Cupido por una vez

Capítulo 62

No es que yo fuera materialista, ni nada por el estilo. Pero, ¡vamos! Si iba a estar tres días encerrada y me daban el poder de ambientar la habitación a mi gusto, era imposible no dejarme llevar un poco. Bueno, más que un poco.

Sumergí una fresa en la cascada de chocolate mientras veía videos en mi televisor de setenta pulgadas. Aunque todavía tenía la sensación de que pude haber traído uno más grande.

Es verdad que me sentía un poco culpable por sentarme a disfrutar tan descaradamente cuando mi vida pendía de un hilo, pero también había un poco de justicia en todo aquello. Si iba a morir, por lo menos habría disfrutado mis últimas horas. 

Me di un golpe mental al darme cuenta la dirección que estaban tomando mis pensamientos. 

¡No quería morir! 

Todavía tenía mucho que hacer en la vida, aunque ésta fuera un desastre. Por lo menos merecía la oportunidad de despedirme de mis seres queridos, todos los terminales tenían esa posibilidad cuando les daban el diagnóstico. ¿Qué diferencia había conmigo? Yo también sabía cuántos días me quedaban. 

No, en realidad no lo sabía. Los tres días solo eran el plazo impuesto por Eros para solucionar el problema. 

¿Podría arreglarlo o mi destino estaba sellado? 

La cotilla de Nicte debió haberle contado el chisme completo. ¿Qué habían dicho las Moiras sobre mí? 

Pensé en mi hogar y sentí un doloroso vacío al pensar que nunca más volvería a pisar las verdes praderas, a pasear por sus caminos de tierra, rodeados de árboles y flores silvestres. Un sinnúmero de rostros se pasaron por mi cabeza, y me detuve en uno. 

No podía morir, todavía tenía demasiadas tareas pendientes. Pero había una que podía realizar desde aquí. 

Apagué el reproductor y me paré en medio de la habitación. 

-¿Afrodita? ¿Estás ahí? -No hubo respuesta-. Oh, gran diosa de la belleza, yo te invoco. -Probé con un tono ceremonial, mas el resultado fue el mismo. Suspiré frustrada y me entregué a la única técnica que nunca me había fallado-. ¡Estúpida diosa con cara de lagartija! Deja de esconderte en tu cueva y ven a... 

Ni siquiera alcancé a terminar la frase cuando una divina figura se apareció frente a mí. 

Decir que era hermosa se queda corto. ¡Santo cielo! Si hasta yo me habría vuelto lesbiana por ella. 

Lo peor era que, a juzgar por si expresión, venía lista para arrancarme los ovarios sin anestesia. 

-¿Qué dijiste sobre mi cara, humana fea? -preguntó con notable cabreo.

-Ah... Yo... Es que no te había visto en persona -balbuceé-. En realidad eres muy bonita, la mujer más hermosa que he visto, en serio. 

«Y no lo digo porque quiera que rompas una maldición». 

La diosa entrecerró los ojos y me observó con recelo. 

-¿Y qué quieres? -interrogó a secas. 

-Yo... ¿Por qué iba a...? De acuerdo sí. -¿Por qué más iba a invocar a una diosa?-. ¿Recuerdas la maldición que lanzaste sobre los descendientes de Hefesto? 

Afrodita dejó escapar una carcajada colmada de orgullo. 

-Ya me caes bien. ¿Quién te rompió el corazón? ¿Quieres que le lance una similar? Por cierto, ¿qué haces en la casa de Eros? 

Mi ojo latió nervioso. 

-Sí, bueno. Me gustaría saber si podrías revocarla. 

Me encogí en mi sitio esperando la respuesta, mientras la ira se apoderaba del rostro de la diosa. 

-¡No! -gritó, antes de desvanecerse en el aire. 

-No, no, no... Espera -supliqué, corriendo al sitio donde hace unos segundos estuvo de pie Afrodita-. ¡Vuelve aquí, cobarde! -Caí de rodillas y golpeé el piso con los puños cerrados, mientras gritaba al vacío-. Estúpida diosa, mal nacida. ¡Me costó demasiado invocarte para que te vayas así! Que seas más bonita que yo no te da derecho a dejarme hablando sola. Eres una estúpida engreída, solo porque...

Continué pataleando, incluso cuando unos brazos me rodearon y me levantaron del suelo, dejándome en la cama. 

-Liz, Liz, cálmate -dijo Eros. 

-Esa diosa con cuerpo de morsa me dejó plantada -reclamé. 

La sombra de una sonrisa se dibujó en su rostro. 

-Es mi madre -declaró. 

Me quedé helada. 

-¿Es broma? -Eros negó con la cabeza-. ¿Por qué no me lo dijiste? 

Con razón había salido tan guapo. 

-No pensé que fueras a invocarla en mi casa, pero creo que a veces te subestimo. No querrás ver lo cabreada que está en estos momentos. 

-¡Esa vieja...! 

-Liz, no quiero que mi mamá te convierta en una iguana -interrumpió. 

-Pero no puedes negar que es vieja. 

Nuevamente, se abstuvo de reír. Se estaba conteniendo por respeto a Afrodita, pero a mí no me engañaba. Ambos sabíamos que yo estaba en lo cierto. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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