—Veamos si entendí —habló Fran—. A ti te gustaba Victor, Victor gustaba de ti, pero Eros hizo un trato con un imprudente sin cerebro y flechó también a Jane, y luego apareció Hímero e hizo desaparecer el amor que sentía por ti. —Asentí lentamente, sin poder creérmelo todavía—. Esto de los dioses griegos se te está saliendo de control, ¿no?
—Nunca estuvo bajo control —resoplé.
—Bueno, por lo menos ya no puedes decir que nunca tuviste oportunidad. —Tomé la almohada de su cama y se la arrojé de lleno en la cara. Ella, lejos de molestarse, la hizo a un lado mientras reía—. ¿Y qué harás ahora?
—De momento, le pedí a Eros que ni se le ocurriera cruzarse a menos de cinco metros de distancia.
—Me parece bien, ustedes deberían mantenerse tan lejos de los dioses como sea posible.
—¿Nosotros? —cuestioné.
—Henry y tú —respondió.
No pude contener una carcajada. Sí, pero seguramente Henry lo tenía mucho más complicado.
—No podrás esconderlo toda la vida —dije.
—Y necesito encontrar un modo de romper el acuerdo antes que sea tarde. El pobre de Henry ya ni siquiera se atreve a salir de su casa.
—¿Si sabe que Apolo puede entrar de todos modos? La experiencia me ha demostrado que incluso podría aparecerse desnudo en su cama si así lo quisiera.
La mandíbula de Fran se desencajó de su sitio y me pregunté si existía algún modo de reacomodarla.
—Para su cumpleaños le regalaré un cinturón de castidad —afirmó.
—Todavía faltan seis meses para su cumpleaños —objeté.
—¡Será adelantado, Liz! Y le encantará, estoy segura. ¿Sabes? Estuve leyendo y al parecer, Apolo es el dios más desafortunado en el amor, no sé si Eros tenga algo que ver, pero todos sus amantes escapan, mueren, y por supuesto, el caso más extremo, se convierten en flores.
—Háblale de flores a mi virginidad —bufé, dejándome caer en la cama y mirando el reloj que había colgado en la pared o puesta—. ¡Santo dios! ¿Esa es la hora?
La mano de mi amiga cubrió mi boca.
—Sh... Lizzie, no los invoques —susurró.
Me la quité de encima y me incorporé.
—Voy tarde a la clínica veterinaria —expuse—. Después del numerito que se mandaron Hades y Eros no sé cómo me dejan trabajar ahí aún.
—Porque eres buena en lo que haces —contestó, levantándose también—. Yo también tengo algunas cosas que hacer, así que te acompaño.
Abrió un cajón de su escritorio y sacó una pila de volantes, que me mostró orgullosas.
—¿Cupido a la orden? —Leí el nombre de nuestra vieja página de citas, decorada con corazones y un bebé en pañales sosteniendo un arco y flechas—. ¿No estarás pensando seguir con esto?
—Pues claro —contestó entusiasmada—, pero no te preocupes, Liz. Como amiga eres muy buena, pero como socia... No tanto. Cuando Hedoné te estuvo reemplazando le hablé de mi proyecto y quedó tan encantada que hasta hizo un logo, ¿lo ves? Es su papá.
—¡Pero Fran! Si te asocias con Hedoné, no vas a crear parejas, sino que solo aumentarás el número de bendiciones —reclamé.
—Bueno, dicen que la población está envejeciendo. Y en todo caso, no cuesta nada que se pongan un condón.
La idea todavía no me convencía.
—Creí que se odiaban —apunté.
—Que me llame fea cuando es obvio que ella lo es más que yo no significa que nos llevemos mal.
Algo en su lógica no cuadraba, sobretodo en lo último.
—Si tú, hija de Apolo, y ella, hija de Eros, no se encuentran bonitas, no sé qué le queda al resto —suspiré.
Salimos de la casa y caminamos rumbo a la parada de autobús como dos estudiantes comunes y corrientes cumpliendo con su rutina. A estas alturas, estos momentos de normalidad se me hacían un poco incómodos.
¿Por qué todo estaba tan tranquilo? ¿Dónde estaban los dioses? ¿Por qué nada hacía explosión?
Porque así es la vida, Lizzie. Nada fuera de lo común. Tú eres la rara.
Sin embargo, tan pronto llegué a la clínica y escuché el griterío que había dentro, miré al cielo y me pregunté si no era tarde para arrepentirme. Quería mis cinco minutos de paz de vuelta.
Entré y reconocí a la abuelita con complejo de Afrodita y su gato drogadicto, discutiendo con un señor igual de anciano y su perro.
—Yo llegué primero —dijo el caballero.
—Pero yo soy cliente preferencial —rebatió la mujer.