Desperté sintiendo que un martillo golpeaba mi cabeza, pero no, en realidad era el sonido de mi despertador, obligándome a salir de la cama.
No recordaba qué había sucedido anoche, pero las latas de cerveza esparcidas en el suelo me daban una señal. Había caído de nuevo. Un rápido vistazo al espejo bastó para reconocer mi propia resaca.
No me sentía bien, y el sonido de mi celular se sintió igual que fuertes campanas en mis oídos.
-¡Liz! ¿Dónde estás? -exigió Fran desde el otro lado de la línea.
-En mi casa, ¿Dónde más? -respondí.
-Pues apúrate, las actividades de aniversario van a comenzar.
Mi mirada reparó en el calendario, buscando la fecha. Era viernes, de seguro las primeras competencias ya habían terminado, pronto sería la hora de presentar a nuestros reyes y yo no estaba ni medianamente cerca de la universidad.
Corté la línea, dispuesta a vestirme a toda velocidad, cuando un detalle en el registro llamó mi atención. La última llamada de anoche había sido a mi madre.
Me golpeé mentalmente, intentando recordar qué pudo haberme llevado a hablar con ella. Y el análisis fue obvio, desde mi mensualidad impaga hasta la necesidad de hablar con Jane.
Había pasado toda la semana practicando con Agnes y ayudando a Ann con lo del aniversario, con la esperanza de mantener mi mente ocupada. Pero en el fondo, estaba destruyéndome por dentro.
Me metí a la ducha, el peor lugar para estar cuando agonizas, pues los pensamientos fluyen con la misma facilidad que el agua. Cuando acabé, mi mente estaba al borde del colapso.
Me vestí a toda velocidad, y un rápido vistazo al espejo me hizo recordar que no había tenido tiempo para teñirme últimamente. De modo que mi cabello era rubio otra vez. Iba a cambiar eso tan pronto regresara a casa, por ahora, el dorado parecía un buen color para una joven griega.
Guardé mi disfraz en la mochila, y salí a toda prisa, para encontrar el auto de Agustín aparcado frente al edificio.
-¿Para qué tienes celular si no lo contestas? -alegó.
No había mirado mi teléfono desde que descubrí que había llamado a mi madre anoche.
-Lo siento, estaba apurada -contesté, subiéndome en el asiento del copiloto-. Gracias por venir, voy tarde.
-Sí, me pidieron que fuera a buscar algunas cosas que faltaban, y te incluyeron en la lista -señaló, encendiendo el motor.
No pude evitar reparar en la manta blanca que había en el asiento de atrás.
-¿Y eso? -cuestioné.
-Mi disfraz para la fiesta -respondió con orgullo-. La sábana nunca falla.
Contuve una carcajada.
-¿Fantasma? -pregunté.
Agustín rodó los ojos.
-Griego -corrigió.
El aniversario culminaba con una fiesta de disfraces, por lo que muchos estudiantes habían pasado la semana buscando el atuendo perfecto. Yo había optado por utilizar el regalo de Artemisa dos veces.
-La versatilidad de las sábanas es increíble -comenté.
Llegamos al campus y ayudé a bajar los materiales que faltaban para que nuestro equipo continuara participando. Luego, pasé de largo al camarín. Quedaban pocos minutos para la presentación de los reyes.
Agnes no había tenido la suerte de conseguir un traje de Artemisa, pero aún así, Ann había ayudado a vestirla. Su madre era costurera, de modo que en menos de una semana logró preparar un traje digno de una diosa.
En realidad, no había necesidad de que nuestra reina se vistiera de griega, pero para efectos de nuestro show, era un requisito esencial.
Salimos del camarín a tiempo para ver a la primera participante, una chica de primer año que bailaba ballet hermosamente, pero lamentablemente, su compañero no sabía seguiré el ritmo.
-Hablando del rey de Roma -Se burló Fran.
Nick hizo su aparición, con una cabeza de conejo incrustada en la frente.
-¿Por qué estoy haciendo esto? -suspiró.
-Porque eres un rey sin talento, y tenemos que ganar -expliqué.
-Pude haberme vestido de Apolo y Agustín ser la presa -reclamó Nick.
-Yo no corro tan rápido como tú, amigo -Se defendió el aludido-. Además, eres nuestro representante y debes dar la cara por todos nosotros.
-¡Nicholas! -La odiosa voz de Ada retumbó en mis oídos-. ¿Qué estás haciendo? No puedes salir así en público.
¿Ya ven porque a nadie le agrada?
-Estoy intentando convencerlos, pero no me hacen caso -repuso su novio.
-Por favor, ya tienes veinte años, no seas infantil, quítate esa cosa y vámonos -exigió.
En mi opinión, la única inmadura presente era ella.
-Pero mi alianza me necesita -alegó.
-¿Y a mí qué me importa? No me dejaron participar.
-Estaciona tu vaca, Ada. Todos podíamos participar, tú te enojaste porque no pudiste ser reina -replicó Agustín.
-¿Y no te parece que yo debí haber sido reina si mi novio era rey? -interrogó.