Capítulo I
Por los lados donde caminaba Damary, la ruta con cactus y cujíes era tortuosa y agreste, piedras y polvo seco se apreciaban en el recorrido diario que en ocasiones no permitía distinguir entre un lugar y otro; la grava que había dejado la lluvia en temporal, cuarteaba las plantas de los pies de la niña, casi siempre descalza; se descubría la penuria, el infortunio y el sufrimiento. Sobre su espalda, el amarre de cuadernos y libros; en su cintura, para no desgastarlas, las sandalias que la buena abuela le había confeccionado con restos de neumáticos y cocuiza trenzada; y, en su alma, la compañía que sólo el ángel de la guarda podía brindarle por pedimento especial de la nona, al señor custodio de los caminos.
Más allá el paisaje mostraba la montaña tupida con vegetación agreste y neblina en la cima y en el andar de Damary, adyacente al cruce de caminos, la bifurcación detallaba el rumbo a tomar; el sonido del agua de las compuertas para el regadío, marcaba la hora temprana y en esos pareceres, el canto de las aves de un árbol a otro, anunciaban las distancias entre la casa del milagro donde vivía y el pueblo ahora cercano.
retraída, tímida y de pocas palabras, y en su estampa de piel tostada por la tierra y el sol, la mezcla de razas se hacía fuerte: rostro alargado, cabello corto y sus formas claras y precisas dibujaban la simiente de donde provenía su raíz; en la escuela, la tonalidad de sus ojos que la llenaban de orgullo, se exponía como prueba de porte; con vehemencia en el trabajo de la casa y la razón para las creencias del milagro en ese lugar donde Dama, como la llamaban desde niña, aprendería de la tradición el conocimiento sobre las plantas y los conjuros mágicos que "la nona" María Morales aplicaba para el mal de ojo, los abortos, los alumbramientos; que daba ayuda con pócimas y hierbas a los vecinos enfermos; que calmaba el grito de dolor de los peones con ampollas en pies y manos o los huesos rotos; y, también, en el tratamiento para los animales.
.-¿Nona, cuándo subimos a la montaña? preguntaba la niña emocionada y en cuarto menguante, apenas marcaba el reloj natural el paso del tiempo, la abuela María y Damary la nieta, caminaban por el prado con paso a la sierra donde se cultivaban "los remedios".
En aquellos trayectos, la realidad cambiante le indicaba el trecho que debía recorrer, la magia entre lo aprendido en la casa, el pan de maíz, la masa de harina para las tortillas, el ordeño de la vaca en el cobertizo, la comida de desecho que iba para los cerdos y las gallinas y las lecciones propias al aprendizaje de la escuela, que por las noches la ilustraban con lecciones para cultivar el pensamiento y el gusto por la medicina de la abuela.
.-Dama, hija, se te va hacer tarde, insistía la abuela desde el catre de cuero, sin saber que la muchacha, como todas las mañanas, ya estaba de pie. Era su costumbre estudiar por las noches con lámpara de velas, mientras la nona, sentada sobre el colchón de espigas de trigo, no distinguía entre el tiempo dedicado a la oración y el espacio para la búsqueda de los remedios caseros de los que la niña era afecta.
.-Lo de la soba para el mal de ojo debes aplicarlo junto con el rezo...
.-¿Lo puedo practicar nona?
.-Si, cuando llegue el momento, pero no olvides que es un secreto entre tú y yo... guárdalo para ti una vez que lo hagas...
.-Está bien nona, respondería emocionada y Damary se despedía desde el cuarto de sanación psíquica de la abuela, dejándola pensativa mientras miraba la imagen de la virgen del Pilar y el silencio que le indicaba el tiempo para la plegaria y el trabajo de cestería.
.-Que dios te acompañe Damary y al salir, ten cuidado con los perros de Pineda, han estado ladrando toda la noche y eso es porque alguien estuvo merodeando por el predio.
.-Yo también los sentí mamá, voy a hacer un poquito de café, decía Miguelina, a medio vestir, recostaba al resquicio del marco de la puerta, cubierto apenas con una sabana decolorada y se enternecía con la niña que se preparaba para buscar el agua para la tinaja, el ordeño de las cabras, y la postura de las gallinas en el corral, antes de tomar el rumbo a la escuela.
María había trabajado en la hacienda mucho antes que Santiago Pineda, el padre de Ignacio y doña Teotiste, su esposa, decidieran extender los linderos de su propiedad; y los años siguientes, antes de partir para Sevilla por razones de salud, atendería los males de la señora cuando se agravaba por el clima o, por las infidelidades de su marido.
.-Son cosas de dios hija, la voluntad es de él, era el consuelo de María para Teotiste cuando presentaba flujos vaginales mal olientes o calenturas inesperadas.
Doña Teo, como también la llamaban, se había hecho madrina de aguas de Miguelina y le enseñó las primeras letras con lecciones de catecismo que la llevarían a la primera comunión y a la escuela, de allí que surgieran afectos con Antonio, hermano mayor de Migue y su hijo Ignacio, que se romperían cuando la muchacha salió embarazada, y convendrían en darle a la familia un predio de secano, alejado de la casa grande, pero suficiente para vivir en los limites más abruptos del paisaje rural de la zona.
.-Bendición abuela, bendición mamá, y lentamente se apagaba el murmullo y las voces que a esa hora se escuchaban por la casa, junto al canto del gallo y el agitado y ruidoso vuelo del perico cara sucia y el susurro imperturbable del rezo y la plegaria a los santos de María, la palabra que tomaba cuerpo en la aventura del día y entre el sueño y la realidad, la fe en lo más cercano, se manifestaría cuando Damary pasara de niña a mujer, motivo cierto para la oración.