El decorador de interiores realmente se había esforzado por mantener el toque rústico y medieval que ocupaba el resto de la cueva; pero sin duda había trabajado aún más en ese pequeño salón oculto para las reuniones exclusivas del Consejo.
Los tapices que colgaban de las paredes rocosas lucían de varios siglos atrás y alcanzaban los tres metros. Sus colores eran llamativos, vibrantes y tenían cierto encanto divino. Madera oscura recubría los suelos lustrosos y estatuas algo intimidantes eran usadas como decoración infalible para mantener aterradora la imagen de demonios pertenecientes a un Consejo de Inmortales.
La líder Kenia con su radiante cabellera negra sedosa y los pómulos marcados bajo la aspereza innata de sus ojos negros, iba al frente, seguida por la figura esbelta y hermosa del líder Hendrick; guiando al resto del Consejo hacia los lugares que cada uno tenía asignado frente a la enorme mesa oscura que se hallaba en medio de la habitación.
La particularidad más envidiable de los demonios ―hasta donde yo sabía, porque tengamos en cuenta que apenas estoy conociéndolos―, era sin duda su esbelta belleza. Debían ser perfectos, su habilidad más poderosa era la de manipular a los mortales, y su increíble y descomunal atractivo era una ventaja afamada entre ellos.
Si no fuera porque se trataba de bestias asesinas y devoradoras de almas de Infratierra, me sentiría agobiada por rodearme de tanta belleza divina. Sobre todo por la intensa curiosidad que parecía tener Landon en mí.
Sus penetrantes ojos plata, estaban sobre mí a cada momento, enviando oleadas de calor a mi cuerpo que extrañamente me hacían sentir incómoda. Me había explicado antes que nadie en realidad podía sentirlo, que la sensación de verano eterno al parecer era algo especial en él. Pero yo podía sentirlo, podía notarla cada vez que sus ojos se encontraban con los míos.
Y al parecer eso no le había gustado mucho.
―Por favor, suba al estrado Selene Vriednoch ―habló la líder Kenia con su usual voz en calma.
―Ese no es mi apellido ―dicté, obteniendo la atención de toda la habitación. Pasé saliva arrepintiéndome de inmediato de haberlo dicho.
― ¿Cómo osas dirigirte a nuestra líder, mestiza inmunda...?
―Líder Hendrick ―la aludida lo detuvo con una señal de su mano; una sonrisa juguetona esbozando sus labios que me recordó enormemente a Seth―. Así que, Selene Levy, ¿no? ―Asentí dudosa―. ¿Padres judíos?
―Así es.
―Qué conveniente para tu linaje mezclarse con la comunidad judía, Selene Levy, sobre todo porque a principios los Vriednoch no eran más que una familia cristiana corrompida por la avaricia y la fiebre de poder.
―No conozco esa historia, pero estoy segura que no fue así y ustedes realmente están confundiéndome con otra persona ―expresé, intentando desviar el foco de atención sobre mí.
―Líder Kenia ―una joven de más o menos mi edad interrumpió en la conversación―, su afán de impertinente está retrasando su juicio ―dirigió una mirada afilada hacia mí y prosiguió―: es obvio que es consciente de todo lo que está sucediendo y sólo busca redención.
―Yo no estoy mintiendo en na...
― ¡No interrumpas al Consejo, mestiza! ―La voz del líder Hendrick se hizo oír altanera nuevamente.
Bajé mi mirada, concentrándome en la madera bajo mis pies. Estaba bastante segura que habíamos empezado con el pie izquierdo en el juicio por mi maldita boca metida. No se trataba de un par de adolescentes más que me llevaban la contra; se trataba del Consejo de inmortales, ellos estaban previendo las oportunidades que tenían de asesinarme y devorar mi carne.
Sin duda debía bajar algunos decibeles.
―Tienes razón, Phoebe, estamos retrasando su juicio ―la voz en calma de Kenia me obligó a mirarlos de nuevo―. Por favor, Selene Levy suba al estrado para iniciar.
Obedecí, dispuesta a retractarme del mal inicio y porque si no lo hacía estaba segura que al líder Hendrick le encantaría ser quien me arrastrara a subir; y tal vez no sería de buenas formas.
La disputa comenzó primero entre los dos líderes máximos del Consejo. Aunque al principio me hubiese parecido estar en la misma sintonía con la líder Kenia, durante la reunión sus argumentos iban en mi contra todo el tiempo.
Luego comenzó a incorporar más miembros del Consejo, más voces en mi contra, más nombramientos de mis posibles castigos y para las últimas instancias era un manojo de nervios tenso, malhumorado, exhausto y aterrado.
La voz de Landon no se hizo oír en ningún punto del juicio, y sus ojos tampoco volvieron a buscarme a medida que las cosas eran expuestas sobre la mesa. La idea de Seth de que él fuese mi apoyo en el interior del Consejo había sido pésima y desmoralizante. Era evidente que la raza mestiza no era bien vista entre los inmortales, la aborrecían.
Malditos racistas.
― ¿Cómo podríamos basarnos en la palabra de una nephilim a estas alturas, líder Kenia? ―La voz de un hombre de unos treinta años de cabello castaño interrumpió mis pensamientos―. Hemos tenido suficiente de rebeliones por esta clase de descendientes impuros y demasiadas vidas se han perdido en batallas. El mundo mortal sería cede de una nueva guerra.
―Y es por esa guerra que deberíamos detenerla de inmediato, Elliot ―Kenia se mantenía insondable de emociones, ella me recordaba a Sibila Sky, la odiaba por eso―, exponernos nuevamente entre los mortales no es lo que buscamos hacer.
―Tal vez no deberíamos basarnos en arriesgar lo que tenemos, si no en recuperar lo que perdimos ―una mujer rubia y esbelta hablaba―, ¿no? Por culpa de nuestros descendientes impuros es que ha sido forjado el pacto entre las razas y decapitando a los mestizos tal vez no sea la solución. Hemos hecho esto durante siglos, y no ha resuelto nuestras inquietudes.