En ese momento mi cerebro reacciona antes de lo que yo puedo analizar nada y me levanto de la cama, como reflejo, esto porque temo que ocurra lo mismo que paso en casa de mi tía.
- Tranquila, Laana, no te haremos nada -Ana me pide que me siente con la mano y vuelvo al lado de mi abuela.
- ¿Acaso mis padres me dijeron algo que yo no debía saber? -mi tono de voz suena más molesto de lo que pretendía, no me agrada la idea de saber que vine a Costa Rica solo a recibir más mentiras.
- Es lo contrario -asegura mi tía.
- Te han mentido -agrega mi abuela y yo no respondo.
- ¿Mentirme? Bueno, eso es claro, pero...
- No somos monstruos, Laana -suelta Ana en un tono de enojo y respira hondo, tratando de calmarse-. Y ellos no tenían derecho a alguno de hacerte pensar eso.
- Pero yo...
- No, no hay peros, no aceptaré que pienses eso -dice ella levantándose del sillón, pone las manos en sus caderas y se mueve histérica por el cuarto.
- Laana... -miro a mi abuela y ella dirige sus manos hacía mi, como si no pudiese verme, acerco mis manos a las suyas y toma una de ellas-. Realmente no sé que tanto o de que manera te han dicho a ti esas mentiras, porque solamente lo son -sus pecosas manos acarician la mía con cariño-. No somos malos -sonrío, negando con la cabeza, no necesito mentiras de consuelo.
- ¿Por qué no lo crees? -dice mi tía volviendo a su lugar.
- Porque aunque quieran negarlo, yo mate a esa persona, siendo verdad o no las palabras de mis padres, yo lo mate -mi tono ahora es bajo pero recto-. Y eso no cambia desde ningún punto de vista.
- Se lo merecía -su tono se quiebra, al hablarme en un susurro.
- ¿Cómo puedes decir que alguien inocente merecía morir? -me quejo, molesta por su insistencia.
- Mamá... -Ana ve a mi abuela llamándola en un tono suplicante.
- Escuchame -la mayor se dirige a mi-. No eres mala, no eres un monstruo, sea lo que sea que te hayan dicho tus padres, nosotros no tenemos esto para dañar a las personas.
Es increíble la paz que me dan sus palabras pero las dudas siguen en el mismo lugar y me hacen dudar.
- ¿Por qué?
- Habrá algunas situaciones que no podre explicarte, pero, mientras sepamos controlarnos no lastimaremos a nadie, mira, te lo dire más claro, lo que recorre nuestra sangre es tanto una maldición como una bendición -afirmo con la cabeza, sin comprender-. Debido a que estas cadenas nos protegen pero nos alejan, hace mucho tiempo, por razones que yo también desconozco, unos ángeles les prohibieron a los de nuestra sangre tener ángeles guardianes pero por leyes del cielo no podíamos estar de ese modo, a la deriva y se nos entrego lo que por décadas hemos llamado castigo, el problema, es que el punto de todo esto es darnos protección de cualquier persona, pero al no saber controlarlo el efecto ha sido más que todo... dañino.
- ¿Es... ? -cubro mi boca sin poder formular algo, cada centímetro de mi cuerpo esta en calma, en una paz que llevaba años sin sentir-. Es... -cierro mis ojos negandome a soltar esas lágrimas liberadoras que llenan mis ojos.
Sé siente tan bien saber que lo corre por mis venas no es el aura del deseo de destruir a los demás, mi abuela me rodea y yo correspondo al abrazo que me entrega, de verdad necesitaba esas palabras, toda mi vida.
- Laana... -miro a mi tía-. ¿Puedes recordar el día que hiciste eso?
Sé de lo que habla.
- No, a veces, creo que si, pero es algo demasiado malo y no quiero pensar en eso.
- Recuerdas que alguien te... ¿te lastimó? -se pone a la altura de mis rodillas con sus manos en las mismas-. ¿Es lo que recuerdas? -su tono maternal y cuidadoso no me pasa desapercibido, lo agradezco pues no es un tema que hable con facilidad, en realidad no recuerdo haber hablado de esto con alguien que no fueran mis padres.
- Si. ¿Si pasó? -traga con fuerza como si aceptarlo fuera más difícil para ella que para mí.
- Si, él te...
Un golpee brusco retumba en las paredes del departamento, más que todo el sonido que ha causado.
- ¿Qué ha sido eso? -pregunta mi abuela, me levanto y ella me toma de la mano para caminar, junto a Ana a la sala.
Cuando llegamos al final del pasillo, veo a mis padres viendo con enojo a los presentes en la sala y a mis hermanos en una posición de defensa, como si estuvieran listos de golpear a cualquier persona.
- Diablos... -la palabra sale de mis labios sin pensarlo pero me importa poco.
- ¿Qué esta pasando? -pregunta mi abuela a mi tía.
- Vengo por mi hija, Carmen -dice mi madre dirigiéndose a mi abuela como una total desconocida.
- No puedes llamarla de ese modo después de como la han hecho sufrir, ¿cómo te has permitido que viva reprimiendose así misma por esa muerte? Y peor aún, haciéndola creer que es algo normal en nuestra sangre herir.
- Yo criaré a mi hija como quiera, en eso no te vas a meter tu ni nadie -dice mi madre con fuerza.
- No los necesitamos a ustedes -esta vez habla mi padre-. Ni sus decisiones u opiniones, Laana, nos vamos ahora.
- Ella no irá con ustedes... -esta vez es Christian quien habla-. Se va a quedar aquí.
- ¿Según quien? -dice mi madre, en un tono tranquilo mientras se quita los lentes oscuros.