Desde el cielo, muchas veces todo se ve igual. Tanto para humanos como para los demás seres vivos que comparten el mismo planeta.
Esta no es la historia de una persona, es la historia de un halcón, Dalua.
Erase una vez, en la época de los casettes y la música de pop en su máximo esplendor, con Britney Spears sonando tanto en Estados Unidos como alrededor del mundo.
Dentro de una pequeña ciudad capital en progreso. En uno de los techos de las casas de clase media cerca al puerto, anidaba una familia de aves, una familia de halcones. La pareja adulta de aves acababa de tener a sus pichones. Como cualquier ave que ha formado una familia, pese a las circunstancias y no estar en su entorno natural, hizo lo posible para buscar comida, ya sean palomas o pequeños ratones que podían cazar en los vecindarios y parques aledaños, cerca a donde estaba el nido.
Estos halcones no estaban ahí por obra de la creación, existe una razón detrás de su rol en las ciudades.
Muchas veces, las ciudades latinoamericanas se llenan de palomas o ratas. En esos casos, los municipios se encargan de soltar aves cazadoras o de rapiña que sirvan para disminuir la población de estos pequeños muchas veces indeseados.
Es aquí, cuando comienza esta pequeña historia.
Era un halcón en sus primeros pasos. Habían pasado pocos meses desde su nacimiento y estaba aprendiendo a volar. Para su mala suerte, el ave desde el principio era un poco lenta para el aprendizaje y le resultaba difícil hacer un buen aterrizaje. Por lo demás era considerado un ave cazadora al pie de la letra.
Aún en estado de polluelo, se cansó y decidió descansar en un patio que hasta ese momento le resultara desconocido.
El halconcillo como todo polluelo, ve al mundo como una cosa nueva ante sus ojos y demás sentidos. No se dió cuenta que aterrizó en la única casa del vecindario que tenía un lobo como mascota, Berry.
Esta casa grande de un piso con un patio y un almacén, también tenía un gran techo, era muy particular. Aquí habitaba una familia numerosa. Mejor dicho dos familias que totalizando formaban un gran número. Una pareja de señores que rondaban los cincuenta años con sus cinco hijos; dos hijos hombres jóvenes y tres hijas mujeres en edades buenas mozas. Además de ello, el primer hijo se encontraba casado y moraba en la misma casa junto con su esposa y su pequeña niña con cachetes regordetes de dos o tres años. La cereza del pastel es que tenían como mascotas a un lobo, su compañera siberiana y dos cachorros de esta fusión.
El lobo al notar un intruso en su casa, específicamente en su patio, atacó de inmediato y agarró al pobre halcón, entre sus dientes. Debieron haber sido segundos de pánico indescriptible para la desdichada ave. Los demás perros que estaban bajo el mando de Berry, el alfa de la casa, empezaron a ladrar como si estuvieran presenciando una sentencia de muerte previamente declarada. Felizmente, este hecho sólo duró medio minuto, fue cuando los dos muchachos que habitaban en la casa detuvieron el acto y retiraron, como pudieron al ave de los dientes de Berry.
Estaba con el ala herida, resultado del mordisco. Ante los ojos del pequeño halcón, los muchachos, en especial el más flaco y joven, fueron sus salvadores. En efecto, por esas primeras semanas le consiguieron una caja de zapatos donde colocaron un poco de algodón y paja, además granos de maíz. Dormía en el mismo cuarto del chico flaco. Era el cuarto más pequeño, por lo que siempre estaba tibio y era difícil que los perros y el lobo que habitaban en la misma casa, llegaran a ese lugar ya que estaba al costado de un depósito de máquinas.
Al hacerse evidente que era un halcón, el muchacho flaco, lo nombró Dalua. Por que la palabra le hacía recordar algo magnífico y valeroso.
Al curarse Dalua, toda la familia en esa casa supuso que el ave se iría y buscaría su propio lugar o tal vez recordaría donde estaba su nido, quizas en algun techo más alto. Pero eso no pasó, Dalua se quería quedar y al menos así lo expresó no volando, estando cerca al “flaco”.
En una casa con muchos miembros. Un depredador natural como lo era Dalua no podía andar suelto, así que se le compró una jaula. Esta jaula fue puesta en el almacén, acomodando cosas y botando otras para que se sienta un lugar más amplio. A partir de este momento pienso que fue el principio de la vida agridulce del ave.
Por unos meses esa jaula era cómoda ya que su tamaño, lo permitia. Empezaba a comer menudencias de pollo o de res. Lo más parecido a la carne de caza que la familia le podía encontrar.
La padres, no se involucraron mucho en la crianza de Dalua, lo mismo con las hijas buenas mozas, a veces la observaban pero eso era todo. La atención de la mayoría de miembros de la familia ya estaba enfocada en el lobo alfa y su pandilla de siberianos. Pero era una historia diferente con el flaco, quien se preocupo mucho por Dalua.
Durante esos años, el sueño del flaco era poder practicar remo sincronizado, un sueño bastante imposible por las condiciones económicas de la familia.
De todos modos, cada tres o cuatro días el flaco iba al almacén y practicaba sus movimientos de remo. Dalua lo observaba con gran curiosidad desde la jaula, e incluso empezó a imitarlo, extendiendo sus grandes alas cuando el flaco practicaba su remada. Al notar esto, él decidió que lo ayudaría al menos a ser un ave un poco amigable.
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Editado: 22.06.2020