Me di cuenta demasiado tarde de que se suponía que no debía estar en la alameda, pues la entrada seguía vetada por la policía local de Aurumham. Sabía que no podía tomar ningún camino secundario, pues, según el mapa que me mostró el cura, ninguno tenía salida.
Cabizbaja, avancé en dirección a la iglesia, sin poder quitarme de la cabeza todo lo que me había ocurrido aquella mañana.
Sin embargo, seguía sin tener miedo alguno. El peligro que suponía conocer el secreto de los Della Rovere era lo más emocionante que me había pasado en los largos diecinueve años de mi vida. Y era algo que jamás iba a compartir con nadie.
Me llevé una mano al cuello, fascinada por no tener ni una simple marca y me pregunté qué había hecho exactamente Dante para eliminar el rastro de su hermano en mi piel.
Yo no sabía demasiado de vampiros. Tan sólo había tratado lo sobrenatural leyendo novelas y viendo películas cutres sin demasiado argumento, y, aún así, parecía que todo cobraba sentido ante mis ojos en pensar que los Della Rovere no eran humanos.
Todas las veces que Dante había aparecido de la nada, las advertencias de Valentino para que no me acercara a ellos en señal de peligro y los constantes recordatorios de Alessandro sobre mi buen olor, que ya no tenían tanta connotación sexual como me había parecido en un primer momento. O tal vez sí.
Ligeramente mareada seguí avanzando por el bosque, sin darle demasiada importancia, aunque sin poder evitar pensar en lo que me había ocurrido.
Podría haber reaccionado de cualquier otra forma al haber estado tan al borde de la muerte, y tal vez debería de haberlo hecho también al comprender que aquellos tres hombres que habían logrado captar toda mi atención eran, sin lugar a dudas, vampiros.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro a medida que iba avanzando, aunque, a cada paso que daba, sentía que el cansancio se apoderaba lentamente de mí, como si mis energías se agotaran de la misma forma en la que lo hacían en los videojuegos.
Me detuve un instante, sintiendo que el mundo daba vueltas a mi alrededor, y apoyé mis manos en mis muslos, doblándome sobre mí misma.
No sabía cuántos litros de sangre había perdido, ni siquiera cuánto tiempo había estado inconsciente, pero estaba segura de que aquello había sido demasiado para mí. Era bastante débil y las defensas escaseaban en mi cuerpo, aunque aquello era obvio que Valentino Della Rovere, un vampiro que probablemente tenía más del doble de la edad que aparentaba, le importaba un comino a la hora de morderme.
Tomé aire y continué a duras penas con mi paseo hacia la iglesia, sintiendo que, a cada paso que daba, peor me encontraba, y temía caer al suelo y no poder levantarme.
¿Qué me estaba pasando?
Visualicé la bifurcación del camino un par de metros más adelante y no pude reprimir una pequeña sonrisa, justo antes de que mis rodillas empezaran a flaquear y mis piernas desistieran en soportar el peso de todo mi cuerpo.
Luché contra mí misma para no desestabilizarme, confusa por todo lo que me estaba ocurriendo. Estaba segura de que, en el momento de abandonar la mansión Della Rovere, había sentido como si nada hubiera pasado, y, ahora, poco más de quince minutos desde que inicié mi marcha, parecía que el mundo iba a caerse sobre mí.
Todo mi cuerpo empezó a temblar y sentí cómo mis ojos se cerraban lentamente, antes de dejarme caer al suelo, completamente agotada.
Sin embargo, nunca llegué a tocar la tierra. Alguien me estaba sosteniendo entre sus brazos, evitando así que cayera desprotegida al suelo.
No lograba encontrar la fuerza suficiente para abrir los ojos y aquello me estaba llevando al borde de la locura. Quería hablar, aunque mis labios se mantenían cerrados, y quería saber qué estaba ocurriendo justo en aquel instante, entre los brazos de un desconocido.
—Voy a tener que probar el estilo «droga a la chica para que no se pire de casa» —dijo una voz conocida, riendo.
No sabía de qué estaba hablando, aunque tampoco podía preguntárselo. ¿En qué momento había perdido todas mis capacidades?
Sentí cómo Alessandro se levantaba, sin soltarme, pegándome a su marcado torso, tan frío como el ambiente que nos rodeaba. El fuerte perfume que usaba era exquisito, mezclado con su propio olor corporal, totalmente humano, a pesar de que, suponía, él debía de estar muerto.
—Has bebido de su sangre, ¿no es así? —preguntó, con su profunda y grave voz.
Quise asentir con la cabeza, pero tan solo pude emitir un pequeño gemido en señal de aprobación que le hizo reír levemente.
—Puto desesperado —se burló, tras chasquear la lengua.
Volví a emitir un extraño sonido para llamar su atención. Quería entender por qué me encontraba tan débil, aunque estaba claro que, por cómo lo había supuesto Alessandro, se trataba de la sangre de Dante.
—Oh, amore, me alegra que guardes tus gemidos para mí —ronroneó, y sentí su cálido aliento rozar mi rostro, lo que me daba a entender que se encontraba cerca de mi cara.
Quise abrir los ojos, aunque me era imposible. Maldita debilidad humana.
Intenté gruñir en respuesta a su indecente comentario, aunque, de nuevo, se asemejó irremediablemente a un sonido sexual.
—Si sigues haciendo eso, sabes que no podré controlarme. Te ves increíblemente exquisita —susurró, bajando drásticamente el volumen de sus palabras.
No tardé demasiado en darme cuenta que había sido debido a que habíamos entrado en alguna parte, un lugar incluso más frío que el bosque, con un inconfundible aroma a incienso que destacaba incluso por encima del fuerte perfume de mi salvador.
Aquel olor...
—¿Qué se supone que estás haciendo con mi sobrina nieta, Alessandro? —preguntó en un tono solemne la inconfundible voz cascada del padre Julius.
Alessandro volvió a reír.
—La he recogido del bosque y te la he traído. ¿Acaso preferías que me la quedara, Jules? —murmuró en un tono burlón.
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Editado: 01.10.2020