D I S A S T E R

ψ U N O ψ

Y el gran dragón fue lanzado fuera, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero había sido arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él 

Apocalipsis 12:09

 

. . .

 

El líquido cuyo nombre desconocía quemaba mi garganta y me hacía estremecer, había estado recordando la fría y fatídica noche de aquel 2 de noviembre cuya tragedia desencadenó muchas más, como en efecto dominó. 

 

Ese 2 de noviembre murió Harry Fells, mi padre. Un alma bondadosa, un hombre de gran, gran corazón. Se esforzó tanto por hacer el bien, lo suyo era siempre dar sin esperar algo a cambio, pero luego... luego desapareció, al despertar ya no estaba, sólo dejo una carta con una "explicación" que terminó dejándonos con más dudas y preguntas que hasta el sol de hoy no le hemos encontrado respuesta, también dejó una pluma blanca que aún conservo.

 

Nunca volvimos a saber de él y eso me dolió, me dolió en el alma. Hasta ese día, cuando despertamos a media noche asustados por los incesantes gritos de mi madre al enterarse que mi padre había fallecido. Nunca tuvimos explicación, nunca nos enteramos del por qué o para qué, sólo nos quedamos con la duda y la profunda tristeza en nuestros corazones. Aún recuerdo lo que me dijo un día antes de que se fuera: "Alice, el infierno está vacío, todos los demonios están aquí"

 

Sé que es una frase de William Shakespeare pero también sé que quiso decirme algo, hay un mensaje oculto allí que he intentado descubrir durante años. Harry quiso que fuese igual que él, buena, atenta, amable, durante años lo fui... pero ahora todo ha cambiado.

 

Hice girar unas cuantas veces el vaso bajo la atenta mirada de Kalanie, mi madre. Mi rostro era neutro pero el de ella reflejaba un sin fin de emociones. Estaba cansada, cansada de buscar una explicación lógica a todos estos acontecimientos, cansada de crear hipótesis que me dejaban igual o peor que antes. Toda mi existencia giraba entorno a mis pesadillas y sueños extraños, todo estaban relacionados con mi vida, con mi futuro, y un ser, una presencia anormal que me vigila.

 

Siento una opresión en mi pecho, sentía una enorme curiosidad por saber quien era él, tan sólo podía percibir su presencia y era irritante el hecho de no saber quien o qué es, por qué me vigila, sólo esa enfermiza sensación de estar siendo observada día y noche, aunque al menos agradecía el hecho de que por primera vez en años me sentía segura. 

 

La oscuridad de la noche arropaba el hermoso cielo que cubría la casa donde la familia Fells-Carter se encontraban reunida. Mi espalda estaba erguida, mis manos perfectamente acomodadas sobre mi regazo y mi barbilla alzada con seguridad, sin embargo todo dentro de mí era un revoltijo de emociones.

 

Me levanté cuidadosamente de la barra y caminé entre la multitud reunida en mi hogar —si es que se le podría decir así—, mis tacones resonaban contra el pavimento, contoneaba mis caderas con singular facilidad llamando la atención de los presentes, poseía una habilidad natural para agraciar a la gente. Desde niña fui un poco menospreciada, tratada como una mujer pecaminosa que tentaba a los hombres con su belleza, una mujer maligna que guiaba a los hombres directo al infierno. Era hermosa y no lo negaba, mis vibrantes ojos azules con facilidad podían hacerte cometer el peor de los pecados, mi largo y brillante cabello rojizo se meneaba con el viento y mi cuerpo te enloquecería en segundos.

 

Todos me saludaban y me halagan pero sinceramente no les prestaba atención, mi corazón latía con fuerza y mi mandíbula está apretada con intensidad, un nudo se había instalado en la boca de mi estómago debido al nerviosismo y la ansiedad que han comenzado a invadirme.

 

Y lo ví...

 

Tres estúpidos años sin saber de él y ahora lo tenía aquí, a escasos centímetros de mí. Sentí unas ganas inmensas de salir corriendo y abrazarlo, insultarlo por abandonarme cuando más lo necesité pero me contuve, me quedé ahí, quieta, como si nada hubiese pasado, como si no nos conociéramos de toda la vida

 

Sonreí por mi desdicha, sin embargo no podía dejar de mirarlo. Estaba precioso, tan elegante pero con ese toque tan... tan suyo, vestía un fino traje que podría valer miles y miles de dólares. Su hermoso cabello castaño —el cual era corto a los lados y un poco largo en la parte superior— un tanto alborotado, y recordé cuando salíamos por las tardes y pasaba sus manos por él una y otra vez en un gesto nervioso hasta dejarlo exactamente así. Su ceño estaba fruncido y miraba hacía la nada, prácticamente. Lo observé acercarse a la barra y pedir un trago, de hecho pidió el más fuerte que tuvieran y me pregunté que lo tendría tan mal. Lucía como si estuviera a punto de estallar y soltar miles de maldiciones y palabrotas.



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En el texto hay: angeles, angeles y demonios, guerra

Editado: 27.06.2018

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