CAPITULO XIV
La agenda de viajes por tierra, por aire o bien por mar, difiere en cuanto a tiempo y espacio; las rutas y los itinerarios son desiguales y en los controles de pantalla se detallan los horarios para entradas y salidas. A esa hora de la mañana dos vehículos se desplazaban en diferentes direcciones, una, desde la vecindad de Alto Prado; y, la otra, de Buganvillas; el primero con destino al aeropuerto internacional de Santa Fe con ruta a Berna, la capital de Suiza; y, el otro, en dirección a Trujillo, con destino a Juntas, el poblado vecino a la Hacienda Agua Dulce. En uno va la nostalgia y en el otro lo más próximo al encuentro con la naturaleza, pero en ambos va la configuración que denota la palabra "amor", en un encuentro casual de palabras y sentimientos, pero también la razón y el desprendimiento que en mucho llega lejos y en otros no es posible cuando de amores se trata.
.-¿Lo has pensado bien Damary? y ante la pregunta sin respuesta, el conductor del automóvil donde iba la pareja se aparcaba en el estacionamiento de la terminal y ambos se encaminaban a la taquilla de chequeo de la línea aérea, mientras en Berna, lugar de destino, un hombre descansa en su chalet de montaña y revisa un diario de Brasil, comentando en voz alta:
.-Vienes a Berna Damary. Ignacio Pineda sonreiría con gran beneplácito y fumaba un habano Cohíba, observaba las figuras que hacia el humo en el clima templado y en un compás de espera, llenaba su copa de brandy para llevársela a la boca.
.- Salud por ti hermosa niña, "la pasión de Pineda" y elevaba su copa al cielo.
El camino por donde transitaban Damary y Raúl con equipaje de mano era ladrillado con tonalidades en negro, verde, azul y naranja, con diferencia de color a los lados, en un línea que dividía el arte cinético entre los que se iban y los que llegaban, diseñado por un artista plástico del país de origen de ambos apellidado Cruz Diez y parecían marcar el camino de la dualidad, sin prisa, pero con letargo y en las dudas quizá sin retorno.
.-Lo has pensado bien Damary, insistiría Raúl, buscando una respuesta ante la duda, al tiempo que, por otra ruta, el automotor rugiente, con María Inés y Juan, se allegaba a la polvareda de paso a la hacienda Agua Dulce en espera de la luna en cuarto menguante y, con Juan como guía, subir a la montaña donde crecían las plantas medicinales que la nona María y ella utilizaba para las curas milagrosas en el centro de salud de Buganvillas.
.-¿Cómo se llama la montaña a donde vamos Juan? y con timidez respondía:
.-Quebrada Azul señorita.
.-No me llames señorita Juan, que yo tengo nombre y hay suficiente confianza entre tú y yo y saldría del vehículo en veloz carrera para abrazar a la nona María, que estaba sentada en una silla de cuero y Miguelina, confeccionando sombreros, que la recibían en la entrada de la hacienda.
Situados en el cafetín La Rosa de los Vientos de la terminal aérea de Santa Fe, Damary miraba el bordig pass sobre la mesita en la que había café, galletas y mermelada y sin atreverse a tocar ninguno de ellos, meditaba en silencio hasta que decidida tomaría el pase de abordo y lo colocaría en las manos de Raúl.
.-No Raúl, no puedo acompañarte, te quiero de una manera muy especial, que nada tiene que ver con el cuerpo. El amor para mí es sagrado y lo veo en todas las formas de vida incluidas las nuestras y ahora tengo otros sentimientos que bullen en mi cuerpo a los que debo dar salida primero; para el matrimonio que me propones, dame un tiempo por favor y en la distancia de este viaje, que no es de lejanía sino de acercamiento, te aseguro que tendrás una respuesta más temprano que tarde.
.-Respeto tu decisión Damary, pero es que hemos compartido tantas cosas, que pensé… Y sin darle tiempo, lo interrumpiría tapándole los labios con un dedo.
.-Eres invalorable Raúl, me has apoyado en todo y te estoy muy agradecida aún cuando no estás convencido de lo que hago; el matrimonio es cosa de dos y no quiero repetir experiencias de un pasado que vibra en mi entorno como si fueran culpas, que realmente son de otros, y después de meditar agregaría:
.-¿O, son mías Raúl? no lo sé...
.-En fin Damaryta, te has ganado mi corazón de a poquito y si no estás decidida, es porque hay algo más profundo dentro de ti que debes resolver, quizá esta distancia sirva para puntualizar de quién es la razón, o la verdad, y la tomaría por las manos, impulsándola a levantarse de la silla y mirándose, entre las palabras negadas a salir y las intenciones de ambos, el tiempo pasaría sin percatarse que por los alto parlantes de la terminal se escuchaba el anuncio de abordaje.
.-Te espero en Suiza, te espero en Suiza Damary y entre sollozos, como dos hermanos queridos, amigos inseparables o amantes sin saberlo, en aquel instante se distanciaban Raúl y Damary del Rosario, en un vuelo de pájaros viajantes, que buscaban en aquel revoloteo reparo a sus dudas y un posible encuentro en otro tiempo y lugar; como en un susurro escucharía la voz de Raúl:
.-Te amo Damary, te amo muchachita de la tierra con pies cuarteados por el sol de los caminos.
Los rayos del astro rey despuntaba por los cerros altos cubiertos de vegetación y una suave neblina se observaba en las cimas, cuando Juan, en compañía de María Inés, se adentraban por los caminos que servían de paso a los campesinos en la búsqueda de las plantas que requerían para mejorar su salud; la abuela María se había quedado en el portal de la casa grande de la hacienda donde ella pernoctaba tejiendo capelladas para las alpargatas, a la espera del regreso de Antonio, mientras Miguelina, se entretenía en labores de limpieza del cáñamo para fabricar sombreros y cestas que iban al mercado de Juntas.