Capítulo 29
89 días antes del suicidio
Alex
Dios había sido mi más grande e importante carencia hasta ese momento. Pero a ella siempre la necesité más que a Dios.
Y esa era un verdad casi universal.
Era bastante tarde ya, pero por más que mi trabajo hubiese terminado horas atrás, preferí quedarme sentado tocando el piano por un rato más, en lugar de volver a casa. En un principio resultó de mucha ayuda; conseguí relajarme y dejar a un lado las preocupaciones de día. Aunque, como todo, no me duró mucho. Después de las primeras tres canciones, volvió a invadirme la cuestión de ella. Sí, de Anne, la cuestión de el qué hacer.
Seguía asechándome la indecisión. Mi mente y mi corazón se debatían entre ir a buscarla o plantarme de frente a mi fuerza de voluntad y conservar la poca dignidad que aún me acompañaba.
No podía darle la razón a papá o Emilie, incluso no sabía si yo la tenía. No estaba pretendiendo ahora ser el más correcto; solo quería escuchar lo que mi corazón tenía para decirme. El único problema de eso era que él también estaba vuelto un enredo. Pero, entre todo eso, solo una cosa seguía siendo clara, que después de casi un año sin verle o hablarle, seguía perdidamente enamorado de Anne.
Volver a pensar en la lejanía, los espacios indeterminados de tiempo que estábamos perdiendo, la espera a la que nos condenamos, me causaba dolor. Un dolor tan real como una herida abierta.
—¡Haskell! —Escuché tras de mí. Con el rabillo del ojo distinguí la figura de Grover, acercándose a mí—. ¿Piensas quedarte o qué?
Detuve los dedos y los dejé descansar sobre las teclas del piano. Observé el blanco y el negro, buscando algún indicio que me ayudara. Imposible, por supuesto.
No respondí y no pasó mucho hasta que Grover se ubicó a mi costado.
—Lucas nos está esperando afuera —dijo—. Me envió por ti, cree que intentas huir de nuestro planes.
—Hasta ahora no sabía que teníamos planes en conjunto.
—Los tenemos, ¿vienes o no?
Hice una mueca al tiempo en que se me escapaba un suspiro. Solíamos hacer eso, salir a tomar algo cada cierto tiempo y pasar el rato. Lucas ahora trabajaba en un pequeño conservatorio al otro lado de la ciudad, cuestión que nos había alejado bastante, en comparación con lo que éramos en un principio. Y ha Grover lo conocí cuando comencé a ser parte de la orquesta filarmónica, en la que él tocaba el violín.
Desde hacía algunos meses, me convertí en una persona taciturna y solitaria. Quizá preso de la incomprensión de los demás, cuando se trataba de el arraigamiento que tenía con Anne y lo devastador que había sido su abandono.
—Voy —respondí al cabo de unos segundos, poniéndome de pie—. ¿A dónde piensan ir?
—Sweet house.
—¿Sweet house? Suena a cualquier cosa, menos a un lugar medianamente interesante.
Tomé mi abrigo y caminamos a la salida. Todas las luces estaban apagadas y el recorrido apenas nos fue alumbrado por los faroles provenientes del exterior. Era un silencio insidioso.
—Según Lucas es bastante exclusivo —comentó Grover, unos minutos después—. ¿No confías en el buen gusto de tu amigo?
Lo miré, con cierta gracia.
—Él no tiene buen gusto… nunca lo ha tenido.
—¿Tienes una mejor idea?
Casi podía palparla. Y me pareció, más que adecuado, la única cosa que podía hacer. Dejé a un lado los pretéritos que me agudizaban la mente y, por un momento, le permití a mi corazón hacerse cargo de la situación.
—La tengo —murmuré—. Por supuesto que sí.
Pese a mi deseo fortuito de ir en su búsqueda, tenía consciencia de que no era del todo —lo que uno puede llamar— una buena idea. Era, en un sentido honesto, más un capricho. Y bueno, con respecto a Grover y su compañía, él era culpable, en gran parte, de todo lo que me había pasado en la última semana. Así que no iba a tener ninguna compasión con él, era casi su obligación seguirme y hacerme compañía.
En cuanto a Lucas, nunca estaba de más un tanto de apoyo moral. Porque lo iba a necesitar.
Unos minutos después, los tres subimos a mi auto; Grover se sentó en la parte de atrás y Lucas optó por hacer de copiloto. Me sentía nervioso y cuando Lucas comenzó a cambiar de canales en la radio, solo consiguió que concibiera la idea de tirarlo de un patada.
Inhalé y exhalé un par de veces, causando el suficiente ruido como para que se diera cuenta de mi molestia. Pero, por supuesto que hasta en ese fallé.
—Venga, Lucas, solo deja cualquier cosa —dije al final.
Grover, que hasta ese momento había estado con la cabeza metida en su teléfono, se echó hacía adelante.
—Estás demasiado irritable hoy, Haskell —dijo, dándome una palmada en el hombro—. Vamos amigo, relájate.
—Lo hubieras conocido en nuestro primer año del conservatorio, era el alma de la fiesta —comentó Lucas—. Los veintes le han pegado bastante duro. Ahora lo único que hace es volverse más anticuado con el paso del tiempo.
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Editado: 30.11.2024