Puta, igual que su madre" era la frase que apareció escrita en mi casillero.
Miré hacia mis costados, cerciorándome de que nadie me esté mirando. Por suerte, ya no quedaba ni un alma en los pasillos.
Suspiré con incomodidad antes de alargar mi brazo y, con la manga de mi sudadera, empezar a frotar la superficie metálica donde se encontraba la tinta. Poco a poco, el marcador iba saliendo hasta dejar manchas negras ilegibles. Una vez que terminé le quité el candado, metí mis libros dentro y volví a cerrarlo antes de marcharme con la cabeza gacha mirando mis zapatillas viejas.
Abrí la puerta para salir al exterior y el viento frio chocó conmigo, erizándome la piel.
Enseguida, me arrepentí de no haberme puesto el jean azul que, a pesar de estar algo roto y descuidado, me habría abrigado más que aquella falda.
Ignorando la baja temperatura, comencé a caminar alejándome del lugar.
Como de costumbre, yendo para mi casa, pasé por un parque que quedaba a unas calles de la escuela y escuché el griterío habitual de los niños pequeños que correteaban de un lado a otro.
Sonreí levemente al verlos y seguí mi camino hasta que, al cabo de un rato, llegué a la caravana denominada "hogar".
Amablemente, saludé a algunos de los vecinos que se encontraban fuera de sus casas con una sonrisa tímida y entré a la mía.
No me dio tiempo a cerrar la puerta cuando escuché unos pasos acercándose a donde me encontraba.
ꟷLlegas tarde ꟷme recriminó Elena, mirándome con su desprecio habitual.
De inmediato, recordé lo escrito en mi casillero.
ꟷPerdón, tuve un inconveniente en la escuela ꟷconteste en un susurró para no hacerla enfadar.
ꟷNo me importa ꟷme cortaꟷ. Por dios, ¿puedes cerrar la puerta, de una vez? Voy a morir de frio.
Hice lo que me pidió y luego, me acerqué al pequeño sofá para quitarme la sudadera y dejarla sobre el respaldo.
La caravana contaba con un espacio promedio, aunque, claramente, no era muy espaciosa para las dos personas que vivían allí.
Al fondo, se encontraba la única habitación, que contaba con una cama matrimonial y un pequeño mueble que se podría considerar el armario. Luego, estaba el baño y, por último, el salón-cocina. No teníamos comedor por lo que, generalmente, se comía en el sofá o de pie, en la cocina.
Me estremecí al sentir como una mano, bastante conocida, se posaba en mi espalda.
ꟷHola Vea ꟷme saludó Ronaldꟷ, que gusto verte por aquí. Empezaba a creer que nos estabas ignorando.
Y así era, pero no le diría eso. En su lugar, miré a mi madre aplicando que se apiadara de mí.
Ella, al verme, arrugó la frente.
ꟷ¿Qué no sabes saludar? ꟷdemandó con irritación.
Tragué saliva antes de susurrar un hola.
ꟷHola ꟷrepitió con sorna mientras pegaba su pecho a mi espaldaꟷ. Hoy estuve pensando en ti.
Las manos comenzaron a sudarme y las cerré en un puño, sin saber que hacer.
ꟷ¿Quieres saber en qué pensé? ꟷcuestionó, cerca de mi oído.
Elena se rio entre dientes antes de tomar una cerveza del congelador.
ꟷDebo irme ꟷrespondí con rapidez tomando la sudadera y marchándome de allí.
Salí de la caravana y me adentré a la que se encontraba a unos cuantos metros.
Aquella había pertenecido a una mujer que había muerto hacía unos cuantos años, nadie nunca la había reclamado y había quedado vacía, factor que aprovechaba para pasar la noche.
Era eso o tener que dormir con Elena y Ronald.
Cerré la puerta de la caravana, que no contaba con llave, y me aproximé a la encimera donde me permití descansar, intentando olvidar la desagradable sensación de las manos del novio de mi madre sobre mi espalda.