El bullicio era de todo, excepto agradable, al menos así lo consideraban las guerreras que esperaban ansiosas por la revelación de rangos.
—Voy a vomitar, primer aviso— dijo Sesasi mientras se sostenía el estómago, los nervios la estaban devorando por dentro.
—Créeme que no eres la única... — Erendinari palmeó la espalda de su compañera, desviando su mirada para no ver cómo empezaba a vomitar sobre la planta.
—¡Chicas, ahí viene la reina!— anunció Kin, claramente emocionada.
Ambas se apresuraron para colocarse frente al gran auditorio, uniéndose a sus doscientas cincuenta y seis compañeras guerreras. En pocos minutos la reina revelaría la lista con las cien mejores guerreras, quienes formarían parte de las tropas, pero a la mayoría sólo les importaban los primeros diez puestos: la tropa real. La tropa real representaba a la élite, aquellas diez guerreras que representaban todos los valores impuestos por el Consejo Real de la primera generación. Todas querían ser reconocidas, pero pocas querían aceptar las responsabilidades que eso conllevaba.
Cuando la reina subió al auditorio, todas las miradas se posaron en ella. La reina Yamanik, quizá la reina más noble que el reino haya tenido nunca. No sólo los guerreros y las guerreras la idolatraban, el pueblo completo estaba a sus pies.
—Es un honor para mí el estar frente a tantas personas llenas de talento, mentiría si dijera que esto fue fácil, cada una de los presentes ha demostrado habilidades magníficas, tanto físicas como mentales. Ayer se revelaron los cien mejor guerreros, y hoy se revelarán a las guerreras. Sin más por agregar, iniciaré, de la número cien a la número uno.
Se escuchó una oleada de aplausos antes de que la reina comenzara a enlistar, haciendo el ritual con cada una de ellas. Iba por el número setenta y tres cuando Litza se comenzó a impacientar, había estado buscando a su mejor amiga con la mirada pero no la encontraba, habían prometido estar juntas en ese momento, por lo que empezaba a sentirse ansiosa.
—¡Liz!— escuchó un susurro justo detrás de ella, finalmente la había encontrado.
La nombrada la tomó de la mano y la llevó hasta detrás del bulto de gente, procurándose de que no las vieran hablar al mismo tiempo que la reina, de lo contrario obtendrían un castigo por falta de respeto.
—Nakawé, ¿dónde te metiste?— preguntó, agachándose junto a ella para ser menos obvias.
—Me distraje con algo, ¡pero a que no adivinas lo que averigüé!
—Sólo dilo, nos llamarán en cualquier momento.
—Apenas va en los números sesenta, tranquila— la pelirroja sonrió, ganándose una mala mirada por parte de su amiga —. Bien, escucha. Estaba en camino hacia acá y vi a unos guardias, me pareció extraño debido a que estaban afuera de la habitación de la reina y ella está acá, pero eso no fue lo más raro. Parece ser que retrasarán la coronación y que el rey está trabajando en ello.
Litza la miró con el ceño fruncido, incrédula.
—Nakawé, eso es imposible. La coronación siempre es el mismo día de cada año, el rey no tiene ningún poder para cambiarla.
—Pero la reina sí.
—Pero la reina no lo haría.
—Litza, ¡por favor! Uno hace cualquier cosa por amor, y ella ama a ese señor feo y viejo.
—¿Aunque ponga en riesgo al reino?
—Aunque ponga en riesgo al reino.
Ambas quedaron en silencio. A Litza le parecía difícil digerir las palabras de la pelirroja frente a ella.
—¿Por qué crees que quieran retrasarla?— preguntó la pelinegra, rompiendo el silencio.
—¿Por qué más? Seguro el rey quiere más tiempo para hacer alguna ley que haga que el poder se herede y no se pase por medio de un Ave Real.
—¿Un gobierno monarca? Eso es todo lo contrario a lo que creía la fundadora, no pueden hacer eso.
—Podrían si el Consejo Real actual se los permite— Nakawé echó un vistazo alrededor, cada vez eran menos guerreras las que tenían en frente —. Hablemos después de la ceremonia de revelación, seguro no tardan en nombrarnos.
Ambas se levantaron y fijaron su mirada al frente, como si no hubieran hablado de algo importante. Decidieron caminar hasta el frente, justo al lado de Xiuhcóatl y Noíl, quienes sostenían sus manos como si eso fuera a asegurarles un rango alto. Litza y Nakawé las imitaron, entrelazaron sus manos y se dedicaron una mirada de buena suerte. Poco a poco las guerreras fueron pasando, hasta que sólo quedaban diez puestos y ciento sesenta y seis guerreras, la tensión podía cortarse con un cuchillo.
Litza escuchaba con atención, esperanzada de que la llamaran pronto. La décima fue Erendinari, callada pero temeraria; la novena, Sesasi, la aliada de todos; la octava, Bimorí, la oveja negra; la séptima, Kantyi, casi invisible dentro del castillo, letal en el campo de batalla; la sexta, Noíl, la confidente de la reina; la quinta, Malinalli, la sobrina de la reina; y la cuarta, Yul, la única amiga de la princesa. Quedaban tres puestos, sentía su pulso acelerado, estaba segura de que en algún momento iba a llorar. Sintió un apretón en su mano junto a una sonrisa por parte de Nakawé, y entonces escuchó su nombre.
—La tercera guerrera de la Tropa Real, Litza Pai.