El cielo nublado amenazaba una inminente tormenta, el viento agitaba los frondosos árboles provocando el sonido característico del movimiento de las ramas que siguen el compás de la brisa. El firmamento se lamentó con sonoros relámpagos. La humedad se olía en el aire. Parecía que el clima, el firmamento y la naturaleza se lamentaran junto al chico.
Arrodillado en el césped, con la mirada fija en la casa de madera repleta en llamas, sus ojos llenos de lágrimas y sus mejillas húmedas, ligeramente sonrojadas por el frío. Su cabello ligeramente blanco, casi grisáceo, se agitaba con el viento, pero no le importaba. Y aunque sus ojos no se apartaran de la casa, en su mente sólo podía revivir una y otra vez el momento que ocasionó su terrible situación.
El cielo una vez más se iluminó por un estruendoso relámpago, provocando que el joven se sobresaltara. Fue cuando las gruesas gotas de lluvia comenzaron a caer del oscuro cielo, empapando al joven de catorce años. Al empeorar la lluvia, las llamas de la casa aminoraron. Pero la destrucción ya estaba hecha, pensó el chico.
A pesar del frío que le hacía estremecer, permaneció observando cómo se extinguió el fuego. Y una vez que quedó solamente la casa, no se atrevió a entrar a ver los daños.
Solo quería irse.
Y eso hizo.
Supo entonces que tenía que hacer algo al respecto, no podía dejar que el Daemonium controlará todo. Sabía que debía convertirse en exorcista para vengar a todas las personas a las que había lastimado. También supo que sería difícil, pero estaba decidido.
Así que se incorporó lentamente, giró sobre sus pies y caminó en la dirección contraria de la casa quemada.
Por primera vez en mucho tiempo sintió la soledad, sin embargo, sabía que no estaba totalmente solo.