Capítulo 15
Un día después del suicidio
Alex
No había podido comer, dormir, pensar o hacer cualquier otra cosa.
En retrospectiva, había pasado, —la que titulaba— una de las peores noches de mi vida. Y no era ni un poco de exageración. Estaba pasando demasiado tan pronto que ni siquiera pude asimilarlo. Era como un tsunami, seguido por el maldito apocalipsis.
Yo estaba devastado, no sentía tener fuerzas o motivo alguno para levantarme, ¿qué sentido tenía hacerlo? Después de todo… no podía, no quería que aquel fuera el punto final.
El teléfono había sonado tantas veces que solo dejé de contarlas y cuando dejó de sonar, supuse entonces que se encontraba descargado y posterior a eso, apagado. En un principio había tenido la intención de responderle a Grover, pero después pensé en que él no podía hace por mí más de lo que yo hacía.
Llevaba más de cinco horas sentado en el sofá de mi apartamento, observando la pared blanca, demasiado blanca ahora que la analizaba. Anne me había sugerido muchas veces que debía darle un nuevo aire y pintarla de algún color vivo, solía decirme eso.
«—Haskell, eres demasiado simple. A tu vida le hace falta más color y luces».
Lo que ella no sabía era que todo ese color y esas luces, su misma presencia me las estaba brindando. Pero ahora, volvía a caer en los mismos tonos: blanco y negro. Ni siquiera con algún matiz de grises.
Simple, vacío. Así era como me sentía, no era nadie sin ella.
No sabía como se sentía la muerte, porque lo que yo estaba sintiendo era la ausencia. Una definitiva. Sentía un frío que buscaba hacerse conmigo y no tenía fuerza para pelear contra eso.
450 días antes del suicidio
Alex
—Alguna vez me lo contaras… —le dije dubitativo, refiriéndome a la tumba que solía visitar en el cementerio—. Gérard Wentworth. Quiero saberlo, Anne.
La expresión de ella siempre tomaba un aire sombrío. Era como si toda su esencia se fuera con cada letra que constituía ese nombre. Yo no deseaba presionarla de ningún modo, más tenía curiosidad sobre eso.
—Creo que debo irme, Adrien debe estar preocupado —respondió, abandonando la cama donde nos encontrábamos—. Sabes lo mucho que se preocupada últimamente.
Sin responderle la observaba vestirse con tanta prisa, como si le asustara hablarme del tema. Llegaba un punto en que esa actitud me molestaba, no éramos unos chiquillos de quince años que se tomaban ese tipo de acciones de evasión.
Ella pareció notar mi molestia y caminó hasta el extremo de la cama donde estaba yo, tomando asiento en el borde.
—¿Te quedas? —pregunté con un tono más serio. Ella negó con la cabeza—. Anne, te llevaré entonces.
—Aún preferiría no hablar de ese tema —murmuró, sabía que se refería al nombre—. Y creo que pediré un taxi, has tenido un día cansado.
—No voy a obligarte a hablar de algo que no deseas —señalé intentando bajar la guardia. Tomé asiento a su lado—. Lo siento, no quería molestar. Solo no sé… a veces pienso demás.
Su rostro se enterneció y le dejé un beso en la comisura de sus dedos. Yo no podía permitirme hacerla sentir mal, Anne se estaba convirtiendo en la definición de felicidad para mí. Lo era todo, en realidad.
—Yo te llevo a casa —le propuse de nuevo.
Era consciente de que ella iba a negarse hasta el último momento, que no me iba a permitir llevarla, pero siempre le insistía. Siempre estaría por y para ella, hasta que decidiese que ya no.
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Editado: 30.11.2024