Cupido por una vez

Capítulo 4

—Yo creía que el dios del amor se llamaba Cupido —comenté.

 

—Muchos han intentado copiarme, pero nadie me puede igualar —contestó.

 

Primera conclusión del día: Este chiquillo tenía mucho ego. Tal parece que el culto se le había subido a la cabeza.

 

Cogimos el autobús a un par de cuadras de mi departamento, era una línea que nunca tomaba, pero que conocía su recorrido, ya que en mis primeros días como niña de ciudad me había estudiado las rutas del transporte urbano, por precaución.

 

Nos bajamos un par de calles antes de la última parada, en una población modesta, de clase media.

 

Seguí a Cupido a través de las casas, las cuales se encontraban dispuestas como un juego de tetris.

 

  1. detuvimos frente a una casa color pastel, con una reja blanca y una gran cantidad de rosas rojas en el jardín. Se veía un hogar bien cuidado. Unos segundos antes de que Eros pudiese tocar el timbre, mi teléfono móvil comenzó a sonar en mi bolsillo. Supe porque el tono de la llamada que era de esas que no podía dejar de atender.

 

—¿Cómo estás, mamá? —pregunté, con el móvil pegado en mi oreja.

 

Una sonrisa maliciosa se asomó en los labios de Eros, quien se cruzó de brazos y se apoyó en la reja.

 

—¡Eliza! Qué bueno que contestas.

 

¿Les conté que mi madre a veces me trata como si fuese realmente Elizabeth Bennett?

 

—Sí, bueno, es que he estado algo ocupada —mentí.

 

—Jane me contó que anoche no te sentías muy bien, así que quedé preocupada —insistió.

 

Gracias hermana mía.

 

—Solo un poco de náuseas, ya pasó —Me excusé.

 

Eros no se molestó en contener una pequeña risa sarcástica.  Levanté mi índice, ordenándole guardar silencio.

 

—¿Compraste tus medicamentos? ¿Qué estás tomando? Si sigues sintiéndote mal, pide una cita al médico —sugirió mi madre desde el otro lado de la línea.

 

Rodé mis ojos, ofuscada con la conversación sin sentido.

 

—Sí, lo haré. Te mantendré informada, ahora tengo que irme, lo siento mamá, te amo.

 

Mi madre balbuceó un par de cosas más antes de permitirme colgar. 

 

Tomé una profunda bocanada de aire, Jane me había acusado, pero al menos no le había dicho que en realidad me sentía mal por estar ebria. De todas maneras no debió haberle dicho a mi madre, la estaba preocupando innecesariamente.

 

—¿Problemas en el paraíso? —cuestionó Eros divertido.

 

—Nada de tu incumbencia, Cupido —repliqué.

 

—Mi nombre es Eros —corrigió.

 

—Me contaron que tus amigos te dicen Cupido. —Me burlé.

 

Movió su cabeza de un lado a otro, antes de golpear la puerta de la casa.

 

Una mujer alta, de largos cabellos castaños se asomó por la ventana, y una sonrisa iluminó su rostro en cuanto reconoció a las visitas. Salió de casa y nos abrió el portón principal.  A juzgar por su maquillaje, su blusa de un perfecto blanco y su falda negra, deduje que podía ser una secretaria, que se escapó de la oficina para venir.

 

—¿Qué tal, Michelle? Te presento a Lizzie —dijo Eros—. Lizzie, ella es Michelle Katsaros.

 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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