesitaba estar
solo y pensar. La frase «Estoy embarazada» todavía resonaba en mi cabeza;
había intentado llevarlo con calma, de verdad, pero no solo todo esto aún me
parecía una broma de mal gusto, sino que encima acababa de comprobar que
Noah ni siquiera quería que formara parte de la vida de ella y el bebé. Por eso
había tardado más de tres jodidas semanas en contármelo, y estaba seguro, ponía
la mano en el fuego, de que había terminado contándomelo porque Jenna había
insistido hasta finalmente convencerla.
«Estoy embarazada.»
Creo que en toda mi vida nunca me habían afectado tanto dos palabras. Dos
simples palabras, y yo casi me estrello contra el coche que iba delante de mí.
¡Suerte que pisé el freno justo a tiempo…! El móvil se me escurrió de las
manos y tuve que salirme de la carretera para recuperarlo y volver a leerlas.
El mundo se me vino encima, fue como si de repente me quitaran el aire de
los pulmones, la sangre de las venas y los pensamientos coherentes del cerebro;
solo pude hilar uno en concreto: «Lo mato». Menos mal que el segundo mensaje
llegó con tiempo de sobra para evitar que cometiera un asesinato… solo Noah
era capaz de escribir mensajes como «Estoy embarazada» y «Por cierto, es tuyo»
y quedarse tan a gusto.
Entré en un bar de la ciudad, uno que muchos de los estudiantes del campus
con edad suficiente para beber solían escoger para divertirse. Era consciente de
que beber no iba a ayudarme a aclararme las ideas, pero, ¡joder!, o me bebía algo
fuerte o terminaría por volver a esa habitación y dejarle claro a esa insensata que
tanto el bebé como ella eran míos, y que iba a ser yo el que iba a hacerme cargo
de ambos.
El odio que había sentido hacia Noah en un principio se había mitigado en
cuanto coloqué una mano sobre su barriga y me di cuenta de que dentro de ella
se estaba formando mi propio hijo, el hijo de ambos. Nunca pensé que eso
pudiese llegar a pasar… Además, por mucho que hubiese intentado no pensar en
ello, las dificultades que Noah iba a tener para poder concebir habían sido un
manto oscuro sobre nuestras cabezas desde el instante en el que supimos que
estábamos enamorados.
Me bebí el whisky escocés de un trago y pedí otro.
¿Había dicho algo sobre un juez?
Me pasé las manos por la cara, la música era bastante insoportable y había
demasiada gente bailando a mi alrededor. La barra estaba en medio del local y
estar ahí era una tortura. Me llevé la copa a los labios y apreté la mandíbula con
fuerza para soportar la quemazón.
Noah iba a ser madre… a los diecinueve años.
Me odié a mí mismo en ese instante, odié haberme equivocado tanto, haberla
forzado a hacer algo que, por mucho que ambos hubiésemos deseado, ella dejó
claro que no quería llevar a cabo.
¿La había forzado?
No, maldita sea, no lo había hecho, le había hecho el amor, la traté bien, la
abracé durante toda la noche y quise despertarme a su lado. Me había dolido en
el alma ver que no estaba cuando abrí los ojos aquella mañana; pasara lo que
pasase, siempre terminaba huyendo.
Mi mente enfermiza empezó a dibujarme la clase de vida que habríamos
llevado si la maldita noche de la gala de mi padre hubiese cogido el coche y
hubiese llevado a Noah a Nueva York, como había querido hacer, como le había
dicho que haríamos. Nadie habría cometido esos errores, nadie habría tocado a
mi chica y yo ahora estaría con ella y no en un bar cutre intentando hacerme a la
idea de que iba a ser padre, padre, joder, padre de un bebé. Mi vida iba a dar un
giro de ciento ochenta grados y contaba con unos cuatro meses para hacerme a la
idea y prepararme.
¿Qué demonios iba a hacer con la empresa? ¿Qué iba a hacer con Noah?
Cuando iba por la quinta copa y mi mente empezaba a estar nublada, mi
mirada se fijó en algo, mejor dicho, en alguien que estaba sentado en la barra a
pocos metros de distancia. Supe quién era por cómo mi cuerpo reaccionó casi al
instante: todos mis músculos se pusieron en tensión. Me levanté de mi banqueta
con cuidado y fui hacia la esquina de la discoteca. Lo cogí por la camiseta y lo
levanté pillándolo totalmente desprevenido.
—¿Qué cojones haces aquí, pedazo de mierda? —pregunté pegando mi
frente a la suya y entrando en un estado en el que solo me había encontrado una
vez, hacía año y medio, la peor noche de mi vida.
Michael O’Neil me empujó con fuerza para después mirarme con una
determinación férrea.
—¡Te pagué para que te largaras de mi puta ciudad! —bramé abalanzándome
sobre él.
Ambos caímos al suelo, provocando que la gente se apartara y que alguien
llamara a seguridad. ¡Maldición!, esa noche iba a tener que soltar mucha pasta para no terminar metido en problemas de verdad. Apartando ese pensamiento, le
asesté otro golpe en las costillas y él aprovechó para pegarme en la mandíbula.
Sentí la sangre en la boca y escupí en el suelo con renovadas ganas de
matarlo y terminar con todo de una vez.
—He decidido que me importa una mierda el trato al que llegamos —dijo
haciendo palanca con los pies y haciéndose él con el control por unos instantes;
su puño chocó contra mi pómulo izquierdo y noté cómo la piel se me abría—.
Por cierto… Noah está más guapa que nunca.
La sangre se acumuló en mi cabeza, lo vi todo rojo, vi incluso manchas a mi
alrededor y lo último que sé es que había tres tipos intentando quitarme de
encima de ese mal nacido. Nos echaron por diferentes puertas, a mí, por ser
quien era, me permitieron recuperarme en una de las salas privadas y me dejaron
incluso un teléfono para llamar a alguien que pudiera venir a recogerme. Cuando
Steve apareció en la puerta trasera vi que pasaba algo.
—Hay varios periodistas fuera, alguien debe de haber dado el chivatazo —
anunció mientras maldecía para mis adentros. Lo que me faltaba.
En efecto, al salir, por mucho que intenté aparentar que nada ocurría y
ocultar las heridas de mi rostro, me hicieron numerosas fotos, hasta que me
escondí en la parte trasera del Mercedes de mi padre. Steve mantuvo la boca
cerrada, aunque pareció sorprendido cuando le dije que me llevara al Mondrian.
No quería ni pensar en cómo iba a reaccionar la prensa cuando saliera a la luz lo
del embarazo de Noah, y mucho menos cómo iba a reaccionar nuestra familia…
iba a ser un escándalo, sobre todo porque casi todos los medios pensaban que
Noah y yo éramos hermanos. Sophia iba a matarme, el escándalo salpicaría
también a su familia y quizá perjudicara la carrera política de su padre.
Me bajé tambaleante del coche y le pedí a Steve que recogiera el mío en el
local. Cuando entré en la suite un silencio sepulcral me puso todos los pelos de
punta. La habitación estaba en penumbra y eso solo podía significar una cosa…
Encendí la luz de la habitación y vi que estaba completamente vacía. Me
acerqué a la cama y cogí la nota que había sobre la almohada.
«Mierda.»