NOAH
Las puertas del hospital estaban llenas de periodistas y Steve se negaba en
rotundo a dejarme bajar del coche y exponerme a esa multitud. No tenía ni idea
de qué información tenía la prensa sobre mí, pero exponerme ante ellos y
mostrarles mi estado era lo último que queríamos hacer en esos momentos.
Steve tuvo que hablar con el director del hospital para que nos dejasen entrar
por la parte trasera, solo permitida para el paso de ambulancias del ala de
urgencias. Para cuando pude subir hasta la habitación de Nick, ya había pasado
más de una hora desde que supuestamente se había despertado.
Entré en su habitación con el corazón en un puño y cuando vi que abría los
ojos para mí, que me sonreía desde su cama, herido pero con la felicidad
rebosando en sus ojos celestes, sentí que por fin podía respirar.
—¿Dónde te habías metido, pecas? —preguntó abriéndome su brazo,
invitándome a ir hacia allí, abrazarle y no soltarle jamás.
Eso fue exactamente lo que hice.
Me enterré en el hueco de su cuello y dejé que me acunara con cuidado. Me
subí a su cama cuando tiró de mí y me quedé en silencio simplemente
escuchando el latir fuerte de su corazón.
No podía hablar, las palabras se me habían quedado atascadas en la garganta.
Nick tampoco dijo nada, sabíamos que lo que había pasado nos había dejado
a ambos totalmente horrorizados, yo por experimentar de primera mano lo que
podía llegar a sentir si lo perdía de verdad y Nick porque había sufrido la peor
parte, viéndose privado de su libertad, de su fuerza, de sus ganas indiscutibles de
vivir.
Temía abrir la boca, temía poner en palabras lo que podría haber llegado a
pasar.
No me dejaron quedarme mucho más tiempo con él y aunque parezca algo
sin sentido, me sentí aliviada cuando salí de aquella habitación. La presión que
había sentido en el pecho al verlo se esfumó cuando ya no lo tuve delante. Sabía
que me estaba comportando como una loca demente, sabía que Nick estaba
sufriendo más que yo, más que cualquiera por mucho que intentase aparentar
que el dolor que sentía en el cuerpo era algo perfectamente llevadero.
Los siguientes tres días pasé con él el mínimo tiempo posible. Encontraba mil y una excusas para mantenerme ocupada. Empecé a organizar su regreso a
Los Ángeles, los médicos nos habían dicho que podíamos trasladarlo en el avión
privado que Will compartía con sus socios. Me encargué de que una enfermera
viajase con nosotros en el avión, también dejé su apartamento cerrado, con todo
en orden, limpio y listo para que cuando Nick tuviese que venderlo o utilizarlo
de nuevo todo estuviese perfecto.
Entraba a verlo cuando sabía que estaba dormido y cuando abría los ojos y
me abrazaba contra su pecho sin decir nada, sabía que lo estaba haciendo por mí.
No me entendía, pero si eso era lo que yo necesitaba él me lo daba sin dudar.
Y yo… yo simplemente volví a ser la chica cuya cabeza funcionaba
totalmente al contrario que la de todo el mundo. Era bien sabido que las
experiencias traumáticas causaban en mí un desajuste mental del que me costaba
salir, pero, joder, ¿no podía simplemente dejarlo estar? ¿No podía simplemente
ser yo misma, ser la persona que Nick necesitaba en esos momentos?
Pero no lo fui y Nick no se quejó. Ni siquiera hablamos del bebé; es más,
solo sacó el tema a colación una sola vez.
—Me han dicho que el día del accidente tuviste contracciones… —comentó
en uno de esos pocos instantes en que le permití enterrar su boca en mi cuello y
besarme lentamente mientras su mano me acariciaba la barriga con tanta ternura
que se me hizo un nudo en la garganta.
No le contesté porque me quedé pensando en las palabras que había
utilizado… «accidente». ¿Había sido un accidente? «Accidente» es una palabra
que se utiliza para expresar un hecho que nadie puede controlar, un hecho no
premeditado, un instante en donde las cosas se alinean de forma «accidental»
dando lugar a efectos no deseados. ¿Por qué usaba la palabra «accidente»
para expresar que habían intentado matarlo?
—Noah, ¿dónde estás? —me susurró al oído—. Vuelve de donde sea que
estés, amor, porque me está matando verte así.
No entendí su pregunta, pero agradecí que las enfermeras nos interrumpiesen
entonces y me obligasen a marcharme.
No quería estar con él, no podía y tampoco lo entendía, solo sabía que
cuando entraba en esa habitación un nudo horrible se me formaba en mi pecho,
me sentía encerrada, acorralada y solo se aflojaba cuando me marchaba.
El día del traslado lo tenía todo completamente organizado. Nuestros padres
ya habían vuelto a Los Ángeles, Nick estaba un poco mejor, iba a tener que ir al
hospital a que le cambiasen los vendajes cada tres días y ver a un fisioterapeuta
que lo ayudase a recuperar la movilidad del brazo poco a poco. Le habían dicho
que iba a ser un proceso largo, pero que tenía que dar gracias por estar vivo, no
todo el mundo sufría algo así y vivía para contarlo.
Nunca había subido a un avión privado, y tampoco es que me hiciese
especial ilusión. Si ya de por sí volar no me hacía mucha gracia, hacerlo en un
avión pequeño me acojonaba el triple.
Subieron a Nick en una silla de ruedas hasta dejarlo en su asiento de cuero
beige, frente a mí y junto a una gran ventanilla que nada tenía que ver con la de
los aviones convencionales. Viajábamos nosotros solos y la enfermera que había
contratado, Judith.
Durante el vuelo, Nick parecía más cansado de lo habitual. Supongo que
viajar y trasladarse del hospital había acabado con sus pocas energías ya de por
sí limitadas.
Agradecí que se durmiera, así no iba a tener que hablar con él ni explicarle
qué demonios me ocurría, pero cuando me levanté para ir al lavabo, al regresar
me lo encontré con los ojos abiertos, fijos en mí.
Me detuve junto a la puerta del baño, devolviéndole la mirada y fijándome
en que Judith parecía haber desaparecido de la cabina.
—Le he dicho que puede dormir un par de horas en la habitación del fondo
— dijo Nick claramente consciente de lo que pasaba por mi cabeza.
Me fijé en él. En su mentón afeitado, su pelo limpio y revuelto, su camiseta
oscura y sus vaqueros claros. Tenía ojeras bajo sus ojos y el cansancio reflejado
en cada uno de sus hermosos rasgos.
Este viaje podría haber sido totalmente diferente, podría haber estado
llevando un ataúd en ese avión… habría estado organizando un funeral esta
semana y no un traslado…
Me mordí el labio con fuerza hasta casi hacerme daño.
—Noah, ven aquí —me pidió Nick extendiendo su mano y mirándome
preocupado, nervioso y angustiado.
—Casi te pierdo, Nick —comenté mirándolo fijamente.
—Lo sé…, pero estoy aquí, Noah… —dijo moviéndose en el asiento,
queriendo llegar hasta mí, pero sin poder levantarse.
Empecé a llorar en silencio, clavada en el lugar. Llevaba dos semanas
conteniendo las lágrimas, intentando ser fuerte por él, por mí, por el bebé… pero
yo no era fuerte, todo lo contrario, era débil, más que eso…
—Noah… —pronunció mi nombre con la voz estrangulada por la pena, su
brazo aún extendido en mi dirección mientras yo seguía llorando allí clavada,
observándolo como paralizada.
—No puedes morirte —dije entonces, limpiándome las lágrimas de un
manotazo—. ¿¡Me has oído!? —le grité, de repente furiosa con él, conmigo, con
el mundo… no tenía ni idea.
Nick respiró hondo y asintió. Pero yo no había acabado todavía.